70 - Yo también
santo?
La santidad no goza de sobrada simpatía en nuestros días.
Algunos la consideran una cualidad especial propia de unos pocos que sobresalen
por una insólita piedad, sin que el común de los cristianos ni siquiera la
deseen.
Sin embargo, renunciar
a la santidad equivale a menospreciar la vocación con que Dios nos ha llamado.
Ya en los tiempos remotos del Antiguo Testamento Dios ordenó a Moisés que
convocara a todo el pueblo para transmitirle un mensaje de vital importancia:
«Santos
seréis, porque santo soy yo, Yahveh, vuestro Dios»
Levitico. 19:2 2Habla
a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque
santo soy yo Jehová vuestro Dios.
frase sentenciosa seguida de un resumen práctico de la ética
israelita ( Lv. 19:3). 3Cada
uno temerá a su madre y a su padre, y mis días de reposo* guardaréis. Yo Jehová
vuestro Dios
En
este resumen sentencioso salta a la vista que la santidad no era tanto una
cuestión de ritos religiosos como una guía de conducta moral reguladora de las
relaciones humanas
(
Lv. 19:3-37).
3Cada uno
temerá a su madre y a su padre, y mis días de reposo* guardaréis. Yo Jehová
vuestro Dios. 4No os volveréis a los ídolos, ni haréis para vosotros
dioses de fundición. Yo Jehová vuestro Dios.
5Y cuando ofreciereis sacrificio de ofrenda de paz a
Jehová, ofrecedlo de tal manera que seáis aceptos. 6Será comido el
día que lo ofreciereis, y el día siguiente; y lo que quedare para el tercer
día, será quemado en el fuego. 7Y si se comiere el día tercero, será
abominación; no será acepto, 8y el que lo comiere llevará su delito,
por cuanto profanó lo santo de Jehová; y la tal persona será cortada de su
pueblo.
9Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás
hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. 10Y
no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y
para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios.
11No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al
otro. 12Y no juraréis falsamente por mi nombre, profanando así el
nombre de tu Dios. Yo Jehová.
13No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No
retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana. 14No
maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás
temor de tu Dios. Yo Jehová.
15No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al
pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo. 16No
andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo.
Yo Jehová. 17No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás
con tu prójimo, para que no participes de su pecado.
18No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de
tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.
19Mis estatutos guardarás. No harás ayuntar tu ganado
con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y
no te pondrás vestidos con mezcla de hilos.
20Si un hombre yaciere con una mujer que fuere sierva
desposada con alguno, y no estuviere rescatada, ni le hubiere sido dada
libertad, ambos serán azotados; no morirán, por cuanto ella no es libre.
21Y él traerá a Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión, un
carnero en expiación por su culpa. 22Y con el carnero de la
expiación lo reconciliará el sacerdote delante de Jehová, por su pecado que
cometió; y se le perdonará su pecado que ha cometido.
23Y cuando entréis en la tierra, y plantéis toda clase
de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo primero de su fruto;
tres años os será incircunciso; su fruto no se comerá. 24Y el cuarto
año todo su fruto será consagrado en alabanzas a Jehová. 25Mas al
quinto año comeréis el fruto de él, para que os haga crecer su fruto. Yo Jehová
vuestro Dios.
26No comeréis cosa alguna con sangre. No seréis
agoreros, ni adivinos. 27No haréis tonsura en vuestras cabezas, ni
dañaréis la punta de vuestra barba. 28Y no haréis rasguños en
vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo
Jehová.
29No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, para
que no se prostituya la tierra y se llene de maldad. 30Mis días de
reposo* guardaréis, y mi santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová.31No
os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis,
contaminándoos con ellos. Yo Jehová vuestro Dios.
32Delante de las canas te levantarás, y honrarás el
rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová.
33Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra
tierra, no le oprimiréis. 34Como a un natural de vosotros tendréis
al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque
extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios.
35No hagáis injusticia en juicio, en medida de tierra,
en peso ni en otra medida. 36Balanzas justas, pesas justas y medidas
justas tendréis. Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto.
37Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos
por obra. Yo Jehová.
En el Nuevo Testamento «santos» son todos los creyentes
unidos a Cristo mediante una fe viva, es decir, todos los «santificados en
Cristo Jesús, llamados santos»
Romanos 1:7; a todos los que estáis en Roma,
amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro
Padre y del Señor Jesucristo. 1 Corintios. 1:2). a la iglesia de Dios que está en
Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos
los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor
de ellos y nuestro:
El nombre de «santos» no es, pues, un calificativo reservado
a cristianos supereminentes, una elite de creyentes distinguidos por sus
virtudes extraordinarias y su consagración a Cristo.
La santidad es inherente a la condición de redimido en
Cristo,
Efesios 1:4). 4según
nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de él,
Pablo añade que el gran propósito de Dios es que seamos
«santos y sin mancha e irreprochables delante de él»
Colosenses 1:22) 22en
su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin
mancha e irreprensibles delante de él;.
