66 - Buscando la paz en
las relaciones personales
Del conflicto a la reconciliación
¿Cómo hacer las paces con un amigo, un hermano en la iglesia
o con mi esposo/a después de una discusión? ¿Por qué a veces nos cuesta tanto?
¿Qué consejos nos da la Biblia en este tema?
Antes de considerar la práctica de la reconciliación,
necesitamos unas reflexiones previas sobre la enseñanza bíblica en torno al
enojo y la ira.
El enojo no siempre es pecado. De
hecho hay ocasiones en las que el no airarse puede ser ofensivo para Dios. El
silencio cómplice ante determinadas conductas desagrada profundamente al Señor.
Se nos dice de Pablo que mientras andaba por las calles de Atenas «su espíritu se enardecía viendo la
ciudad entregada a la idolatría» ( Hch. 17:16).
Y ¿qúe diremos del mismo Señor Jesús cuando, indignado, «tomo un azote de cuerdas
y volcó las mesas de los mercaderes en el templo» ( Jn. 2:13-16). Hay, pues, un
tipo de ira que lejos de ser pecado expresa el enfado del creyente al
contemplar el mundo con los ojos de su Señor. Es lo que podemos llamar una ira
santa y justa.
¿Cuándo la ira se convierte en pecado?
Pablo, por otro lado, nos da a entender que también es posible airarse sin
pecar: «Airaos,
pero no pequéis» ( Ef. 4:26). A la mayoría de
nosotros nos hubiera gustado tener una lista de situaciones en las que podemos
enfadarnos sin pecar, pero no se nos especifican. Es providencial que Pablo
fuera muy inconcreto en este punto. Al apóstol no parecen preocuparle los tipos
y causas de conflicto que llevan al enojo. Sin embargo, de manera inmediata
puntualiza la condición para que el enojo no se convierta en pecado:
«No se
ponga el sol sobre vuestro enojo» ( Ef. 4:26). En otras palabras,
la ira llega a ser pecado cuando no va seguida de una pronta reconciliación,
«antes que se ponga el sol». Nadie debe acostarse con el corazón dominado por
la ira. Ello es así porque el enojo guardado es el primer paso hacia el odio y
ambos juntos crean un caldo de cultivo idóneo para la amargura. Y esta tríada
es instrumento favorito del diablo para destruir relaciones de todo tipo, desde
un matrimonio hasta la comunión fraternal en la iglesia. Tanto el odio como la
amargura necesitan de la «célula madre» que es el enojo prolongado. Por esta
razón Pablo señala como vital que «el sol no se ponga sobre nuestro enojo».
Tener, pero no retener la ira.
Ningún creyente debe hacer «conserva» de resentimiento en su corazón. ¡Qué
triste es cuando dos personas se echan en cara agravios u ofensas después de
largo tiempo, incluso años!: «Tal día hace cinco años me dijiste o hiciste algo
que me enojó mucho».
El hábito de hacer la paz, perdonarse y volverse a acercar
con prontitud, si es posible antes de que acabe el día, es la mejor manera de
prevenir separaciones, divisiones y luchas en todos los ámbitos, en especial
la familia, el matrimonio y la iglesia, pero sin olvidar nuestras
relaciones laborales y sociales. Merece la pena invertir esfuerzos en esta
exhortación del apóstol, no sólo por sus efectos balsámicos en las relaciones,
sino sobretodo porque ésta es la voluntad de Dios para todo cristiano que
quiere imitar a su Señor.
¿Cómo saber la salud de una relación? En
esta línea, debemos afirmar que la salud de una relación, el matrimonio, no se
mide tanto por lo mucho o lo poco que discuten o se enojan las dos partes, sino
por el tiempo que tardan en reconciliarse. Este es el termómetro más fiable:
¿Cuánto tiempo tardan en resolver sus discusiones y enfados? Si son capaces de
hacerlo pronto, esta relación tiene un fundamento excelente aunque la
frecuencia de sus «chispas» haga pensar lo contrario. Si tardan días o semanas
en hacer la paz, la relación se está envenenando con la peor ponzoña: el enojo
almacenado que lleva al desprecio del otro, a la frialdad y, finalmente a la
muerte de la relación.
