76 - Una
relación personal con Dios: tiene muchas de las mismas características que
distinguen una relación personal entre dos amigos. Estos factores incluyen
cierto grado de:
•Reconocimiento mutuo: cada uno conoce al otro.
•Apertura mutua: cada uno puede acercarse al otro.
•Intereses mutuos: cada uno comparte con el otro.
•Respeto mutuo: cada uno honra al otro. Una relación
personal significa más que saber de o acerca de alguien. Podríamos decir que
conocemos al presidente de nuestro país. Pero, si el presidente no puede
reconocernos en una multitud, si no
tenemos acceso a él, o si nunca hemos compartido nuestros pensamientos,
sentimientos ni decisiones, estamos hablando de una amistad que en realidad no
existe.
Una relación con Dios es similar. Si nuestra amistad
es verdadera, vamos a darle la bienvenida a Dios en nuestras vidas. Nuestras
acciones mostrarán que creemos que Él es la clase de persona que deseamos en
nuestros hogares, en nuestros planes, en nuestras alegrías y en nuestras penas.
Una relación con Dios es más, pero no menos, que
cualquier otra relación.
UNA RELACIÓN ESPIRITUAL
Hay quienes afirman haber visto a Dios, haberlo
escuchado audiblemente, y haber sentido que los tocaba físicamente. Esas
experiencias son posibles. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento se
caracterizan por ese tipo de encuentros milagrosos que cambiaron la vida de algunos
(Isaías 6:1-8). Dios ha mostrado, a
través de la Biblia, que es libre de revelarse a Sí mismo como Él quiera.
Sin embargo, esos encuentros sobrenaturales fueron
la excepción y no la regla. Aunque profetas como Isaías, Moisés y Ezequiel
tuvieron visiones de Dios que cambiaron sus vidas, no se pasaron el resto de su
existencia enseñando a otros a tener experiencias similares.
Conocer a Dios no significa que hemos de verle
visiblemente. No necesitamos esperar ver visiones ni tener sueños que
transformen nuestra existencia. Podemos tener un encuentro con Dios con los
ojos de nuestro entendimiento.
Puesto que Dios es el Espíritu todopoderoso y
omnipresente, se puede revelar a un nivel más profundo que el de nuestros
sentidos físicos.
El Dios que
hizo el mundo es más que capaz de revelar la verdad acerca de Sí mismo a
cualquiera que desee conocerla para ponerla en práctica (Juan 7:17; Efesios
1:17-18). También puede ocultar la luz a aquellos que están más interesados en
evitar la verdad que en encontrarla.
Escuchar a Dios no significa que tengamos que oírle
audiblemente. Hay veces, cuando podríamos desear que Dios rompiese el silencio
y susurrase algo en nuestros oídos. En cualquier caso, no es necesario que haga eso. Si solo
escuchamos silencio, es el impuesto por nosotros mismos.
Para los que quieren oír, a Dios se le puede
escuchar constantemente a través de la sabiduría eterna de su Libro. Allí y a
través de la naturaleza (Salmo 19:1-11), Él siempre nos está hablando.
Nuestro problema generalmente no es que Dios no
hable, sino más bien que no queremos escuchar lo que Él ya ha dicho.
Por esa razón, tenemos que tomar muy en serio las
palabras del autor del libro de Hebreos, quien escribió: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no
endurezcáis vuestros corazones como en la provocación…» (Hebreos 3:7-8). Nuestra oportunidad de escucharle en cada
página de la Biblia es un privilegio que conlleva un alto grado de
responsabilidad.
El Dios que hizo el mundo puede ser visto y oído
fácilmente por aquellos que honestamente desean conocerle. Estar cerca de Dios
no tiene que ver con la ubicación. Es común pensar que hemos de asistir a la
iglesia para encontrarnos con Dios. Eso tiene sentido. Nos encontramos con los
amigos en lugares y a horas determinadas. No obstante, aunque Dios usa cultos y
locales específicos, no está limitado a ellos. Promete encontrarse con nosotros
en lugares del corazón. Desea que hagamos de nuestros corazones Su hogar.
Santiago reconoció esto cuando dijo: «Acercaos a Dios, y él se acercará a
vosotros» (Santiago 4:8). No dice nada de hacia dónde ir. No nos dice que
vayamos a la montaña más alta de nuestra región, ni al santuario del templo más
solitario. Más bien, Santiago nos dice que nos humillemos ante el Señor (4:10).
Nos da razones para creer que, dondequiera que lo hagamos, allí estará el Señor
con nosotros.
