LA VERDAD VIVE Y PERMANECE PARA
SIEMPRE
Nuestro concepto de la verdad va a determinar gran parte de
nuestra vida. Nos guste o no, la vida que vivimos es en gran parte consecuencia
de la verdad que creemos. La raíz del conflicto no es cultural ni siquiera
ideológica, es moral. Lo que se está dilucidando en el fondo no es una nueva
filosofía, sino quién tiene la autoridad en mi vida y en el mundo, «¿manda alguien
ahí arriba o puedo mandar yo?».
Lo que yo pienso y siento, mi opinión, es lo que vale. Mis
sentimientos, en especial mi felicidad, tienen primacía sobre la razón.
Esta forma de pensar tiene una consecuencia inevitable: si no
hay una sola verdad, sino muchas verdades, entonces mi verdad es tan válida y
correcta como la tuya. De esta manera, el concepto de verdad queda reducido a
una opinión personal y, por tanto, discutible. La conclusión es clara: no hay una
verdad absoluta -la Verdad-, sino muchas verdades relativas.
Éste, sin embargo, no es el final del camino porque no
estamos ante un asunto sólo de ideas, sino de conductas. La verdad tiene unas
consecuencias éticas: es la guía para discernir entre lo recto y lo incorrecto,
lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Si la verdad está dentro de mí,
entonces no hay una moral objetiva, sino que cada uno se construye su propia
guía de conducta.
Nadie tiene que enseñarme lo que está bien y lo que está mal
porque esto lo sé sólo yo. Además, lo que es bueno para ti puede ser malo para
mí o viceversa. Y así vivimos en una época en la que se repite como un calco la
descripción del tiempo de los jueces cuando «cada uno
hacía lo que bien le parecía» (Jue. 17:6). La confusión ética y una
crisis de valores sin precedentes son la consecuencia natural de eliminar el
valor absoluto de la verdad.
Esta corriente de subjetivismo y crisis de la verdad está
afectando a la Iglesia de forma perceptible. La erosión
de la autoridad de la Palabra de Dios como norma suprema de vida y de conducta
es una de sus consecuencias más preocupantes. Para muchos creyentes la Biblia
ha dejado de ser normativa para ser sólo orientativa.
Cuando la Verdad
se convierte en algo relativo y no absoluto, la Iglesia acaba siendo mundana,
es transformada por el mundo en vez de ser ella agente de transformación; la
Biblia pasa a ser un libro orientativo, pero no normativo y la gracia de Cristo
se convierte en una gracia barata que lo acepta todo y mira hacia otro lado
ante aquellas conductas que antes se llamaban pecado y que ahora quedan
excusadas por este manto de subjetivismo que lo envuelve todo.
Por esta razón los cristianos debemos recuperar y proclamar
con vigor la Verdad de Dios revelada en la Biblia y encarnada en Cristo.
Necesitamos coraje para ser heraldos de esta Verdad y coherencia para
encarnarla en nuestra propia vida. Sólo así lograremos ser «sal y luz» en un mundo de corrupción y oscuridad. Aquel que
dijo «Yo soy la luz del mundo» (Jn. 8:12) también afirmó de sí mismo:
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn. 8:32).
La Verdad sigue viva en Cristo: «Yo
soy el camino, la verdad y la vida...» (Jn. 14:6) la verdad. Jesucristo es completamente
verdadero y confiable en su persona y en su enseñanza. Por medio de El, Dios
ofrece las verdades necesarias para la salvación. la vida. Jesús es la fuente y el dador de la
vida, la cual consiste en tener continua comunión con Dios.
Endíatris: Aunque los griegos no dieron nombre a esta figura, está cla-
ro su uso en las Escrituras, ya que, a veces, hallamos en cone- xión manifiesta
tres nombres, de los cuales dos hacen de adje- tivos que enfatizan la
importancia del nombre principal. Jn.
14:6. «Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida»; es decir, el
camino verdadero y vivo. Es cierto que Jesús es la verdad y la vida, pero lo
que en este versículo quiere el Se- ñor enfatizar es que él es el único camino
al Padre, pues el tema de toda la porción es «el camino»; así que los otros dos
nombres sirven para describir la naturaleza de dicho camino (comp. con He.
