Del Libro "Luz a través de una ventana
Oriental"
Traducción al español por Juan Luis Molina
Con la colaboración de
Claudia
Juárez G.
Capítulo 2
Un asunto muy importante en la estructura de la
vida en el Oriente es el pacto de sal. Encontramos este pacto mencionado en el
Antiguo Testamento (Números 18:19):
Todas las
ofrendas elevadas de las cosas santas,
que los hijos de Israel ofrecieren a Jehová, las he dado para ti, y para tus
hijos y para tus hijas contigo, por estatuto perpetuo; pacto de sal perpetuo es
delante de Jehová para ti y para tu descendencia contigo.
Y de nuevo (2ª Crónicas 13:5):
¿No sabéis
vosotros que Jehová Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para
siempre, a él y a sus hijos, bajo pacto de sal?
¿Qué es el pacto de sal? En el Oriente, el tomar la
sal es una garantía, una promesa de fidelidad. Si yo voy a tu casa y como
contigo una comida que haya sido sazonada con sal, ya no podré nunca
traicionarte o hacerte daño alguno. Incluso aunque se diera el caso de que
hayas cometido un crimen y se me pida que testifique contra ti, yo no podré
hacerlo una vez que haya comido de tu sal. Tal vez pueda intentar persuadirte
para que hagas lo que es correcto, pero sería capaz de dejarme matar antes que
quebrar el pacto de sal. De hecho, si lo hago, la pena que me espera es la
muerte.
Las personas han llegado a decirme: “¿Qué tiene que
ver con nosotros los cristianos esto del pacto de sal? ¡Eso suena como una
costumbre pagana! Es cierto que es una costumbre oriental, pero no
necesariamente pagana, porque encontramos referencias suyas también en el Nuevo
Testamento.
En Mateo 5:13 encontramos a Jesús diciendo,
“Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué
será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por
los hombres.”
En el Oriente, nosotros no solo tenemos disponible
la sal de la forma que vosotros la tenéis en América. Nuestra sal también se
consigue en recipientes de piedra con diez a quince kilos de una vez. Estos
recipientes se encuentran sobre el suelo de la cocina, y la sal es parecida a
una roca marrón. La boca del recipiente se tapa con una losa de piedra. Todas
las mañanas el suelo de la cocina es lavado con agua, y en el transcurso del
tiempo, el fondo del recipiente llega a estar empapado con agua, así que muchas
veces la sal que se encuentra en el fondo de la vasija pierde su salinidad. Con
el tiempo y por el uso de la sal se llega a esa parte que ha perdido su sabor,
y ese resto simplemente se tira a la calle y es pisada por los hombres.
La persona que abandona la adoración apropiada de
Dios es como la sal en el fondo de aquella vasija: presa por el yugo del
materialismo desde la cabeza, y lavada y aguada hasta los pies por el moho de
la “iglesianismo” en lugares donde el evangelio no se predica. Vamos, por
tanto, a tener cuidado para que no hagamos parte de aquella sal que se encuentra
en el fondo de la vasija, para que no seamos echados a la calle y ser hollados
por los hombres. Los cristianos que han perdido su salinidad llegan a ser
verdaderamente pisados por los pies del mundo, y no hay persona más criticada
que aquella que profesa ser cristiano y se comporta de otro modo.
En Marcos 9:49-50 Jesús vuelve a referirse a la
sal:
Porque todos
serán salados con fuego, y todo sacrificio será salado con sal.
Buena es la
sal; más si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en
vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros.
Y Pablo escribió (Colosenses 4:6):
Sea siempre
vuestra palabra con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis
responder a cada uno.
Un ejemplo muy interesante acerca de la realización
del pacto de sal en el Antiguo Testamento se encuentra en Jueces 4:17-21. Los
occidentales no solo no se dan cuenta de que el pacto de sal se realiza y está
presente en este relato, sino que además sin saberlo no pueden entender el
pasaje completo. Esta es la historia de la batalla que tuvo lugar entre Sísara
y Barak:
Y Sísara
huyó a pie a la tienda de Jael mujer de Heber ceneo; porque había paz entre
Jabín rey de Hazor y la casa de Heber ceneo.
Y saliendo
Jael a recibir a Sísara, le dijo: Ven, señor mío, ven a mí, no tengas temor. Y
él vino a ella a la tienda, y ella le cubrió con una manta.
Este es el primero de los pactos que Jael hizo con
él. Cuando se recibe un convidado y se le tiende una manta –esta es parecida a
los mantones que las mujeres americanas visten- significa que la
protección de la casa se encuentra sobre él. En Génesis 19:7-8, cuando Lot
acogió en su casa a los dos ángeles en Sodoma, y los hombres de la ciudad
vinieron y le demandaron que se los entregase en sus manos, Lot les dijo:
Os ruego
hermanos míos que no hagáis tal maldad. He aquí ahora yo tengo dos hijas que no
han conocido varón; os las sacaré fuera, y haced de ellas como bien os
pareciere; solamente que ha estos varones no hagáis nada, pues que vinieron a
la sombra de mi tejado.
