CORRECCION
II. O TODOS CONTRA TODOS
A veces me sorprende la
seguridad de ciertas personas al afirmar y asegurar su opinión sobre ciertos
temas. En algunos casos, abordan discusiones que llevan cientos y cientos de
años y a las que muchos hombres han dedicado su vida estudiando seriamente las
pruebas, los datos, los idiomas originales, los contextos culturales, sin
llegar a ponerse de acuerdo. Pero de pronto estos hermanos, por la lectura de
algún artículo en internet o de algún librito explicativo, resulta que ya lo
ven con la máxima claridad.
Y no sólo eso, sino que
ahora corres el riesgo de que, cuando se alejen de ti, te condenen como ‘el
nuevo apóstata’ por no ver el asunto con la misma claridad que ellos.
Por supuesto, y nuevamente
lo digo, no me refiero a doctrinas bíblicas fundamentales, ni a conductas
claramente condenadas en la Palabra de Dios. ¡No!
El diablo ha dado vueltas
alrededor de nuestro campamento y ha encontrado una manera muy eficaz de
debilitarnos. Y en muchísimos casos su gran táctica ha sido la distracción, la
división y el inflar nuestro bonito orgullo. Y estos tres han trabajado como
una sola herramienta en su mano. De esta manera perdemos cualquier cantidad de
tiempo y esfuerzo en temas que no sólo no son centrales y provechosos para
nuestra fe, sino que nos van dividiendo en más y más interminables facciones. Y
todo esto para alegría y alabanza de nuestro orgullo.
¿Adán tenía ombligo?
De pronto en la Iglesia hubo
un gran silencio y caras de preocupación. Hasta que un hermano se acomodó su
corbata, subió con mucha seguridad al púlpito y aseguró: “Hermanos, les ruego
que no pongan en duda la Palabra de Dios. Tenemos la total certeza de que Adán
tenía ombligo”. Para esto alguien que había leído cuanto libro encontró sobre
la época de la Reforma y deseoso de constituir una nueva revolución espiritual,
gritó: “¡Hey, alto! ¡Eso es blasfemia! Ya lo dijo Lutero, ‘a menos que se me
convenza por las Escrituras y por la razón misma, no puedo ni quiero
retractarme’. Adán-no-tenía- ombligo”.
Vivieron así por dos años
sumamente duros hasta que finalmente se produjo lo ineludible: la gran división
de los ‘ombliguistas’ y los ‘no ombliguistas’.
Tal vez parezca ridículo o
exagerado. Pero creo que el ejemplo nos puede ayudar a tener cuidado.
Cuando algo te está
distrayendo de las verdades esenciales del evangelio, de los mandatos claros de
la Palabra por los que un día ciertamente darás cuentas: ¡cuidado! Cuando crees
que Dios te está hablando algo que no le ha hablado a nadie en los últimos dos
mil años: ¡cuidado! Todas las sectas comenzaron con un ‘gran iluminado’ viendo
algo nuevo que nadie más había visto. Y mira cómo le fue a Satanás por huir de
la humildad.
Cuando lo primero que hablas
al encontrarte con algún hermano que acabas de conocer es sobre tus grandes
revelaciones sobre tal o cual tema o si enseguida le preguntas si hacen no sé
qué cosa que tu Iglesia sí hace y el resto no: ¡cuidado!
¿Tú, al acercarte a un
cristiano, buscas enseguida ese tema que hace aplaudir a tu orgullo?
Más santo que tú.
Tenemos divisiones de todo
tipo y cada uno dice que la unidad con los otros es imposible debido a que ese
tema que los separa es ineludible y fundamental.
Uso este ejemplo pero hay
miles.
Unos dicen que la Iglesia
debe reunirse en casas y el que lo hace en un local de reunión está fuera de la
forma en que se hacía en el Nuevo Testamento (Romanos 16:5; Filemón 1:2),
olvidándose que también se reunían en el templo (Hechos 2:46; 5:42). Y al
conocerlos sin apenas saber tu nombre te preguntarán: “¿Dónde se reunían los
primeros cristianos?” Por el otro lado están los que si te reúnes en una casa
dirán que eso no es una Iglesia, olvidándose los otros versículos.
Otros no tolerarán que uses
un nombre para la Iglesia y dirán que Pablo prohibió eso en 1 Corintios 3:4.
Mientras, se llenan la boca diciendo que ellos son los únicos cristianos
verdaderos ya que dicen no tener denominación.
Sin darse cuenta que
justamente lo que Pablo condenaba en 1 Corintios era el sectarismo y el
envanecimiento de creerse el grupo superior al resto: “aún
sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones,
¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:2).
De tal manera los Corintios
se creían parte del grupo de los súper espirituales que creían que ya no
necesitaban al mismo Pablo:
“Pero esto,
hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros,
para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea
que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros.
Porque ¿quién te
distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te
glorías como si no lo hubieras recibido? Ya estáis saciados, ya estáis ricos,
sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también
juntamente con vosotros!” (1 Corintios 4:6-8).
Interminable.
Así podríamos seguir con una
lista interminable. Cada uno con sus opiniones, conjeturas, ideas
preconcebidas, doctrinas supuestamente no negociables formadas con medio
versículo.
