I. LA AMARGURA, EL PECADO MAS CONTAGIOSO
La amargura no se ve solamente en casos tan
extremos. Conozco centenares de otros ejemplos de personas que sufrieron
ofensas por cosas que parecieran triviales. En lo personal, empecé a estudiar
el tema de la amargura poco después de un grave problema que tuvimos en la
iglesia a que asistimos desde hace varios años. La
dificultad radicaba en una seria diferencia entre la verdad de Dios y la
carnalidad y el chisme.
Pero lo que causó la desunión no fue el problema en
sí –que se habría podido resolver buscando a Dios en oración, en su Palabra usada
correctamente y con un franco diálogo entre las partes – y no solo las personas
ofendidas, los chismes, la envidia, la conveniencia y la amargura resultante.
La amargura es el pecado más fácil de justificar y
el más difícil de diagnosticar porque es razonable disculparlo ante los hombres
y ante el mismo Dios. A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y
perjudiciales y –como veremos– el más contagioso.
Es mi esperanza y oración que la persona amargada
no solamente se dé cuenta de que en verdad eso es pecado, sino que además
encuentre la libertad que sólo el perdón y la maravillosa gracia de Dios le
pueden ofrecer.
II. LA DEFINICIÓN DE LA AMARGURA
En el griego del Nuevo Testamento, “amargura” proviene
de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de
algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo
fuerte.
La amargura, entonces, es algo fuerte y
pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.
La amargura no tiene lugar automáticamente cuando
alguien me ofende, sino que es una reacción no bíblica (es decir pecaminosa) a
la ofensa o a una situación difícil y por lo general injusta. No importa si la
ofensa fue intencional o no. Si el ofendido no arregla la situación con Dios,
la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la misma persona.
La amargura es una manera de responder que a la
larga puede convertirse en norma de vida. Sus compañeros son la autocompasión,
los sentimientos heridos, el enojo, el resentimiento, el rencor, la venganza,
la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia, las maquinaciones vanas y el
cinismo.
La amargura es resultado de sentimientos muy
profundos, quizá los más profundos de la vida. La razón por la que es tan
difícil de desarraigar es triple: En primer
lugar, el ofendido considera que la ofensa
es culpa de otra persona (y muchas veces es cierto) y razona: “El/ella debe
venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios. Yo soy la víctima”.
El cristiano se siente culpable cuando comete un
pecado. Sin embargo, no nos sentimos culpables de pecado por habernos amargado
cuando alguien peca contra nosotros, pues la percepción de ser víctima eclipsa
cualquier sentimiento de culpa. Por lo tanto este
pecado de amargura es muy fácil justificar.
En segundo lugar, casi nadie nos ayuda a quitar
la amargura de nuestra vida. Por lo contrario, los amigos más íntimos afirman:
“Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho”, lo cual nos convence aun más de
que estamos actuando correctamente.
Finalmente, si alguien cobra suficiente
valor como para decirnos: “Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y
debes arrepentirte”, da la impresión de que al consejero le falta compasión
(recuerde, que el ofendido piensa que es víctima). (Gálatas 6:1) 1Hermanos,
si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que
tú también seas tentado. le
mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda atrás (Filipenses 3:13
3Hermanos,
yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,
Hasta es posible perder la amistad de la persona
amargada por haberle aconsejado que quite la amargura de su vida (Efesios
4:31). 31Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
La amargura puede dividir a amigos y familiares.
Finalmente, notará una característica interesante por regla general nos
amargamos con las personas más cercanas a nosotros.
III. LAS CONSECUENCIAS DE LA AMARGURA
Para motivar a una persona a cumplir con el
mandamiento bíblico “despréndanse de toda amargura…” (Efesios 4:31 NVI), veamos
las múltiples consecuencias (todas negativas) de este pecado.
1) El espíritu amargo impide que la persona
entienda los verdaderos propósitos de Dios en determinada situación.
2) El espíritu amargo contamina a otros. En uno de
los pasajes más penetrantes de la Biblia, Hebreos 12:15 exhorta: “Mirad bien, no sea que alguno deje
de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os
estorbe, y por ella muchos sean contaminados”.
La amargura nunca se queda sola en
casa; siempre busca amigos. Por eso es el pecado más contagioso. Si no la
detenemos puede llegar a contaminar a toda una congregación, o a toda una
familia.