10:21 «por el camino nuevo y vivo»). Fig.Dicc. Bullinguer-Lacueva. Pag.
583
Andar en ese camino es andar en
Verdad y Vida, y andar como el anduvo.
Al mostrar la Verdad de Dios al mundo podemos compararla a un
diamante que tiene varias caras, cada una de las cuales refleja aspectos
preciosos, aunque parciales, del todo:
1. La Verdad es inseparable de la Palabra de Dios
Dios ha hablado a lo largo de la Historia «muchas veces y de muchas maneras» (Heb. 1:1) y nos ha
revelado la Verdad en las Escrituras. Esta cara del diamante es la que podemos
llamar la verdad revelada. Constituye el conjunto de proposiciones que somos
llamados a creer. El apóstol Pablo la llama «el buen
depósito» (2 Ti. 1:14) o la «sana doctrina» (2 Ti. 4:3; Tit. 1:9). Este
cuerpo de doctrinas -creencias- se inicia con la revelación de Dios a los
patriarcas, sigue con los profetas y culmina en el NT con la enseñanza de Jesús
y los apóstoles.
Si bien está expresada de manera perfectamente comprensible
-hay un elemento lógico racional incontestable en la verdad revelada-, en
último término sólo se puede acceder a ella desde la fe. Son los ojos de la fe
los que alumbran nuestro entendimiento (Ef. 1:18) y nos permiten aprehender
toda la riqueza de la Verdad de Dios.
Efe 1:18 alumbrando los
ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os
ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,
2. La Verdad es inseparable de la vida
La verdad de Dios es inseparable de la vida, tiene unas
implicaciones morales inevitables para nuestra conducta. La verdad no es
sólo algo a creer, sino a practicar. Implica demandas éticas, cambios, un
estilo de vida. La segunda cara del diamante es la verdad obedecida. Somos
llamados también a vivir la verdad, no sólo a creerla.
De hecho, vivir la verdad es la mejor demostración de que la
hemos creído. Hemos de creer lo correcto -la sana doctrina-, pero también hemos
de vivir rectamente
(Heb. 12:14; 1 P. 1:14-16). Creer la verdad de Dios
nos da paz y seguridad para el futuro -«Señor, ¿a quién iremos? Tú, tienes
palabras de vida eterna» (Jn. 6:68)- pero también debe transformar las vidas
aquí y ahora (2 Co. 3:18; Fil. 1:6). La obediencia a la verdad no sólo purifica
nuestras almas, sino que nos dispone para el amor fraternal no fingido y para
amarnos unos a otros entrañablemente (1 P. 1:22).
La paradoja más extraordinaria es que esta obediencia a la
verdad es la fuente por excelencia de libertad: «Conoceréis
la Verdad y la verdad os hará libres... Así que si el Hijo os libertare seréis
verdaderamente libres» (Jn. 8:32, 36) dijo Jesús de sí mismo. Una vida
de auténtica libertad sólo se consigue en Cristo cuya verdad nos libera de toda
esclavitud.
3. La Verdad es inseparable de la guía del Espíritu Santo
Hasta aquí hemos considerado los aspectos más directamente
relacionados con nuestra responsabilidad, lo que nosotros ponemos de nuestra
parte: buscamos entender y aprehender la verdad revelada de Dios y anhelamos
obedecerla.
Conseguir esto por nosotros mismos no sólo es difícil, es
imposible; entender y vivir la Verdad de Dios requiere la capacitación divina.
Como dijo alguien: «¡ser cristiano no es difícil, es imposible!». Es imposible
si no tenemos los recursos sobrenaturales que vienen de Dios. La capacitación
divina es imprescindible para estar a la altura de las demandas éticas de
Cristo, entre ellas vivir en la verdad.
La verdad es también algo a discernir y, en este sentido, nos referimos a
la tercera faceta del diamante como la verdad iluminada.