Que cosa tan terrible, ofrecer de esa manera a las
dos hijas en vez de a los convidados, pero este es el precio que un oriental
está dispuesto a pagar para honrar la integridad de sus labios; cuando un
convidado se encuentre bajo la sombra de su tejado, debe ser protegidos cueste
lo que cueste.
Esta es la naturaleza del primer pacto de Jael con
Sísara.
Y él le
dijo: Te ruego me des de beber un poco de agua, pues tengo sed. Y ella abrió un
odre de leche y le dio de beber, y le volvió a cubrir.
Este es el versículo donde se encuentra inherente
el pacto de sal. ¿Te das cuenta? Es que la leche que se guardaba en un odre
dentro de una tienda no podría ser leche dulce como la guardamos nosotros en el
frigorífico en América. Tenía que ser leche batida, preparada con sal para
preservarla en su conservación dentro del odre. Si lo piensas, verás que Sísara
lo que le pide es agua. Jael podría haberle dado a Sísara simplemente agua,
pero en vez de eso le dio leche. Así pues, lo que hizo fue hacer un pacto de sal
prometiéndole así que nunca le traicionaría.
Y él le
dijo: Estate a la puerta de la tienda; y si alguien viniere, y te preguntare,
diciendo: ¿Hay aquí alguno? Tú responderás que no.
Este es otro acuerdo entre los dos, la promesa de
que Jael mentirá si alguien viniese preguntando por él.
Pero Jael
mujer de Heber tomó una estaca de la tienda y poniendo un mazo en su mano, se
le acercó calladamente y le metió la estaca por las sienes, y la enclavó en la
tierra, pues él estaba cargado de sueño y cansado; y así murió.
Este versículo parece que vuelca de patas arriba
toda la situación. Los estudiantes bíblicos occidentales, sin entender nada, se
horrorizan pensando que Jael hiciese tal cosa. Pero sigamos leyendo un poco más
adelante (Jueces 4:22):
Y siguiendo
Barac a Sísara, Jael salió a recibirlo, y le dijo: Ven, y te mostraré al varón
que tú buscas. Y él entró donde ella estaba, y he aquí Sísara yacía muerto con
la estaca en la sien.
La clave aquí se encuentra en “donde ella estaba”. Donde
ella estaba era en la parte privada de “su
tienda.” ¿Lo ves?,
en el Oriente, todos los lugares donde se habita tienen un sitio apartado y
privado para las mujeres que se encuentra separado de la mayor parte de la
casa. Este espacio es inviolable; ni tan siquiera la policía puede violar la
privacidad de este sitio de las mujeres. Guerras muy sangrientas se han dado a
causa de esto. Aun en el caso de una tienda, como la que compartían Jael y su
esposo, debía haber un lugar apartado y dividido por un velo sólo para ella. En
esa parte de la tienda, por tanto, le sería muy fácil al fugitivo dormirse sin
ser detectado, para tener una garantía más de protección en la parte secreta de
la tienda de ella.
Sísara es lo que debe haber pensado, porque dice
que Barak entró donde ella estaba (su morada privada). Cuando Jael al principio
convidó a Sísara a la tienda, sin duda alguna que lo llevó a la parte de la
tienda de los hombres, para que descansase allí, lo cubrió con el manto, y le
dio leche salada. Pero posteriormente vemos que penetró en la parte que habitaba (de
ella) en esa tienda y con la estaca en sus sienes. Realmente, se buscó su
propia desgracia cuando se introdujo en el aposento de la mujer, porque la pena
que se sufre por eso es la muerte.
La estaca en la sien también tiene su significado
en la manera de pensar Oriental. Si Jael simplemente hubiese querido matarlo,
ella podría haber escogido un buen número de maneras de hacerlo. ¿Por qué
entonces con una estaca en sus sienes? Porque lo que ella estaba atacando era
su incredulidad. Él no creyó en todos los pactos que habían hecho juntos. Ella
le horadó con la estaca las sienes, donde la incredulidad residía. Por eso
murió. Su incredulidad lo mató.
Igual que Sísara, también nosotros hemos recibido
un pacto de sal; el nuestro es de Dios. Nosotros tenemos la palabra de Dios de
que jamás nos abandonará; que suplirá todas nuestras necesidades de acuerdo a
Sus riquezas en gloria. Si no creemos esto, y desechamos la seguridad de la
palabra de Dios; si no creemos en los pactos que ha hecho Dios con nosotros,
entonces nosotros, al igual que Sísara, estaremos muertos en incredulidad.
Como prueba de que la acción de Jael se encontraba
justificada, observe el capítulo siguiente en Jueces 5:24-25:
Bendita sea
entre las mujeres Jael. Mujer de Heber ceneo; sobre las mujeres sea bendita en
la tienda.