Durante la celebración de la pascua, los israelitas
comían hierbas amargas. Cuando un huerto era invadido por estas hierbas
amargas, no se lo podía limpiar simplemente cortando la parte superior de las
plantas.
Cada pedazo de raíz debía extraerse por completo,
ya que de cada pequeña raíz aparecerían nuevos brotes. El hecho de que las
raíces no se vean no significa que no existan. Allí bajo tierra germinan, se
nutren, crecen, y los brotes salen a la superficie y no en un solo lugar sino
en muchos. Algunas raíces silvestres son casi imposibles de controlar si al
principio uno no las corta por lo sano.
El escritor de Hebreos advierte que la amargura
puede quedar bajo la superficie, alimentándose y multiplicándose, pero saldrá a
la luz cuando uno menos lo espera.
Aun cuando la persona ofendida y amargada enfrente
su pecado de la manera prescrita por Dios, no necesariamente termina el
problema de la contaminación. Los compañeros han tomado sobre sí la ofensa y
posiblemente se irriten con su amigo cuando ya no esté amargado.
3) El espíritu de amargura hace que la persona
pierda perspectiva. Nótese la condición del salmista cuando estaba amargado: “…
entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti”
(Salmo 73:21, 22 BLA).
La persona amargada toma decisiones filtradas por
su profunda amargura. Tales decisiones no provienen de Dios y generalmente son
legalistas. Cuando la amargura echa raíces y se convierte en norma de vida, la
persona ve, estima, evalúa, juzga y toma decisiones según su espíritu amargo.
Nótese lo que pasó con Job. En su amargura culpó a
Dios de favorecer los designios de los impios (Job 10:3). Hasta lo encontramos aborreciéndose a sí mismo (Job 9:21; 10:1).
En el afán de buscar alivio o venganza, quien está
amargado invoca los nombres de otras personas y exagera o generaliza: “…todo el
mundo está de acuerdo…” o bien “nadie quiere al pastor o coordinador…” Las
frases “todo el mundo” y “nadie” pertenecen al léxico de la amargura.
Cuando la amargura llega a ser norma de vida para
una persona, ésta por lo general se vuelve paranoica e imagina que todos están
en su contra.
4) El espíritu amargo se disfraza como sabiduría o
discernimiento.
Es notable que Santiago emplea la palabra
“sabiduría” en 3:14–15 14Pero si
tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis
contra la verdad; 15porque esta sabiduría no es la que desciende de
lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.
La amargura bien puede atraer a muchos seguidores.
¡Quién no desea escuchar un chisme
acerca de otra persona!5 La causa que presentó Coré pareció
justa a los oyentes, tanto que 250 príncipes renombrados de la congregación
fueron engañados por sus palabras persuasivas.
A pesar de que la Biblia aclara que el corazón de
Coré estaba lleno de celos amargos, ni los más preparados lo notaron.
5) El espíritu amargo da lugar al diablo (Efesios
4:26, 27). 26Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre
vuestro enojo, 27ni deis lugar al diablo
Una persona
que se acuesta herida, se levanta enojada; se acuesta enojada, y se levanta
resentida; se acuesta resentida, y se levanta amargada. El diablo está buscando
a quien devorar (1ª Pedro 5:8). 8Sed sobrios, y velad;
porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar;
Pablo nos exhorta a perdonar “…para que Satanás no
gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2
Corintios 2:11). Satanás emplea cualquier circunstancia para dividir el cuerpo
de Cristo.
6) El espíritu amargo puede causar problemas
físicos. La amargura está ligada al resentimiento, término que proviene de dos
palabras que significan “decir de nuevo”. Cuando uno tiene un profundo
resentimiento, no duerme bien o se despierta varias veces durante la noche, y
vez tras vez en su mente repite la herida como una grabadora. Es un círculo
vicioso de no dormir bien, no sentirse bien al siguiente día, no encontrar
solución para el espíritu de amargura, no dormir bien, ir al médico, tomar
pastillas, etc. Algunas personas terminan sufriendo una gran depresión; otros
acaban con úlceras u otras enfermedades.
7) El espíritu amargo hace que algunos dejen de
alcanzar la gracia de Dios (Hebreos 12:15). Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que
brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean
contaminados;
En el contexto de Hebreos, los lectores estaban a
punto de volver al legalismo y a no valerse de la gracia de Dios para su
salvación. La persona amargada sigue la misma ruta porque la amargura implica vivir con recursos propios y no con la
gracia de Dios. Tan fuerte es el deseo de vengarse que no permite que
Dios, por su maravillosa gracia, obre en la situación.
