82 - CONSOLAR
- INTERCEDER
JOB: Tras
un periodo de prosperidad, sosiego y honra, se ve azotado por crueles golpes de
adversidad: pérdida violenta de su ganado y de sus criados, catástrofe familiar
que acaba con la vida de sus hijos. Tenía para hundirse en la desesperación;
pero, lejos de esto, mantuvo la serenidad y dejó traslucir lo admirable de su
fe.
Se
afligió, como es normal en todo ser humano, y dio comienzo a un doloroso duelo:
Job. 1:20; «Se levantó, rasgó su manto y rasuró su cabeza; se
postró y adoró» Pero no se desahogó con aparatosas lamentaciones. Por el
contrario, hizo unas declaraciones que han causado admiración en millones de
creyentes después de él:
Job. 1:21. «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo
volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito» No menos
admirable es el comentario de su biógrafo:
Job. 1:2) .«En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios
despróposito alguno»
Tres
amigos que habían de irritarle en vez de consolarle como era su deseo.
En su opinión, el sufrimiento de Job no es una desgracia fortuita; es castigo
divino por algún gran pecado cometido por Job. Tanto insisten que al final el
patriarca llega a pensar que esa conclusión era verdad a medias: Job no llega a
comprender, De ahí su declaración: (Job.
6:4; Job. 16:12-13). «El
Todopoderoso ha clavado en mí sus flechas y el veneno de ellas me corre por el
cuerpo. Dios me ha llenado de terror con sus ataques»
Job,
sin embargo, se resiste a aceptar la tesis del castigo. Considera, no sin
cierta lógica, que si Dios estuviera a su favor, ningún poder del mundo podría
dañarle, pues todo está sujeto a su soberanía. Si todas las potencias
destructoras del mundo le atacan es porque Dios mismo le ataca y las usa para
destruirle.
Ante lo incomprensible de muchos misterios, lo más sabio es
mantener nuestros juicios en suspenso, en espera de que lo que ahora no
entendemos lo entenderemos en el día de Cristo en su venida (1 Co. 13:9-13).
La ineficacia de muchos «consoladores»
Elifaz, Bildad y Zofar tenían buenas intenciones, pero
estaban encajonados en sus moldes dogmáticos. Algunas de sus afirmaciones eran
correctas, pero globalmente erraban los tres «amigos» al insistir en su
interpretación de los males de Job: un hombre que tanto sufre ha de haber
cometido algún gran pecado que, humillado, debe confesar a Dios. Pero esta
conclusión es falsa. El patriarca ha sido siempre un hombre íntegro, piadoso,
compasivo, intachable.Job no entiende el porqué de su calamidad. Los amigos no supieron ser humanos. Fracasaron en su deseo de consolar al atormentado por el dolor físico y por el misterio de su relación con Dios. Los tres se proponen ser defensores de Dios y se convierten en cómplices de Satanás, el acusador. Carentes de compasión y verdadera sabiduría, caen en la incomprensión, la arrogancia y la intolerancia más detestables. Con esas características mal podían consolar a un hombre tan dolorido y desconcertado como el «varón de Uz». Nada entendían de los efectos devastadores que en el estado de ánimo suele producir el dolor prolongado:
·
Fatalismo. Job se ve acorralado, confundido, como
gran derrotado. Y se abandona al desaliento. Está convencido de que se halla
envuelto en la red de un destino adverso. Lo peor de todo: tras ese destino
está la voluntad soberana de Dios. Es Dios mismo quien le acosa. ¿Llegará a
destruirle? A esos extremos puede inducir un sufrimiento agudo, prolongado e
incomprendido.
·
Depresión.
La vida pierde su sentido; se desvanece toda ilusión. Con frecuencia se llega
incluso a desear la muerte, como señaló Job en capítulo 3. La vida se ve como
una gran frustración sin sentido. Pero esa situación de sombría y dolorosa
incertidumbre no es inevitable. El creyente, pese a sus dudas, puede tener
reacciones maravillosas Sabía que en su justicia, tarde o temprano, Dios le
daría la razón, lo justificaría y lo restauraría a una vida apacible y
luminosa. A este respecto son admirables las palabras del patriarca en el
capítulo 19 del libro: (Job.
19:25-27). «Yo sé que mi Redentor
vive...» La eficacia de la labor pastoral ante el
sufrimiento
- Auténtica
simpatía, o, mejor
aún, empatía, participación afectiva en la realidad del que padece
(llorar con los que lloran).
- Teología
equilibrada. Los
amigos de Job fracasaron porque en su teología sólo cabía la ley de la
siembra y la siega. Job cosecha sufrimiento porque antes ha sembrado
pecado. Esta doctrina pierde de vista que ese principio en muchos casos no
se cumple. Un estudio equilibrado del sufrimiento a la luz de la Biblia
nos muestra que el sufrimiento puede tener otras causas y diferentes
finalidades.
- Una faceta
importante de la cuestión la hallamos en la experiencia del Cristo
sufriente. Si estamos en comunión con Cristo, difícilmente estaremos del
todo exentos de pruebas y dolorosas tribulaciones. Por otro lado, es en
los días de padecimiento que disfrutamos de la gracia consoladora de Dios.