Y Pedro, en su primera carta, escribe: «Como aquel que os
llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir,
porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo»
1 Pedro 1:15). 15sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir;
Hasta tal punto se destaca la santidad en el Nuevo Testamento
que viene a ser un elemento de identificación de todo verdadero cristiano.
Quien tiene en poco vivir santamente tiene motivos para
empezar a dudar de la autenticidad de su fe. Es muy solemne la exhortación de
la carta a los Hebreos: «Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual
nadie verá al Señor. Mirad bien para que nadie deje de alcanzar la gracia de
Dios»
Hebreos 12:14-15). 14Seguid
la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. 15Mirad
bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna
raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;
Miradlo «bien», con seriedad, sin caer en criterios y formas
de cristianismo acomodadizos. No nos es concedida libertad para escoger el
grado de piedad que mejor nos parezca. Menos podemos acomodarnos a una ética de
permisividad, de manga ancha, en la que todo puede resultar aceptable.
Al discípulo cristiano se le impone la renuncia a toda forma
de autonomía moral; se ha de mantener siempre a la sombra de la cruz, atento a
las palabras del Maestro, decidido a vivir en conformidad con ellas. Un
cristiano light, sin compromiso, temeroso de que se le tilde de fanático
o beato, suele asemejarse mucho a la sal que ha perdido su sabor peculiar; «no
sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres»
Mateo 5:13 13Vosotros sois la sal de la tierra; pero
si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino
para ser echada fuera y hollada por los hombres.
Si invocamos a Cristo como SEÑOR, él -no nosotros- es quien
ha de fijar los parámetros determinantes de nuestro modo de seguirle. La «gracia barata», , acaba no siendo nada.
El concepto bíblico de santidad
Son muchos los textos de la Escritura que arrojan luz sobre
el significado de la santidad cristiana; pero uno de ellos sintetiza
magistralmente lo fundamental de la misma.
Es el de Romanos 12:1-2: «Por lo
tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero
culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta.»
Debe notarse atentamente el comienzo de este pasaje: Las
palabras «por lo tanto» son un nexo de unión con todo lo que el apóstol ha
enseñado en los capítulos precedentes de la carta ( Ro. 1-11).
Todo es una manifestación de las «misericordias de Dios»: la
revelación del Evangelio, su rasgo de universalidad, la obra redentora de
Cristo, la acción del Espíritu Santo, la liberación de la tiranía de la carne y
la transformación del creyente a semejanza de su Salvador -con el que se ha
identificado-, la seguridad de la salvación en el marco de la providencia,
seguridad que Dios nos da en Cristo sin distinción de etnias, conforme a la
elección divina. Todo ha sido planeado y realizado por el amor infinito de
Dios.
Esta gracia nos convierte en deudores. Si Dios tanto nos ha
dado, es lógico que correspondamos a su bondad con nuestra gratitud, a su
generosidad con nuestra consagración.
Es lo que Pablo demanda de los creyentes con admirable
delicadeza pastoral. No usa un tono de autoridad, como en su carta a los
Gálatas. Se expresa en términos de apelación razonables, suaves, los más
adecuados para que su ruego tenga efecto positivo: «Os ruego por las
misericordias de Dios...»
El meollo de la conducta santa
«...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto.»
En el culto israelita el holocausto era el sacrificio más
gráfico cuando se quería expresar la plena dedicación del oferente a Dios. La
víctima era totalmente consumida por el fuego. Y aquí Pablo resalta el
contraste entre el holocausto (animal muerto) y el «sacrificio vivo» del
creyente que se consagra plenamente a Dios para vivir conforme a su voluntad.
Esa es la mejor manera de adorarle.
La presentación del cuerpo se refiere a la totalidad del
mismo y a cada una de sus partes. El cuerpo en su conjunto debe ser considerado
con mente abierta a la sensibilidad cristiana. La concepción cristiana del
cuerpo dista mucho de la filosofía griega, que veía en él una abominable cárcel
del alma. En sí el cuerpo no es ni bueno ni malo. Su naturaleza moral depende
del uso que de él se haga.
Antes de la conversión, los miembros del cuerpo eran
«instrumentos de iniquidad» Ro. 6:13, 3ni
tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad,
sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y
vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. de
impureza y desorden
Ro. 6:19; 9Hablo
como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad
presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad,
así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la
justicia.
Pero la conversión lo transforma todo. Los mismos miembros
que habían estado al servicio del pecado se convierten en «instrumentos de
justicia»
Ro. 6:13. ni tampoco presentéis vuestros
miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros
mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como
instrumentos de justicia.
Ro. 6:22. 22Mas
ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis
por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
La boca que en otro tiempo se había abierto para injuriar a
Dios y para difamar o engañar, ahora se abre para alabarle y proclamar la
salvación en Cristo; las manos que habían ejecutado numerosas acciones malas
abundan en «buenas obras que de antemano dispuso Dios que las practicáramos»
Ef. 2:10; Porque somos hechura suya, creados
en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas.