David, compositor de canciones, rey y hombre con un
corazón «conforme a Dios», nos muestra por qué es así. Profundamente humillado
por la constante e inevitable presencia de Dios (Salmo 139:1-6), oró:
¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si
subiere a los cielos, allí estás tu; y si en el Seol hiciere mi estrado, he
aquí, allí tú estás.
Si
dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá
alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti […] Despierto, y aún estoy
contigo
(Salmo 139:7,
8, 11, 12 y 18).
La cercanía de Dios no es asunto de ubicación, sino
de si tenemos lugar en nuestros corazones para Él.
Dios se encuentra a la corta distancia de un corazón
humillado.
Conocer a Dios no es asunto de saberlo todo acerca
de Él. Esta podría ser la declaración más modesta de todas. Solo la persona
más arrogante afirmaría haber entendido
completamente a Dios. Conocer al Señor no es ser un perito en Dios. En el mejor
de los casos, podemos exclamar junto con el apóstol Pablo:
Romanos
11:33-34. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de
Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque
¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?
Dadas las limitaciones de esta vida, nuestras mentes
apenas pueden comenzar a asir el significado de las palabras que describen a
Dios, tales como: eterno, infinito, todopoderoso, omnisciente y omnipresente.
No obstante, puesto que Él ha hecho que sea posible conocerle, podemos empezar
un proceso de descubrimiento que no tendrá fin. Podemos conocer a Dios porque
Él ha venido a nosotros, en nuestros términos, para invitarnos a Sí, en sus
términos.
Según testigos oculares de los Evangelios del Nuevo Testamento, Dios
se nos reveló en una persona que caminaba sobre el agua, controlaba los cielos,
sanaba manos secas, restauraba la visión y curaba llagas sangrantes. Alimentó a
miles con una pequeña cantidad de comida, echaba fuera demonios, resucitaba
muertos, amaba profundamente y enseñaba con sabiduría.
Los que se encuentren con Dios ahora tendrán toda la
eternidad para conocerle.
Viviendo una vida sin pecado, cumplió las
predicciones del Antiguo Testamento, afirmó ser el Mesías prometido, y
sacrificó su propia vida para obtener el perdón de pecados para todos los que
confiasen en Él. Fue esta persona, conocida desde entonces como Jesús el
Mesías, quien dijo: «El que me ha visto a
mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9).
Por tanto, según la Biblia, una relación personal
con Dios no es solo espiritual, sino que también es una relación
Cristocéntrica.
UNA RELACIÓN CRISTOCÉNTRICA
Los mediadores desempeñan a menudo un papel
importante en la resolución de disputas familiares, laborales y legales. Cuando
las personas se irritan, se pierde la perspectiva, se detiene la comunicación y
se da paso a la testarudez. En esos casos, un árbitro puede muchas veces
aportar una perspectiva fresca y un plan de resolución.
El mediador máximo es Cristo.
En ningún otro caso se
necesita más un intermediario que al tratar de resolver el conflicto y la
separación que existe entre el hombre y Dios. Nuestro pecado personal ha
abierto un abismo tan profundo y ancho que es imposible que uno de nosotros
pueda tener acceso a Dios por nuestra propia cuenta. Sin un mediador, nunca
podremos superar la alienación del afecto y la interrupción de la comunicación
que se ha producido entre nosotros.
Dios es, en cierta forma, como el padre (o la madre)
que observa a su hijo fugitivo meterse en tantos problemas con la justicia como
para perder toda esperanza.
Por más que el padre quiera abrazar al hijo y
llevarlo de nuevo a casa, no puede. La ley tiene que cumplirse. Ha de hacerse
justicia. Se ha contraído una deuda con la sociedad que debe pagarse y hay que
hacer cumplir la ley. Para satisfacer esa necesidad, Cristo vino como mediador
y pacificador entre nosotros y Dios (1 Timoteo 2:5).
No hay palabras para describir justamente la
importancia del papel de mediador de Cristo. Sin su intervención a favor
nuestro, nunca podríamos resolver nuestras diferencias con Dios (Juan 14:6).
Sin el apremio de su amante Espíritu, nunca querríamos hacerlo. Jesús merece
nuestro agradecimiento, admiración y afecto eternos. Cuando canceló nuestra
deuda con la ley absorbiendo nuestro castigo, demostró ser un amigo sin igual.