Conozco casos de matrimonios que han estado dos años sin
dirigirse la palabra. Esta forma de reaccionar nos lleva de forma natural a
considerar los pasos prácticos para lograr la reconciliación.
La puesta en práctica: Pasos hacia la paz
Vamos de nuevo a buscar la base bíblica, fuente de nuestra
instrucción, para abordar este punto crucial. Seguimos con Pablo, esta vez en Ro. 12, capítulo antológico en
el que se nos muestra cómo las nuevas relaciones de aquel que ha nacido de
nuevo deben estar marcadas también por actitudes nuevas, algunas de
ellas verdaderamente revolucionarias:
«No paguéis
a nadie mal por mal... Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos
los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la
ira de Dios. Así que si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere
sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su
cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» ( Ro. 12:17-21).
Un paso previo: evitar la venganza.
«No os venguéis. Vence con el bien el mal».
El paso inicial para la reconciliación es el autocontrol
que nos permite detener nuestro impulso natural de devolver mal por mal. Esta actitud,
tan arraigada en el corazón humano, es venganza. No debemos limitar el concepto
de venganza a sus formas más graves como la violencia planificada o el
homicidio. Estas formas extremas sólo se ven en casos excepcionales.
La venganza puede ser mucho más sutil. De hecho, es una
reacción casi espontánea de nuestra naturaleza caída.
La observamos incluso en los niños: «¡Cuándo te agarre !» o
«me las pagarás» son frases bastante habituales en el vocabulario infantil. En
sus formas «menores» todos hemos caído alguna vez en la venganza, que es -en
esencia- devolver mal por mal.
Esta reacción es un obstáculo para restaurar una relación. Si
quieres la paz, no te dejes dominar por tu ego ofendido o tu dignidad herida.
Ciertamente no es nada fácil. Nuestro primer impulso es: «Sus palabras (actos)
me han hecho mucho daño y esto no lo olvidaré nunca». Esta reacción es
comprensible en un primer momento porque expresa el dolor de una herida; pero
enseguida debe dar lugar al dominio propio, a evitar la «explosión». La palabra
de Dios está llena de consejos al respecto, en especial en el libro de
Proverbios:
«El necio al punto da a
conocer su ira; mas el que no hace caso de la injuria es prudente» ( Pr. 12:16);
«El que fácilmente se enoja hará locuras»
( Pr. 14:17);
«La cordura del hombre detiene su furor,
y su honra es pasar por alto la ofensa» ( Pr. 19:11).
Este dominio propio que no se deja arrastrar por la venganza
y que auto controla las explosiones de ira aun cuando tiene razón no es de
origen humano sino divino. Para conseguirlo no bastan nuestros esfuerzos o una
férrea voluntad; es sobrenatural porque viene de Dios ( 2 Ti. 1:7) y es una parte
del fruto del Espíritu. No se nos pide, por tanto, luchar con nuestras propias
fuerzas, sino con la ayuda poderosa del Señor , ejemplo supremo de persona
«mansa y humilde» quien fue ofendido y humillado mucho más de lo que puede
serlo cualquiera de nosotros (recordemos, por ejemplo Is. 53).
Evitar la venganza supone también
renunciar a toda actitud o conducta destructiva, sobre todo de formas
aparentemente inocuas, como la indiferencia. Frases como: «Para mí esta
persona ha muerto» son formas de venganza impropias del cristiano. Del escritor
irlandés G. Bernard Shaw son estas palabras que podemos hacer nuestras: «El
peor pecado contra el prójimo no es odiarle, sino mostrarle indiferencia».