Sólo en la noche cerrada vemos lo maravilloso de una noche estrellada.
- Comunicación
auténtica. El gran
problema muchas veces es que no se sabe escuchar, con lo que el diálogo
efectivo resulta imposible. Si no
se sabe escuchar, menos se sabe hablar «palabra en proporción» (Is. 50:4).
La comunicación en la relación pastor-persona que sufre es diálogo, nunca
puede ser sermón.
- Oración. Solo Dios puede iluminar con
efectividad al atribulado. Sólo él tiene capacidad para restaurar al
abatido por el dolor y la confusión de ideas.
Para alcanzar esa nivel espiritual, nada nos ayudará tanto como la segunda bienaventuranza expresada por el Señor Jesús en el Sermón del Monte: Mt. 5:4 «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación»
También recordemos el poder de la oración intercesora
Un profeta que jugó un papel trascendental en la historia de Israel, asumió el papel de intercesor cuando fue a la presencia de Dios en oración para pedir misericordia para su pueblo. Daniel, quien entra en escena como un joven deportado hasta Babilonia y quien llegó a ocupar cargos de relevancia en la corte real, clamó delante del Señor tras leer las profecías de Jeremías respecto a Jerusalén.
El relato de Daniel, presenta varios aspectos que vale la pena resaltar para edificación de hombres y mujeres que han asumido su compromiso de intercesores.
DANIEL.1:1-19 1En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. 2Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios. 3Y dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes,
4muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos. 5Y les señaló el rey ración para cada día, de la provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía; y que los criase tres años, para que al fin de ellos se presentasen delante del rey. 6Entre éstos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá. 7A éstos el jefe de los eunucos puso nombres: puso a Daniel, Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego.
8Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. 9Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos; 10y dijo el jefe de los eunucos a Daniel: Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza. 11Entonces dijo Daniel a Melsar, que estaba puesto por el jefe de los eunucos sobre Daniel, Ananías, Misael y Azarías: 12Te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días, y nos den legumbres a comer, y agua a beber. 13Compara luego nuestros rostros con los rostros de los muchachos que comen de la ración de la comida del rey, y haz después con tus siervos según veas. 14Consintió, pues, con ellos en esto, y probó con ellos diez días. 15Y al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey. 16Así, pues, Melsar se llevaba la porción de la comida de ellos y el vino que habían de beber, y les daba legumbres.
17A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños. 18Pasados, pues, los días al fin de los cuales había dicho el rey que los trajesen, el jefe de los eunucos los trajo delante de Nabucodonosor. 19Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey.
La intercesión constituye un período específico de oración
Cuando nos disponemos a interceder por alguien o por un grupo de personas en particular, el primer elemento a considerar es la necesidad de destinar un tiempo específico para orientarlo sosegadamente a la oración, tal como hizo el protagonista del relato bíblico. El escribe: “Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza.”(versículo 3).
Es lo que además, estamos llamados a hacer cuando atravesamos períodos de crisis, incertidumbre y también, de gozo.
La oración de intercesión confiesa los pecados
Daniel relata “Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande... hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.” (versículo 4-6).
Observe que Daniel no fue quien pecó, pero para romper ataduras del pasado y buscar el favor de Dios, asumió como intercesor la responsabilidad por el pecado del pueblo. Paralelamente el profeta reconoció el poder de Dios, en un acto de humildad y honra que es el mismo que debiéramos asumir. Así lo podemos leer desde el versículo siete hasta el diez.
La oración de intercesión recuerda la fidelidad de Dios
Conservo con mucho aprecio el anillo de matrimonio, al igual que usted. ¿La razón? Cuando la vemos recordamos una vida al lado de alguien con que Dios nos ha premiado. Es un motivo para evocar buenos momentos al lado de quien nos acompaña.
Pensaba en esto al leer en Daniel la evocación que hace de los buenos momentos en los que el Supremo Hacedor testimonio su fidelidad para con su pueblo. El oró diciendo:
“Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente.
Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro.”(versículos 15, 16).
El Dios que ha estado con nosotros en los períodos de crisis, es el que nos acompaña hoy y quien está atento a nuestras necesidades, y las del pueblo que representamos, para venir en pronto auxilio.
La oración de intercesión clama la misericordia de Dios
El pasaje bíblico que leemos concluye con la solicitud que lidera Daniel para que Dios, además de escuchar los ruegos, manifieste su misericordia con el pueblo de Israel y en particular, con Jerusalén.
El protagonista de este relato clamó al Creador:”
Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos... abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.”(versículos 17 al 19).
Podemos tener la certeza de que, cuando oramos, la respuesta del Señor no se deja esperar.
Si quizá usted es un intercesor, tenga el pleno convencimiento de que su papel es fundamental porque es tanto como colocarse en la brecha por su vida, la de sus familiares, amigos, conocidos, quizá su ciudad o su país, y esas oraciones, tocan el corazón de Dios.
Dios les bendiga abundantemente en Cristo.