Por esta razón, Dios nos ha provisto de un recurso
sobrenatural: la ayuda del Espíritu Santo quien es el que desde el principio «nos convence de pecado de justicia y de juicio» (Jn. 16:8)
y nos sigue
«guiando a toda la verdad» (Jn. 16:13) en nuestro caminar diario. Dependemos del Espíritu Santo para
que nuestras creencias -la verdad revelada- no se queden en algo frío u oxidado
por el tiempo, sino que sean regadas con la unción del Espíritu Santo que nos
renueva cada día.
4. La Verdad es inseparable del amor
Uno de los mayores peligros del creyente es hablar o vivir la
verdad sin amor. «No se puede acceder a la verdad sino es por el amor ». Es una
tentación tan sutil como frecuente el caer en la arrogancia o la dureza cuando
uno está convencido de que tiene la Verdad (con mayúscula).
Éste ha sido el error
-y el pecado- de muchos llamados cristianos a lo largo de los siglos. La
historia de la Iglesia está llena de páginas tristes en las que se intentó
imponer la verdad del Evangelio por la fuerza. Ello puede ocurrir tanto a nivel
colectivo (iglesia) como en nuestras relaciones personales.
Como un pájaro necesita las dos alas para volar, así también
la verdad y el amor son inseparables. El amor sin la verdad puede ser una
sensación agradable, pero sólo lleva al sentimentalismo y al sincretismo («todo
el mundo es bueno», «todos los caminos llevan a Dios»); y la verdad sin amor es
áspera y ruda, una conducta desprovista de la mansedumbre que siempre debe
caracterizar la defensa de la verdad (1 P. 3:15). 1Pe
3:15 sino santificad a Dios el Señor en
vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con
mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que
hay en vosotros;
El apóstol Pablo dice con énfasis: «Siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo» (Ef. 4:15).
Ello nos lleva al último y más preciado aspecto de
este tesoro: Cristo.
5. La Verdad es inseparable de la persona de Jesucristo
La Verdad es más que una doctrina o una
vivencia espiritual-religiosa; es, ante todo, una persona: Cristo.
Dios, después de darnos la verdad revelada, «...en estos postreros días, nos ha hablado por el Hijo»
(Heb. 1:2). En Cristo culmina la revelación de la verdad hasta el punto
que él pronunció las palabras más osadas que nadie haya dicho jamás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14:6).
Cristo viene a ser la verdad encarnada: «Aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros... lleno
de gracia y de verdad. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia
y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn. 1:14, 17).
Siguiendo con el símil del diamante, Cristo es la parte más
preciosa de la verdad divina porque él «es la imagen
del Dios invisible» (Col. 1:15) y en él «habita corporalmente toda la plenitud
de la Deidad» (Col. 2:9).
La luz que irradia la Verdad no sólo alumbra nuestras
tinieblas, sino que nos seduce y nos atrae para compartir toda nuestra vida con
Él (Ap. 3:20). Como alguien ha dicho, «un cristiano es una persona que ha
quedado prendada y prendida de Jesucristo». Ahí radica el rasgo más distintivo
del cristianismo: no es tanto una religión, sino una relación.
Por ello, en último término, la verdad no es sólo algo a
creer, algo a vivir y algo a discernir, sino sobre todo alguien a quien amar:
el Cristo vivo, la Verdad encarnada. Pablo dijo en:
Filepenses 3:7
Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida
por amor de Cristo. Flp 3:8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas
como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por
amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, el vinculo es el amor, es la cohexión Col 3:14 Y sobre todas estas cosas
vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
Col 3:16 La
palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos
unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al
Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Col 3:17
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el
nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Si queremos andar en Verdad y Vivir en Verdad, la palabra de
Cristo debe morar, vivir en abundancia en nosotros, y no mi verdad o parecer, y
ser agradecidos, recordando que no solo es creer, aceptar sino también hacer y
el Dios de paz estará con nosotros. Filipenses 4:8 Por lo
demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna,
si algo digno de alabanza, en esto pensad. Flp 4:9
Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto
haced; y el Dios de paz estará con vosotros.
Una vez que lo sabemos, lo creemos, lo hacemos, lo
practicamos, y el Dios de paz estará con nosotros, que maravillosa es su
Palabra, que Grande es su Amor y que privilegio vivir esta vida en compañía de otros hijos de
Dios, aguardando la venida de nuestro señor. Amen. jca
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