IV. UN EXAMEN
“El corazón conoce la amargura de su
alma”
… (Proverbios 14:10).
Antes de exponer el antídoto bíblico para la
amargura, tomemos un examen para averiguar si ha brotado raíz de amargura en la
vida. Recomiendo que, en oración, el lector medite sobre cada pregunta.
1) ¿Existe una situación en su vida que aparece
frecuentemente en la mente o le despierta durante la noche?
2) ¿Está maquinando maneras de vengarse si tan sólo
tuviera oportunidad de hacerlo? Varias personas me han dicho que estas
maquinaciones son, precisamente, lo que les privan del sueño.
3) ¿Recuerda hasta los más ínfimos detalles de un
evento que sucedió hace tiempo? La amargura tiene una memoria de elefante, y
recuerda hasta los detalles más oscuros de un incidente. ¿Por qué recordamos ese tipo de detalles con
tanta facilidad? En primer lugar, porque tal como mencionamos en la sección I
siempre recordamos las heridas y las ofensas. Pero la razón principal es que
repasamos y repasamos los detalles.
Cuando yo era estudiante en la secundaria, un
maestro nos enseñó cuál era, según él, la mejor manera de recordar el material
del curso: repasar, repetir y repasar. ¡Si pudiéramos recordar los buenos
momentos o aun los pasajes de la Biblia tanto como recordamos las ofensas!
4) ¿Se siente ofendido y, debido a que usted estima
es víctima, está justificando el resentimiento? Aquí la frase clave es “pero
yo tengo razón”. No hay situación más difícil de solucionar que cuando la
persona ofendida tiene razón.
Admito que es difícil quitar la amargura de la vida
de quien fue ofendido, herido, pisoteado, marginado, pasado por alto, o algo
similar. Es difícil porque esa persona es víctima. Sin embargo, la Santa
Palabra de Dios interviene con el mandamiento
“quítense de vosotros toda amargura…”
(Efesios 4:31).
5) ¿Hay explosiones desmedidas en cuanto a
incidentes que de otra manera tendrían menor importancia? Sucede a menudo en la
vida matrimonial cuando uno de los cónyuges por algún motivo está amargado. Tal
amargura se entremete en todas las contiendas con el cónyuge, y es como un
volcán esperando el momento de erupción. Súbitamente y sin previo aviso,
comienza a salir todo tipo de veneno antes escondido bajo la superficie. El
cónyuge se sorprende por la reacción violenta y se pregunta cuál es la razón.
6) ¿Le sucede que al leer la Biblia casi
inconscientemente aplica la Escritura a otros en vez de a sí mismo?
Muchas personas amargadas hallan en la Biblia enseñanzas que aplican a otros
(en forma especial al ofensor).
Una de las pruebas de que yo me libré de la
amargura fue que al leer el libro de Proverbios me encontré aplicando sus
enseñanzas a mi propia vida en vez de a la vida de otros involucrados en el
incidente en la iglesia.
7) Por lo general ¿usa usted expresiones que
incluyen “ellos” o “todo el mundo” para apoyar sus argumentos? Durante el
problema que experimentamos en nuestra iglesia entró en combate uno de los
amigos más íntimos de la amargura: el chisme. La persona amargada piensa que
tiene razón (y probablemente sea cierto), busca a otros, comparte su
experiencia, fundamenta su actitud con exageraciones y generalizaciones
refiriéndose a “todo el mundo”.
V. MANERAS NO BÍBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA
“Quítense de vosotros toda amargura…” (Efesios 4:31).
La amargura es uno de los pecados más comunes no
solamente en el mundo sino también entre el pueblo cristiano . Casi todos hemos
sido ofendidos, y una u otra vez hemos llegado al punto de la amargura. Muchos
no han podido superar una ofensa y han dejado crecer una raíz de amargura en su
corazón. Debido a que es difícil (si no imposible) vivir amargado y en paz, el
hombre maquina maneras para tratar de resolver su problema de amargura y así
menguar el dolor, pero sin embargo la amargura queda intacta. Para poder
extirpar de manera bíblica la amargura del corazón, es imperioso
comprender y desenmascarar las varias formas mundanas de “solucionar” el
problema, para que no quede otra alternativa que la bíblica.