Los pies que habían corrido para unirse a los impíos en sus
caminos de maldad, ahora se dirigen a la casa de Dios y al encuentro de la
persona necesitada de consuelo y ayuda. El «yo», que en el pasado había sido
centro de la vida se ha rendido al señorío de Cristo. Pero no sólo los miembros
en su particularidad deben ser santificados.
La totalidad del cuerpo, como unidad indivisible, ha de ser
una ofrenda presentada a Dios diariamente.
Ese modo de entender la ofrenda corporal a Dios es de
especial importancia en un mundo en el que frecuentemente se ensalza el culto
al cuerpo. ¿Qué vemos en el espejo ante el que pasamos ratos prolongados? Por
lo general, un Narciso enamorado de sí mismo que busca enamorar a otros. ¿En
qué se inspiran, si no, las modas en el vestir con sus peculiaridades de
provocación sexual? No debe olvidarse que es el cuerpo el campo en que se
libran duros combates contra «el demonio, el mundo y la carne».
No es extraño que en muchos periodos de la historia de la
Iglesia se haya visto el cuerpo como encarnación del mal. ¡Error
injustificable!. La abominación del cuerpo como algo intrínsecamente malo tiene
sus raíces en antiguas filosofías de los primeros siglos. Pero el cuerpo en sí
carece de identidad moral.
El
cuerpo del primer hombre fue obra de Dios, Gn. 1:31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto..
Y del cuerpo del creyente en Cristo se nos dice que es
«templo del Espíritu Santo» 1 Co. 3:16,
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en vosotros?
1 Co. 6:15. No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros
de una ramera? De ningún modo.
Pero ese templo puede ser profanado, y lo es siempre que
hacemos de él un instrumento de pecado. Pero tal profanación está vedada a
quienes han pasado de las tinieblas a la luz, de la inmundicia a la pureza, del
desvarío a la sensatez, de la muerte espiritual a una vida nueva.
Pablo se regocija por el cambio operado en los creyentes: Ro. 6:17-18. 17Pero
gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de
corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18y
libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Esa liberación es la clave de la santificación. Dios espera
que ésta sea la experiencia de todo hijo suyo. Ello es signo de la verdadera
identidad cristiana. No es, pues, algo que podemos aceptar o soslayar según
nuestro humano criterio. No lo olvidemos: «Sed santos, porque yo soy santo».
¿Qué forma de cristianismo viviremos?
Pablo amplía su pensamiento cuando dice: «No os conforméis a este mundo, sino transformaos por la renovación de
vuestra mente para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable
y perfecta» Ro. 12:2.
El verbo «con-formar-se» aquí significa adoptar la forma -el
modo de ser- del mundo, como si éste fuese un molde. Lo que Pablo quiso decir
es: «No adoptéis las ideas, los criterios, los valores, las prácticas, del
mundo».
La razón de esa abstención es que el mundo equivale al
«presente siglo malo», dominado por «el dios de este siglo» Gá. 1:4, el cual se dio a sí mismo por
nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad
de nuestro Dios y Padre, 2 Co. 4:4). en los cuales el dios de este siglo
cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz
del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
En el mundo occidental, pero también en otros lugares, de
manera abierta o solapada, el mundo vive en oposición a Dios. Los valores
morales y religiosos se subestiman o se diluyen en un laicismo inoperante.
Están en auge el materialismo, el hedonismo, el placer de las drogas, la
obsesión sexual. Y todo agravado por la arrolladora influencia de los medios de
comunicación. Multitud de personas quedan atrapadas en el «molde» de esa
situación y reproducen en sus ideas y en su modo de vivir -y aun de vestir- lo
que ven en los «famosos» de turno. Resultado: una vida vacía, intrascendente,
amargamente insatisfactoria. Caer en los moldes del mundo es reconocer una
pérdida de la propia identidad, de la capacidad para discernir y decidir.
El cristiano debe evitar a toda costa ese empobrecimiento de
la propia personalidad.
Por el contrario, ha de tomarse en serio la segunda parte de
la exhortación de Pablo: «..., sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta».
El verbo que usa aquí el apóstol es «metamorfo», del
cual se deriva la palabra «metamorfosis». Ello nos hace pensar en una
transformación profunda, total. No podemos darnos por satisfechos con un cambio
parcial (abandono de ciertas prácticas impropias de un cristiano, asunción de
algunas prácticas piadosas, etc.).
Se trata de hacer de Cristo nuestro molde moral y espiritual
a fin de que su imagen se reproduzca fielmente en nosotros. Así lo entendía
Pablo al escribir otro de sus textos:
«Por
tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en
un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la
misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor» 2 Co. 3:18.
¿Yo también?
Si soy cristiano coherente, ¡por supuesto!
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