84 - Problemas
de la autoestima
Pocas cosas son tan difíciles como la valoración de un ser
humano, pues nada hay más complejo y contradictorio que la personalidad de
cualquier hombre o mujer. En cualquier caso pueden observarse cualidades
positivas, valores indiscutibles, rasgos de carácter admirables. No podemos
perder de vista que toda persona tiene una dignidad original, pues sigue
conservando la imagen de Dios ( Gn.9:6), por más que en su conducta
sobresalgan las inclinaciones propias de un ser moralmente caído.
Pero al mismo tiempo -a menudo en la misma persona- se
observan características poco o nada loables. Nuestros semejantes nos juzgan
por lo que ven en nosotros, y ello nos mueve a aparentar lo que en realidad no
somos o tenemos. Incluso cuando nos juzgamos a nosotros mismos nos cuesta ser
sinceros y vernos tales como somos, con lo que damos una falsa imagen que
dificulta nuestras relaciones con quienes nos rodean (en la familia, en la
iglesia, en la esfera de trabajo, etc.).
No obstante, también podemos minusvalorarnos al fijar de modo
obsesivo nuestra atención en nuestros defectos y carencias. Es triste que un
creyente se diga: «Soy una nulidad, un don nadie». Eso, además de triste, es
falso. Conviene, pues, ser objetivos y equilibrados, de modo que la imagen de
nuestra persona y nuestra vida sea la que en nosotros ve Dios. A la luz de su
verdad, consideremos esta delicada cuestión.
Autovaloración
por exceso
El apóstol Pablo ya previno a los creyentes de Roma para que
no cayeran en un autoengaño reprobable: «que nadie tenga de sí más alto
concepto que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura»
Ro. 12:3. 3Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no
tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Nada más falso y repulsivo que los aires de superioridad con
que se mueven los arrogantes. Su modo de hablar, sus modales, su afán
incontrolado de sobresalir entre sus semejantes, su deseo de dominarlos. En su
opinión, sus conceptos son siempre los correctos; sus sugerencias, las más
acertadas; quienes les contradicen no pasan de ser pobre ignorantes.
La
realidad, sin embargo, es muy otra. El verdadero sabio entiende que: Pr. 8:13. El temor de Jehová es
aborrecer el mal;
La soberbia y
la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco.
La vanagloria, a su vez, no es resultado de una ambición
encubierta de la que no se es consciente. Tampoco es una reacción inconsciente
para superar sentimientos de inferioridad
Pese a todo, cuando de algún modo uno se examina a sí mismo
con objetividad y sinceridad, a la luz de la Palabra santa, ha de admitir la
existencia en su vida de elementos claramente pecaminosos que Dios condena:
«Cualquiera que se ensalzare será humillado» ( Mt. 23:12). 2Porque el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido. Más tarde o más
temprano, quien busca desmedidamente su propia elevación acaba abatido por su
vanidad.
La
arrogancia siempre acarrea la desestimación de Dios y el rechazamiento de los
hombres.
altivez de los
ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y
soberbia de los
hombres será humillada; y solo Jehová será exaltado en aquel día.!
En la Escritura hallamos ilustraciones impresionantes del fin
de los arrogantes. He aquí una muestra:
El rey Uzías, «cuando ya era fuerte su corazón, se enalteció
para su ruina (...) entrando en el templo de Yahveh para quemar incienso en el
altar». En su ensoberbecimiento, parece no tener suficiente con la corona real,
por lo que usurpa una de las funciones reservadas exclusivamente a los
sacerdotes. Y el juicio divino sobre él se manifiesta súbitamente con una lepra
que desfigura repulsivamente su rostro
( 2 Cr. 26:16-21). 16Mas
cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló
contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en
el altar del incienso. 17Y entró tras él el sacerdote Azarías, y con
él ochenta sacerdotes de Jehová, varones valientes. 18Y se pusieron
contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar
incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados
para quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para
gloria delante de Jehová Dios. 19Entonces Uzías, teniendo en la mano
un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira; y en su ira contra los
sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la
casa de Jehová, junto al altar del incienso. 20Y le miró el sumo
sacerdote Azarías, y todos los sacerdotes, y he aquí la lepra estaba en su
frente; y le hicieron salir apresuradamente de aquel lugar; y él también se dio
prisa a salir, porque Jehová lo había herido. 21Así el rey Uzías fue
leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por
lo cual fue excluido de la casa de Jehová; y Jotam su hijo tuvo cargo de la
casa real, gobernando al pueblo de la tierra.
No menos impresionante es la historia de Babilonia. El solo
nombre de la gran ciudad, capital de un imperio, suscitaba terror. Babilonia se
encumbró sobre los pueblos del Medio Oriente, pero fue abatida y humillada por
el soberano juicio de Dios.
Lo predicho por
Isaías y Jeremías tuvo cabal cumplimiento ( Is. 13:199Y
Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será
como Sodoma y
Gomorra, a las que trastornó
Dios., Leer estos registros: Jer. 51:12-64) Hasta aquí son las palabras
de Jeremías..