1. Vengarse. La manera no bíblica más común es tomar venganza.
Pablo exhorta: “…no os venguéis vosotros mismos, amados míos,
sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
A pesar de las circunstancias, la Biblia sostiene
que jamás es voluntad de Dios que nos venguemos nosotros mismos.
Cuando intento vengarme por mi propia cuenta…
a) Me pongo en el lugar
de Dios. De acuerdo a la Biblia la venganza pertenece a Dios.
Entonces, la venganza es el pecado de usurpar un derecho que sólo le pertenece
a El. Querer vengarnos por nosotros mismos es asumir una actitud de orgullo, el
mismo pecado que causó la caída de Lucero (Isaías 14:13, 14). Por lo tanto, al
tratar de vengarnos (aunque tan sólo en nuestra mente), estamos pisando terreno
peligroso.
Por otra parte, la ira de Dios siempre es ira
santa. Dios no obrará hasta tanto yo deje la situación en sus manos. No puedo
esperar de mi parte la solución que solamente el Dios soberano puede llevar a
cabo.
b) La venganza siempre
complica la situación. Mi propia venganza provoca más problemas, más
enojo, envenena a otros y deja mi conciencia contaminada.
c) Sobre todo, tomar
venganza por nuestros medios es un pecado contra el Dios santo. Es
una gran lección ver como el apóstol Pablo dejó lugar a la ira de Dios cuando dijo:
“Alejandro el calderero me ha causado
muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos” (2 Timoteo 4:14).
2. Minimizar el pecado de la amargura. Minimizo un pecado cuando por
algún motivo puedo justificarlo. Existen, por lo menos, tres maneras de
minimizar el pecado de la amargura:
a) Llamarlo por otro
nombre, alegando que es una debilidad, una enfermedad o
desequilibrio químico, enojo santo, o sencillamente afirmando que “todo el
mundo lo está haciendo”. Hay quienes dicen ser muy sensibles y como resultado
están resentidos pero no amargados. ¡Cuidado! Existe una relación muy íntima
entre los sentimientos heridos y la amargura.
b) Disculparse por las
circunstancias y así justificar la amargura. “En estas
circunstancias Dios no me condenaría por guardar rencor en mi corazón.”
Básicamente, lo que estamos diciendo es que hay ocasiones cuando los recursos
espirituales no sirven, y nos vemos obligados a pecar. Juan
dice a tales personas: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso,
y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:10).
c) Culpar al otro. Esta es, sin duda, la manera más frecuente de eludir
la responsabilidad bíblica de admitir que la amargura es pecado. Cuando de
amargura se trata, el ser humano generalmente culpa a la persona que le
ofendió. En casos extremos algunos se resienten contra Dios. “No sé porque Dios
me hizo así…” “¿Dónde estaba Dios cuando me sucedió esto?”
3. Desahogarse. Ultimamente se ha popularizado la idea de que
“desahogarse” sanará la herida. Ahora bien, es cierto que desahogarse tal vez
ayuda a que la persona sobrellevar el peso que lleva encima (Gálatas 6:2). Sin
embargo, es factible que (a) termine esparciendo la amargura y como resultado
contamine a muchos; (b) le lleve a minimizar el pecado de la amargura porque la
persona en quien se descarga contesta: “Tú tienes derecho”; (c) no considere la
amargura como pecado contra Dios.
4. Una disculpa de parte del ofensor. Muchos piensan que el asunto
termina cuando el ofensor pide disculpas a la persona ofendida. De acuerdo a la
Biblia efectivamente esto forma parte de la solución porque trae reconciliación
entre dos personas (Mateo 5:23–25). Sin embargo, falta reconocer que la
amargura es un pecado contra Dios. Sólo la sangre de Cristo, no una disculpa,
limpia de pecado (1ª Juan 1:7).
La solución radica tanto en la relación
horizontal (con otro ser humano) como en la vertical (con Dios).
Estoy convencido de que hablar de “perdonar a Dios”
es blasfemia. Dios es bueno (Salmo 103); Dios es amor (1ª Juan 4:8); Dios está
lleno de bondad (Marcos 10:18); Dios es esperanza (Romanos 15:13); Dios es
santo (Isaías 6:3); Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Hebreos 6:18). Jamás
habrá necesidad de perdonarlo.