Una de las experiencias más tristes que recuerdo una pareja
cristiana se había separado y luchaba por la custodia de sus hijos. Nunca
olvidaré el día de la visita, cuando los ex esposos tuvieron que verse las
caras: las acusaciones, las calumnias y, sobre todo, el odio que podía leer en
sus ojos me produjeron una memorable impresión. ¿Cómo es posible que dos
personas, supuestamente cristianas, que un día se amaron y se prometieron
fidelidad eterna, lleguen a odiarse tanto? ¡Cuán cierto es que en todas las
guerras sólo hay perdedores y derrotas!
El camino hacia la reconciliación
Una vez ha surgido la discusión y estamos enfadados, ¿cómo
podemos llevar a la práctica el consejo de arreglarlo lo antes posible? A
continuación doy siete sugerencias a modo de orientación.
La lista, por supuesto, puede ser mucho más larga, pero
menciono estos pasos concretos porque me ha sorprendido gratamente comprobar
cómo su puesta en práctica ha tenido unos efectos sorprendentemente positivos
en centenares de personas con problemas de relación. Muchas veces fallamos en
lo más básico, pero es en lo básico -en la base- donde se encuentra el
fundamento que sostiene el edificio. De ahí la importancia de empezar por lo
que parece sencillo.
1.- Toma la iniciativa. No
esperes que sea el otro quien lo haga, aunque creas que tienes tú toda la razón
y que es el otro quien te ha ofendido. No digas: «ya vendrá él/ella si quiere».
Dar el primer paso cuesta mucho, pero es una forma muy práctica de devolver
bien por mal, una de las marcas distintivas del cristiano. A veces el esfuerzo
parece inútil, sin resultados, pero Pablo nos dice que «haciendo esto, ascuas de fuego amontonas sobre su cabeza» ( Ro. 12:20)
2.- Cuida las formas.
Cuando dos personas están enojadas, los gestos y las detalles son muy
importantes porque influyen mucho en el resultado final. Ello es así porque
permiten crear el ambiente propicio para la paz. Por ejemplo:
*.- Procurad hablar siempre sentados. Se ha comprobado que estar de pie aumenta la agresividad (por ello no hay actualmente localidades de pie en los campos de fútbol)
*.- Cercanía física. En la medida que la relación lo permita ( matrimonio, padres e hijos etc.) acercaos físicamente. Cuanto más cerca, más probable es que puedas mirarle a los ojos y descubrir en el otro un tú lleno de sentimientos y necesidades. La mayoría de peleas se acabarían en el momento en que fuéramos capaces de ver en el tú a un ser humano por quien Cristo murió y no un enemigo objeto de mi ira. En el caso de los matrimonios, el hablar tomados de la mano es la máxima expresión de lo que decimos.
*.- Procurad hablar siempre sentados. Se ha comprobado que estar de pie aumenta la agresividad (por ello no hay actualmente localidades de pie en los campos de fútbol)
*.- Cercanía física. En la medida que la relación lo permita ( matrimonio, padres e hijos etc.) acercaos físicamente. Cuanto más cerca, más probable es que puedas mirarle a los ojos y descubrir en el otro un tú lleno de sentimientos y necesidades. La mayoría de peleas se acabarían en el momento en que fuéramos capaces de ver en el tú a un ser humano por quien Cristo murió y no un enemigo objeto de mi ira. En el caso de los matrimonios, el hablar tomados de la mano es la máxima expresión de lo que decimos.
3.- Preparación: oración y silencio.
Antes de empezar a hablar para solucionar el conflicto, orad juntos, en voz
alta si es posible. La oración tiene un poder extraordinario para cambiar
nuestras actitudes y nuestros estados de ánimo ( Fil. 4:6-7).
De la misma manera, un breve momento de silencio, dos-tres minutos, aquieta el
espíritu para iniciar la conversación.