Cuando se levantó de entre los muertos para ser vida y ayuda a todos los que
confiaran en Él, nos dio el fundamento de una esperanza imperecedera. Cuando
subió a la diestra del Padre a interceder por nosotros y a ser nuestro abogado
personal, aseguró que nos daría lo que nunca podría ofrecer la mera religión o
un sistema de creencias. Él se ha dado a Sí mismo para ser la solución de
nuestros problemas diarios, para revelarnos a Dios, y para guiarnos a una
relación personal con su Padre.
El cristianismo es Cristo. Como bien lo señala W. H.
Griffith Thomas en su libro en inglés del mismo título, este es el verdadero
corazón de la fe cristiana. No hemos sido llamados a un sistema de leyes,
tradiciones ni ideas inspiradoras.
No hemos sido llamados a la Iglesia, ni a una causa
moral, ni a una regla de oro de amor cristiano. Ni siquiera hemos sido llamados
a la Biblia. Hemos sido llamados a Cristo, la Persona mediadora de quien habla
toda la Biblia.
El apóstol Pablo comprendió la necesidad de tener
una relación con Dios Cristocéntrica. En 1 Corintios 1:1-9 expresó claramente
que no estaba promoviendo un sistema de ideas. Estaba hablando de una relación
con Dios basada en:
•Cristo, a quien servimos (v. 1).
•Cristo, quien santifica a los cristianos (v.
2).
•Cristo, cuyo nombre invocan los cristianos (v. 2).
•Cristo, nuestro Señor (v. 2).
•Cristo, quien nos da gracia y paz (v. 3).
•Cristo, quien nos trajo la gracia de Dios (v. 4).
•Cristo, quien nos ha enriquecido en todas las cosas
(v. 5).
•Cristo, quien ha sido confirmado por la experiencia
(v. 6).
•Cristo, a quien esperamos ansiosamente (v. 7).
•Cristo, quien nos preservará hasta el fin (v. 8).
•Cristo, cuyo día vendrá (v. 8).
•Cristo, con quien Dios nos ha unido (v. 9).
La obsesión de Pablo no era un sistema nuevo de
pensamiento, una ética, una enseñanza, una forma de organización eclesiástica
ni un nuevo programa. Era la Persona que había llegado a conocer como mediador
entre Dios y los hombres (1 Timoteo
2:5). Era la Persona que, no solo murió para pagar por los pecados de
Pablo (1 Corintios 15:3), sino la que también, a través de su Espíritu, estaba
viviendo su vida a través de Pablo (Gálatas 2:20) y era su vida misma
(Filipenses 1:21).
Recibir a Cristo es iniciar la santidad. Apreciar a
Cristo es avanzar en la santidad. Pero tener a Cristo siempre presente sería la
santidad completa. —J. Hudson Taylor
¿Somos nosotros así de Cristocéntricos? ¿Nos damos
cuenta de que el verdadero cristianismo se encuentra en la Persona viviente y
la personalidad del Cristo resucitado? ¿Hemos aprendido que Cristo es y debe
ser el centro de una relación personal con Dios? ¿Nos damos cuenta de que,
adondequiera que miremos, allí está Cristo?
Si miramos atrás, Cristo es nuestro Creador
(Colosenses 1:16)
Si miramos hacia el futuro, Cristo es nuestro Juez
(2 Corintios 5:10).
Si miramos hacia arriba, Cristo es Salvador y Señor
(Filipenses 2:5-11).
Si miramos hacia abajo, Cristo es nuestro
sustentador (Colosenses 1:17).
Si miramos hacia la derecha, Cristo es nuestro
Maestro (Mateo 23:8).
Si miramos hacia la izquierda, Cristo es nuestro
Abogado (1 Juan 2:1).
Si miramos adentro, Cristo es nuestra vida (Gálatas
2:20).
Sin duda, una relación personal con Dios debe ser
Cristocéntrica. Solo Cristo nos puede llevar a Dios, limpiarnos de la constante
contaminación del mundo y ser nuestra Fuente de vida y ayuda en todo tiempo.
Es Cristo, la Palabra viva, quien revela, define y
expresa la personalidad del Padre y quien debería estar continuamente en
nuestros pensamientos como Señor y Vida. Es Él quien, por su Espíritu, está
constantemente presente en todos y con todos los que han depositado su fe en Él
(Mateo 28:19-20). Mat 28:19 Por tanto, id, y haced discípulos a
todas las naciones,(B) bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo;
Mat 28:20 enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Rom 15:5 Pero
el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo
sentir según Cristo Jesús,
Rom 15:6 para
que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo.
(Artículos extraídos y adaptados del librito ¿Qué es
una relación personal con Dios.