Sus profecías se
resumen en un vaticinio sobrecogedor: ( Is. 13:19). 9Y
Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será
como Sodoma y Gomorra, a las que trastornó Dios. ( Jer. 51:25). 25He
aquí yo estoy contra ti, oh monte destruidor, dice Jehová, que destruiste toda
la tierra; y extenderé mi mano contra ti, y te haré rodar de las peñas, y te
reduciré a monte quemado.
En el Evangelio de Lucas encontramos la figura del fariseo
engreído que oraba no a Dios, sino a sí mismo: «Te doy gracias, oh Dios, porque
no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros (...) Ayuno dos
veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Mientras que el publicano (cobrador de impuestos), de pie y a
bastante distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba
el pecho diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador» ( Lc. 18:11-14). 1El
fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni
aun como este publicano; 12ayuno dos veces a la semana, doy diezmos
de todo lo que gano. 13Mas el publicano, estando lejos, no quería ni
aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé
propicio a mí, pecador. 14Os digo que éste descendió a su casa
justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será
humillado; y el que se humilla será enaltecido.
El primero, en su
narcisismo religioso, rebosaba satisfacción, pero la aprobación de Jesús fue
otorgada al segundo.
Un último ejemplo aleccionador: la iglesia de Laodicea había
caído en una presunción ridícula: afirmaba que era rica y de nada tenía
necesidad; pero el Señor veía su situación real de modo muy diferente: «No
sabes que tú eres un desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo» ( Ap. 3:17).
Ese contraste valida la máxima en boga en nuestros días: «Dime de qué te jactas
y te diré de qué careces».
Los ejemplos que acabamos de considerar nos deben llevar a
examinarnos a nosotros mismos con realismo y humildad. Lo que importa no es lo
que pienso yo de mí mismo.
Lo que en definitiva vale es el juicio de Dios, ( 1 Co. 4:4) 4Porque
aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que
me juzga es el Señor..
Partiendo de esa verdad deduce Pablo un elemento preventivo
contra el envanecimiento ( 1 Co. 4:6) Pero esto, hermanos, lo he
presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en
nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa
de uno, os envanezcáis unos contra otros. 7.
Si algo tengo, si algo me eleva y dignifica, todo es en
último término un don de la gracia de Dios:
1 Co. 4:7 7Porque
¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste,
¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?.
Seguramente, el lector consciente de lo ridículo y peligroso
de la arrogancia se esforzará en cultivar la virtud de la humildad. Deseo
noble, pero no exento de errores. Una modestia mal entendida puede anular
cualidades y talentos admirables que no deben ser negados, sino orientados y
adecuadamente potenciados. Esto nos lleva al segunda punto de nuestro tema:
Autoestima
disminuida
Muchas personas se ven atenazadas por paralizantes
sentimientos de inferioridad. ¡Qué profundo drama se oculta tras frases como
«No valgo nada», «Para nada sirvo», «Soy un fracasado», «Cualquiera es más
inteligente que yo»!
La persona que hace ese tipo de declaraciones no se conoce
bien a sí misma. Y aun menos conoce a Dios. Desde el principio, Dios quiso
asociar al hombre a su obra de mantenimiento de la creación ( Gn. 2:15) 15Tomó,
pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo
labrara y lo guardase.
1, para lo cual le dio la capacidad necesaria.
Y en la nueva creación los redimidos son hechos miembros del
cuerpo de Cristo, la Iglesia. ¿Piensa alguien que esos miembros son puestos en
la Iglesia como elementos decorativos? Su finalidad es realizar la obra que
Cristo le ha encomendado: la predicación del Evangelio para la extensión de su
Reino. No ha sido formada primordialmente para exhibición, sino para la acción.
A tal fin se ha dotado a la Iglesia con los dones del Espíritu Santo.
Es verdad
que hay factores genéticos y ambientales que en gran parte determinan la
formación
de nuestro
carácter, de nuestras capacidades y de nuestras propensiones; pero todo, en
último término, está en las manos de Dios
Sal. 139, especialmente los
versículos 13-18). 3 Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste
en el vientre de mi madre.
14 Te alabaré; porque formidables,
maravillosas son tus obras;
Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien.
15 No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien
que en oculto fui formado,
Y entretejido en lo más profundo de la tierra.
16 Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro
estaban escritas todas aquellas cosas
Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas.
17 ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus
pensamientos!
¡Cuán grande es la suma de ellos!
18 Si los enumero,
se multiplican más que la arena; Despierto, y aún estoy contigo.
Él lo controla y dirige todo por encima de
cualquier otra circunstancia. Él sabe coordinar sus propósitos con el curso de
su Providencia y la acción de su Espíritu, para la realización de sus planes,
ello superando nuestras debilidades, carencias y resistencias.
El pueblo de Israel había sido un fiasco
como «siervo» de Dios; sin embargo, Dios le dice: «A mis ojos fuiste de gran
estima; fuiste honorable y yo te amé»
( Is. 43:4) Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste
honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.
.