Este concepto de perdonar a Dios es uno de los
intentos del ser humano de crear a Dios a imagen del hombre. Demuestra una
total ignorancia e incomprensión de que Dios en su amor tiene múltiples
propósitos y lleva a cabo tales propósitos por medio de las experiencias que
atravesamos. ¡Sí pudiéramos aprender la realidad: “Bástate mi gracia; porque mi
poder se perfecciona en la debilidad” (2ª Corintios 12:9)!
VI. LA SOLUCIÓN DIVINA PARA LA AMARGURA
Si hasta el momento usted no ha tenido que luchar
con la amargura, tarde o temprano le acontecerá algo que lo enfrentará cara a
cara con la tentación de guardar rencor, de vengarse, de pasar chismes, de
formar alianzas, de justificar su actitud porque tiene razón, etc. Como
cristianos hemos de estar preparados espiritualmente. ¿Cómo hacerlo?
Establecer la santidad como meta en su vida. Como
en todos los casos de pecado, más vale prevenir que tener que tratar con
las consecuencias devastadoras que el pecado siempre deja como herencia. El
escritor de Hebreos, dentro del contexto de la raíz de amargura, exhorta:
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”
(12:14).
La mejor manera de prevenir la amargura
es seguir o buscar la paz y la santidad; asumir un compromiso con Dios para ser
santo (puro) pase lo que pasare.
Cuando sobrevienen situaciones que lastiman
nuestros sentimientos, producen rencor y demás actitudes que forman el círculo
íntimo de la amargura, debemos decir:
“He hecho un pacto con Dios a fin de ser
santo, como El es Santo. A pesar de que la otra persona tenga la culpa,
entregaré la situación en manos de Dios, perdonaré al ofensor y buscaré la
paz.”
Nótese la diferencia entre la actitud de David y su
ejército cuando volvieron de una batalla (1 Samuel 30). Encontraron la ciudad
asolada y sus familias llevadas cautivas. En vez buscar el consuelo de Dios y
por ende Su sabiduría, el pueblo se amargó y propuso apedrear a David.
En contraste, la Biblia explica que “David se
fortaleció en Jehová su Dios” (v. 6). En ningún momento es mi intención
minimizar el daño causado por una ofensa o por el ultraje que experimentó David
y su gente, sino que mi deseo es magnificar la gracia de Dios para consolar y
ayudar a perdonar.
Consideremos ahora qué hacer cuando estamos
amargados.
1) Ver la amargura como pecado contra Dios. En las próximas páginas
explicaremos la importancia de perdonar al ofensor. Sin embargo, si yo estimara
la amargura solamente como algo personal contra la persona que me engañó, me
lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere, sería fácil justificar mi
rencor alegando que tengo razón pues el otro me hizo daño. Como ya mencionamos,
es posible que no hay nada tan difícil de solucionar que la situación de la
persona amargada que tiene razón para estarlo.
Cuando tengo amargura en mi corazón, como David
tengo que confesar a Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51:4).
En el momento en que percibo que (a pesar de las circunstancias) la amargura es
un pecado contra Dios, debo confesarlo y la sangre de Cristo me lavará de todo
pecado.18 Pablo instruye: “Quítense de vosotros toda
amargura”. La Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse.
Volvamos al Antiguo Testamento para entender el
contexto de la raíz de amargura en Deuteronomio 29:18, donde el pecado
principal es la idolatría. Eso es precisamente lo que pasa en el caso de la
amargura. En vez de postrarse ante el Dios de la
Biblia, buscando la solución divina, uno se postra ante sus propios recursos y
su propia venganza. El ídolo es el propio “yo”.
2) Perdonar al ofensor. En el mismo contexto donde
Pablo nos exhorta a librarnos de toda amargura, nos explica cómo hacerlo:
“…perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”
(Efesios 4:31–32). 31Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira,
gritería y maledicencia, y toda malicia. 32Antes sed benignos unos
con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo.
a) El perdón trae beneficios
porque quita el resentimiento. Uno de los muchos beneficios de no guardar rencor
es poder tomar decisiones con cordura.
b) El perdón no es
tolerar a la persona ni al pecado; no es fingir que la maldad no existe ni es
intentar pasarla por alto. Tolerar es “consentir, aguantar, no prohibir” y
lejos está de ser el perdón bíblico. Permitir es pasivo mientras perdonar es
activo.