Cosas que nos pueden hacer
sentir muy santos, espirituales y orgullosos de haber alcanzado la nube de un
gran conocimiento, de ser parte del grupo selecto del Señor.
Pero la pregunta que debemos
hacernos es: la batalla que libramos ¿es la guerra por las verdades
fundamentales de la Palabra de Dios, o es una triste consecuencia de nuestro
orgullo e inmadurez?
Eso que afirmas con tanta
seguridad al punto de arriesgarte a causar daño al cuerpo de Cristo ¿está
basado claramente en la Palabra de Dios, o es tu opinión? ¿Tu orgullo cuando
mencionas tal o cual tema se eleva por las nubes?
¿Un consejo?
Alejate de las distracciones
del diablo, deja las discusiones que solo inflan tu ego y destruyen: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán
más y más a la impiedad” (2 Timoteo 2:16). Y concéntrate más bien en lo
que sea genuinamente útil para tu fe y para la de otros: “cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y
enseñaros, públicamente y por las casas” (Hechos 20:20).
Insiste en lo que estás
seguro que es provechoso:
“Recuérdales esto,
exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual
para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes” (2 Timoteo
2:14). “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran
contiendas” (2 Timoteo 2:23).
Oro con todo mi corazón que
podamos entender de verdad el consejo de Pablo a Timoteo: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de
corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas
desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de
la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman“ (1 Timoteo 1:5-7).
Ya vimos una primera razón
por la que estamos en esta guerra de todos contra todos: a veces confundimos el
“contender ardientemente por la fe” con un “contender sobre opiniones“. Y ya comenzamos a ver una segunda razón:
a veces no entendemos que hay diferencias enormes y claras entre ‘ovejas’ y
‘vestidos de ovejas’.
Este segundo punto es
terrible porque nos lleva a tratar de igual forma a unos y a otros, lo cual es
completamente anti bíblico y contrario a Dios.
Disparando versículos
A veces nos hemos sentido
los ‘grandes profetas de Dios’ tirándole a todo el mundo versículos por la
cabeza con una dureza que hace parecer a Juan el Bautista un dulce bebé
durmiendo. Así, palabras como hereje, apóstata, blasfemia, secta, lobos rapaces,
afectado espiritual y otras muchas, aparecen ante la menor discrepancia entre
hermanos y terminan por ponerse de moda. “Si no piensas como yo eres un
hereje-lobo-anatema-apóstata-engañador, digno de que aparezca tu foto hasta en
las páginas de recetas culinarias“.
Esto, aunque nos puede hacer
sentir muy santos y dueños de la verdad, es tan errado como las enseñanzas de
los mismos falsos maestros que denunciamos.
Contra lo que uno puede a
veces pensar, el hereje no es solamente aquel que enseña en la Iglesia una
doctrina contraria a alguna verdad fundamental de las Escrituras.
Pablo le
escribió a Tito sobre hombres en la iglesia “a los
cuales es preciso tapar la boca” (Tito 1:11). Éstos causaban
‘divisiones’. Tito 3:10,11 dice: “Al hombre que cause
divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo, sabiendo que el tal
se ha pervertido, y peca y se ha condenado por su propio juicio“.
En griego, donde dice
“hombre que cause divisiones“, se usan las palabras ‘jairetikós
ándsropos’, lo cual la Biblia Interlineal traduce como ‘hombre hereje’.
Estos no sólo dividían a la Iglesia con falsas enseñanzas sino con discusiones,
peleas, debates sin sentido, opiniones personales, etc. Por esto Pablo escribe:
“Pero evita las
cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la
ley; porque son vanas y sin provecho. Al hombre que cause divisiones, después
de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3:9,10).
La versión Peshitta traduce:
“evita los debates insensatos… las contiendas y las discusiones“.
¡Cuidado!
Hablar la verdad con firmeza
ante falsos hermanos es una cosa. Dividir Iglesias, causar daño al cuerpo de
Cristo, o generar conflictos entre hermanos constantemente con debates
insensatos, contiendas y discusiones, es algo muy distinto.
Provocar divisiones es tan
grave que la Biblia, como hemos visto, nos ordena echar a quienes las producen.
Proverbios 6:16-19 dice rotundamente que “Seis cosas
aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma” y entre ellas incluye: “el que
siembra discordia entre hermanos“.
Por esto debemos estudiar
seriamente las Escrituras, para no pensar que estamos peleando las batallas del
Señor y, en cambio, resulte que con lo único que batallamos es con nuestro
orgullo produciendo debates insensatos, o inducidos por alguien sutilmente en
uso de su poder, o que pensemos que
somos los grandes cazadores de herejes y el Señor nos vea igual de herejes por
vivir discutiendo, centrándonos siempre en los errores de los demás y atacando
a todo aquel que no ve al 100% lo mismo que nosotros.
El
remedio es:
“Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra” (2
Timoteo 3:16-17).
La inspiración de las Sagradas Escrituras las convierten en
autoridad absoluta y final, la norma suprema de la fe y practica , el manual de
Instrucción de Dios, su Voluntad.
Santiago 3:13
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena
conducta sus obras en sabia mansedumbre.
Stg 3:14 Pero si tenéis celos
amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la
verdad;
Jca.
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