Ciertamente,
mucho más importante que nuestra autoestima es la estimación de Dios. Así lo vemos en los ejemplos de tres
hombres de la Biblia:
Moisés
Llamado por Dios para que pidiese al faraón la liberación de
Israel, su primera reacción es negativa. Se siente incapaz de llevar a cabo tan
descomunal empresa. Sus primeras palabras revelan lo pobre de su autoestima:
«¿Quién soy yo para que vaya al Faraón y saque a los hijos de Israel?» ( Éx. 3:11) 1Entonces
Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de
Egipto a los hijos de Israel?. «Quien soy yo?» He aquí la gran pregunta que ha inquietado a
infinidad de seres humanos.
Moisés se veía como lo que era: un proscrito en el desierto
de Madián. Dios le explica minuciosamente lo que va a hacer por medio de él,
pero nada le convence, y busca una excusa de mucho peso: «Señor, nunca he sido
hombre de fácil palabra (...) porque soy tardo en el habla y torpe de lengua» (
Éx. 4:10). 10Entonces
dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni
antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe
de lengua.
¿Qué podía esperarse de la gestión de un tartamudo en la
corte del faraón? Pero la paciencia y la perseverancia de Dios acaba con la
actitud negativa del escogido para ser el líder de su pueblo. Dios está por
encima de nuestras valoraciones y de nuestros criterios racionalistas.
Jeremías
También este gran profeta opuso resistencia al llamamiento de
Dios. Ante lo difícil del plan divino para su ministerio, sólo ve su
inexperiencia y su debilidad. De ahí su negativa inicial: «¡Ah!, ¡ah, Señor
Jehová!, He aquí, no sé hablar porque soy niño» ( Jer. 1:6). 6Y
yo dije: ¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. ¿Niño?
Probablemente
usaba esta palabra para indicar que no tenía aún edad suficiente para asumir
responsabilidades de carácter público. Por consiguiente, pensaría que carecía
de autoridad para comunicar al pueblo la palabra de Dios.
El Señor ya le había revelado su elección y su propósito de
hacer de él su profeta; pero el joven Jeremías no ve el poder de Dios que le
sostendría en medio de sus muchas pruebas. Sólo ve su insignificancia, su
incapacidad para una obra propia de gigantes.
Le faltaba mucho para entender que el poder de Dios se
perfecciona en la debilidad de sus siervos y que «cuando soy débil, entonces
soy fuerte»
( 2 Co. 12:9-10). Y me ha dicho: Bástate mi gracia;
porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me
gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de
Cristo.
10Por lo cual, por amor a Cristo me
gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en
angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Timoteo
El libro de los
Hechos y las cartas de Pablo nos permiten conocer mucho de Timoteo. En ellas
aparece un hombre convertido a Cristo en su juventud. Muy pronto después de su
conversión aparece acompañando a Pablo en su segundo viaje misionero, y cerca
de él se mantiene gozando de la estima del gran apóstol. Sin embargo, nunca se
distingue por hechos espectaculares. Por su carácter, retraído y tímido, y por
su juventud, siempre aparece en un segundo plano. No obstante, su vida y su
ministerio fueron de un valor extraordinario en la causa del Evangelio. Con
todo, parece que siempre tuvo que enfrentarse con problemas de autoestima.
Pablo tuvo que
animarle cuando se veía demasiado joven («Nadie tenga en poco tu juventud» ( 1 Ti. 4:12)) 12Ninguno
tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra,
conducta, amor, espíritu, fe y pureza. o cuando el temor dificultaba su ministerio ( 2 Ti. 1:6-9). 6Por
lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la
imposición de mis manos. 7Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.8Por tanto, no
te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino
participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, 9quien
nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino
según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de
los tiempos de los siglos,
Conclusión
Como hemos podido ver, es difícil lograr una imagen
equilibrada de nuestro yo. Factores como la herencia transmitida por vía
genética, la historia biográfica de cada uno, las aspiraciones más valoradas,
todo contribuye a la formación del carácter y a la determinación de la
conducta; pero el cristiano tiene recursos sobrenaturales que le proporciona la
gracia de Dios mediante la acción del Espíritu Santo.
Por la fe en Cristo, el creyente es hecho una nueva creación,
una imagen renovada de Cristo ( 2 Co. 5:17) 7De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas..
Ello hace posible vivir conforme a «la mente de Cristo que
nos ha sido dada» ( 1 Co. 2:16) 6Porque
¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la
mente de Cristo..
Que sea posible no significa que en nuestra conducta actuemos
siempre como lo haría Cristo en nuestro lugar. Siempre viviremos en tensión:
lucha de la carne contra el espíritu, y no siempre el conflicto se resolverá
victoriosamente.
Pero si de veras queremos agradar al Señor buscaremos conocer
su pensamiento a través de la Escritura; oraremos pidiendo su ayuda para
reproducirlo en nuestros criterios, en nuestros sentimientos, en nuestras
reacciones, buscando no nuestro bienestar o ensalzamiento, sino su gloria.
Cuando
eso sea una realidad en nuestra vida veremos que lo verdaderamente importante
no es la propia imagen, sino la imagen de Cristo reproducida en nosotros. Que
el mundo pueda verla claramente en nuestro vivir diario.
2CORINTIOS 3:18
18Por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.