Cuando la Biblia habla de perdón, en el griego original
hallamos que esta palabra literalmente significa “mandarlo afuera”. Activamente
estoy enviando el rencor “afuera”, es decir estoy poniendo toda mi ansiedad
sobre Dios (1ª Pedro 5:7). 7echando
toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
c) El perdón no es
simplemente olvidar, ya que eso es prácticamente imposible. El resentimiento tiene una
memoria como una grabadora, y aún mejor porque la grabadora repite lo que fue
dicho, mientras que el resentimiento hace que con cada vuelta la pista se
vuelva más profunda. La única manera de apagar la grabadora es perdonar.
Después de una conferencia, una dama me preguntó:
“Si el incidente vuelve a mi mente una y otra vez, ¿quiere decir que no he
perdonado?” Mi respuesta tomaba en cuenta tres factores:
(1) Es posible que ella tuviera razón. Recordamos
que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías
17:9). El ser humano haría cualquier cosa para mitigar la vergüenza, y es
lógico que permanezcan los fuertes sentimientos negativos asociados con una
ofensa. Volvamos al caso de la mujer que durante 23 años había estado en
tratamiento siquiátrico a causa del abuso de su padre. Después de aclarar lo
que no es el perdón, y luego de hablar sobre los beneficios que el perdón
produciría, le expliqué que de acuerdo a Marcos 11:25 ella tenía que perdonar a
su padre. Su respuesta inmediata fue: “Ya lo he hecho.” Pero era obvio que
estaba llena de amargura y rencor. Mi siguiente pregunta fue: “¿Cuándo y cómo
lo hizo?” Su contestación ilustra otra manera en que el ser humano evita asumir
responsabilidad ante el Señor. Me dijo: “Muchas veces he pedido al Señor Jesús
que perdonara a mi padre.” Es posible que la mujer aún no entendiera lo que
Dios esperaba con respecto al perdón. O tal vez fuera su manera de no cumplir
con una tarea difícil. Con paciencia volví a explicarle las cosas, y finalmente
ella inclinó la cabeza y empezó a orar. Pronto vi lágrimas en sus ojos, y de
corazón perdonó a su padre. Al día siguiente regresó para una consulta y se la
veía con esperanza, con alivio y como una nueva persona.
(2) Hay quienes desean que recordemos incidentes
dolorosos del pasado. En primer lugar está Satanás, que trabaja día y noche
para dividir a los hermanos en Cristo (Apocalipsis 12:10; 1ª Timoteo 5:14). En
segundo lugar, la vieja naturaleza saca a relucir el pasado. Me refiero a
ciertos hábitos, maneras de pensar que son difíciles de romper. Si uno en
verdad ha perdonado, cada vez que el incidente viene a la memoria, en forma
inmediata hay que recordar a Satanás y recordarse a sí mismo que la cuestión
está en las manos de Dios y es un asunto terminado que sólo forma parte del
recuerdo.
(3) Finalmente existe otra persona o grupo que no
quiere que usted olvide el incidente: Aquellos que fueron contagiados por su
amargura, aquellos a quienes usted mismo infectó y como resultado tomaron sobre
sí la ofensa. Por lo general para ellos es más difícil perdonar porque
recibieron la ofensa indirectamente. Por lo tanto, no se sorprenda cuando sus amigos
a quienes usted contagió de amargura, se enojan con usted cuando, por la gracia
de Dios, ha perdonado al ofensor y está libre de dicha amargura.
d) El perdón no absuelve al ofensor de la pena correspondiente a su
pecado. El castigo está en las manos de Dios, o quizá de la ley humana. El
salmista nos asegura: “El Señor hace justicia, y juicio a favor de todos los
oprimidos” (Salmo 103:6 BLA).
e) El
perdón tampoco es un recibo que se da después que el ofensor haya pagado. Si
no perdonamos hasta tanto la otra persona lo merezca, estamos guardando rencor.
f) El perdón no necesariamente tiene
que ser un hecho conocido al ofensor. En muchos casos el ofensor ha muerto, pero el
rencor continúa en el corazón de la persona herida. Recuerdo el caso de una
señora que con lágrimas admitió que su esposo había desaparecido con otra mujer
de la iglesia. Durante la conversación me confesó: “Lo he perdonado. Hay y
habrá muchas lágrimas, dolor y tristeza, pero me rehúso terminantemente
a llegar al fin de mi vida como una vieja amargada.” El hombre consiguió
el divorcio y se casó legalmente con la otra mujer. Por su parte, esta señora
vive con su tres muchachos y sirve a Dios de todo corazón; sus hijos aman al
Señor y oran para que su padre un día regrese al camino de Dios.