4.- «Prohibido» chillar e insultar. Hablad
en el tono de voz más suave posible. El volumen de la voz es inversamente
proporcional a las posibilidades de reconciliación; cuanto más se chilla, más
difícil es llegar a acuerdos. El levantar la voz, aumenta la agresividad, y a
la inversa: «la blanda respuesta quita la
ira, mas la palabra áspera hace subir el furor» ( Pr. 15:1.
Ver también Pr. 25:11)
igualmente, evita las palabras ofensivas, la descalificación personal. Ningún
desacuerdo, por grave que sea justifica insultar al otro o faltarle al respeto.
5.- Las palabras fruto de la ira apenas tienen valor.
Este es un punto importante: cuando uno está muy enojado, las palabras no
expresan lo que de verdad hay en su corazón o en su mente, sino sólo el
sentimiento de ira del momento. Es un hecho conocido que la ira ofusca la
mente, obceca hasta la enajenación en casos extremos. Esta realidad es bien
conocida por jueces y psicólogos.
Por consiguiente, la creencia popular de que «cuando uno está
enfadado dice lo que de verdad lleva dentro» es errónea y de consecuencias
nefastas, porque se suele hacer un «museo» con estas desdichadas palabras que
se guardan durante años. Nunca prestes demasiada atención a las palabras dichas
en medio de una pelea.
6.- Busca la paz, no que te den la razón.
Muchas personas se acercan al otro después de una discusión con un enfoque
judicial. Aun sin darse cuenta, lo que buscan es que se les dé la razón o que
se les desagravie. Si surge la disculpa o la petición de perdón, tanto mejor,
pero ello no siempre es posible porque en muchos motivos de discusión, más de
los que imaginamos, ambos tienen su parte de razón. Simplemente ven las cosas
desde puntos de vista diferentes. Una realidad universal es que no todos vemos
la misma realidad de igual manera. En estos casos es importante ponerse de
acuerdo en que están en desacuerdo. De ahí nuestra última sugerencia.
7.- Escucha de verdad y ponte en el lugar del otro.
¿Por qué digo escucha «de verdad»? La inmensa mayoría de veces, en medio de un
enfado, lo máximo que hacemos es oir al otro, pero raras veces le escuchamos.
Escuchar implica un esfuerzo por entender sus reacciones, por qué habrá dicho o
hecho tal cosa, qué razones o explicaciones puedo encontrar a su forma de
actuar. Cuando este esfuerzo es mutuo, la paz viene sola.
A pesar de todo ello, no siempre es posible «ventilar el
tema» el mismo día, antes de acostarse. A veces, incluso es preferible no
hacerlo porque alguna de las dos partes está muy encendida y el fuego puede
volver a avivarse si retoman el asunto demasiado pronto. Ya sea por razones de
temperamento o por la naturaleza del problema en cuestión, en ocasiones es
mejor «dormir sobre el asunto», dejarlo enfriar. En este caso, lo ideal es
intentar hablar de nuevo al cabo de uno o dos días. Muchas veces descubrirán
con sorpresa que ya no necesitan hacerlo porque el problema no les afecta
tanto. ¿Qué ha ocurrido? Al apagarse el enojo, el problema motivo de la discusión
ha quedado reducido a su tamaño real, mucho menor del que parecía tener horas
antes. Sí, los sentimientos negativos, en este caso la ira (ocurre también con
la ansiedad, la tristeza y otros sentimientos) siempre nos hacen ver los
problemas mucho mayores de lo que en realidad son.
Estas sugerencias son como semillas. Su siembra paciente,
realizada con humildad y espíritu de oración, es terreno bien abonado para que
el Señor de nuestras relaciones las haga fructificar.
Puede llevar su tiempo, como toda siembra, pero no te
desanimes porque hay alguien aun más interesado que tú en derribar muros de
separación: el Señor Jesús, cuyo ejemplo nos inspira y cuya gracia nos
fortalece en la debilidad.