Tener que perdonar un gran mal mientras el ofensor
no lo merezca, representa una excelente oportunidad
para entender mejor cómo Dios en Cristo pudo perdonarnos a nosotros
(Romanos 5:8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. 9; Efesios 4:32). 2Antes sed benignos unos
con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo.
g) El perdón debe ser inmediato. Una vez me picó una araña
durante la noche. Tuve una reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora
bien, si hubiera podido sacar el veneno antes de que se extendiera por el
cuerpo, hubiera quedado una pequeña cicatriz pero no habría habido una reacción
tan aguda. Algo semejante sucede con el perdón. Hay que perdonar inmediatamente
antes de que “la picadura empiece a hincharse.”
h) El perdón debe ser continuo. La Biblia indica que debemos
perdonar continuamente (Mateo 18:22). 2Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun
hasta setenta veces siete. Perdonar hasta que se convierta en una norma de
vida. Uno de los casos más difíciles es cuando la ofensa es continua como en el
caso de esposo/esposa, patrón/empleado, padre/hijo, etc. Es entonces cuando el
consejo del Señor a Pedro (perdonar 70 veces 7) es aun más aplicable.
i) El perdón debe marcar un punto
final. Perdonar
significa olvidar. No hablo de amnesia espiritual sino de sanar la herida. Es
probable que la persona recuerde el asunto, que alguien le haga recordar o que
Satanás venga con sus mañas trayéndolo a la memoria. Pero una vez que se ha
perdonado sí es posible olvidar.
Perdonar es la única manera de arreglar el pasado.
No podemos alterar los hechos ni cambiar lo ya ocurrido, pero podemos olvidar
porque el verdadero perdón ofrece esa posibilidad. Una vez que hay perdón,
olvidar significa:
1) Rehusarse a sacar a relucir el incidente ante
las otras partes involucradas 2) Rehusarse a
sacar a relucirlo ante cualquier otra persona.
3) Rehusarse a sacar a relucirlo ante uno mismo.
4) Rehusarse a usar el incidente en contra de la
otra persona.
5) Recordar que el olvido es un acto de la voluntad
humana movida por el Espíritu Santo.
6) Sustituir con otra cosa el recuerdo del pasado,
pues de lo contrario no será posible olvidar. Pablo nos explica una manera de
hacerlo:
“Así que, si tu enemigo tuviere hambre,
dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de
fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con
el bien el mal” (Romanos
12:20, 21).
Jesús amplía el concepto: “Pero yo os
digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a
los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
j) El perdón también significa velar
por los demás. Al
finalizar su libro y bajo la inspiración del Espíritu Santo, el escritor de
Hebreos exhorta a todos los creyentes a que seamos guardianes de nuestros
hermanos. El versículo que advierte sobre la raíz de amargura comienza con: “Mirad bien”.
En el griego original es la palabra episkopeo,
de donde procede el término obispo o sobreveedor. Esto implica que en el
momento en que uno detecta que se ha sembrado semilla de amargura en el corazón
de un hermano en Cristo, la responsabilidad es ir con espíritu de mansedumbre,
y hacer todo lo posible para desarraigarla antes que germine. Galatas 6:1
Se requiere un compromiso profundo con Dios a fin
de no caer en la trampa de la amargura. Dios en Cristo mismo nos dará los
recursos para vivir libres del “pecado más contagioso”.
Y por la gracia de Dios poder decir
: “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
habitar los hermanos juntos en armonía” (Salmo 133:1).
La palabra armonía indica
unidad, concordia, paz, amistad, relación sana entre las personas.
Toda la Biblia contiene un mensaje de armonía. La voluntad de Dios, por ella
murió Jesucristo, es que sus hijos vivan en armonía.
La armonía en la Iglesia se rompe por disputas que no tienen sentido.
Por comportamientos
infantiles. Porque la envidia impide reconocer los dones del hermano o de la
hermana. Porque somos demasiado orgullosos para pedir perdón.
“Porque cual es su pensamiento en su corazón tal es él” (Proverbios 23:7).
La armonía debe empezar por
uno mismo Paz es símbolo de armonía. Donde hay paz hay armonía.
Donde hay armonía hay paz. Y No
amargura. Amen.
jca