Él pidió
agua y ella le dio leche; en tazón de nobles le presentó crema… (etc.)
Esta es una indicación posterior de que hasta
loores recibió Jael por haberle matado. Anteriormente en el capítulo cuarto, el
Señor señaló que Sísara sería destruido en la batalla; Jael fue meramente el
instrumento en las manos de Dios para que se cumpliese este propósito.
Los occidentales se quedan confusos cuando leen en
la Biblia que la mujer de Lot se volvió una estatua de sal cuando desobedeció a
Dios y se volvió para mirar la destrucción de Sodoma (Génesis 19:26).
Los orientales, sin embargo, comprenden
inmediatamente que ella se convirtió en un monumento de su desobediencia.
El pacto de sal todavía se lleva a cabo en los días
de hoy en el oriente. Suponte que tú eres el propietario de un rebaño con 500
ovejas, y que un hombre se te acerca para comprártelas. Él te paga 300 dólares
y te dice que te pagará los 800 restantes en el plazo de un mes. Si él pretendiese
firmarte algún documento equivalente a los 800 dólares tú nunca estarías
plenamente seguro de que no fuese a traicionar el acuerdo que hizo contigo.
Pero si él hace contigo un pacto de sal, no puede haber la menor duda de que
recibirás los 800 dólares. Éste hombre, además, le hará prometer al hijo mayor
que si alguna cosa le sucediese antes de que llegue el tiempo para pagar, el
hijo pagará la deuda.
Otro ejemplo, suponte que tú estás viajando por
Oriente Medio y que te encuentras muy lejos de la ciudad cuando cae la noche.
Tú te acercas a una tienda, y lo más probable es que el ocupante de la tienda
sea uno que se sustenta robando por los caminos, una vez que esta gente acampa
fuera y lejos de las demás personas. Tú puedes acercarte a la tienda y decirle al
hombre: “Yo soy americano; no he conseguido llegar a la ciudad antes de que
anocheciera y me he perdido en el camino, y desearía saber si puedo quedarme
contigo para pasar la noche.”
Y él te dice, “¿Pero, no sabes tú que yo soy un
ladrón? ¿Será que quieres pasar la noche con un ladrón?
Si tú conoces este procedimiento, entonces debes
decirle: “Sí, pero haré contigo un pacto de sal para mi protección.”
Él entonces se inclinará con un saludo y dirá:
“Ven, bendito del Señor,” Te hará un asiento en su tienda, probablemente en el
suelo, y añadirá: “¿Cuánto dinero tienes?”
Le sacarás tu dinero y le permitirás que lo cuente.
“Mil dólares,” concluye él, y pondrá el dinero en su bolsillo.
Entonces te pondrá en frente alguna comida que haya
sido previamente sazonada con sal, como aceitunas o algún trozo de carne seca,
y comiéndola juntos realizarán el pacto de sal entre ambos.
Ahora te puedes ir a dormir descansado, en la cama
que te provea, pero éste ladrón no dormirá mientras que tú estés allí. Se
colocará en la puerta de la tienda y permanecerá allí vigilante, y andará de un
lado a otro con su arma en la mano, vigilando y protegiéndote mientras tú estés
dormido. Por la mañana, te ofrecerá el desayuno que tenga con él, volverá a
contar en tu presencia el dinero y te lo entregará, y te llevará protegiéndote
hasta el lugar donde quieras ir. No te cobrará nada por sus servicios, porque
todo lo ha hecho como un servicio para Dios.
Yo muchas veces pienso que si un hombre que sea
ladrón, sin educación y ni tan siquiera cristiano puede ser tan honorable por
practicar el pacto de sal, que nosotros entonces podemos ser más fieles y
verdaderos para Dios que él. Nosotros debíamos ser la sal de la tierra,
aquellos en quienes Dios pueda confiar. Y nuestras palabras sazonadas con sal,
para que los demás puedan saber que estamos viviendo verdaderamente nuestra fe.
Este es uno de nuestros problemas hoy en día: las personas tienen problemas a
la hora de distinguir entre cristianos y no cristianos. Nosotros deberíamos a
través de nuestra vida ser un testimonio para que otros puedan ser ganados para
Cristo.
Otro ejemplo bíblico de la quiebra del pacto de sal
es el caso de la traición de Judas hacia nuestro Señor (Marcos 14:18-20):
Y cuando se
sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: De cierto os digo que uno de
vosotros, que come conmigo, me va a entregar.
Entonces
ellos comenzaron a entristecerse, y a decirle uno por uno: ¿Seré yo? Y el otro:
¿Seré yo?
Él,
respondiendo, les dijo: Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato.
Judas estaba comiendo del mismo plato que nuestro
bendito Señor, comiendo su sal; y al mismo tiempo, como astuto malhechor que
era, estaba planeando traicionarle. A ningún oriental le sorprende que se
quitase la vida posteriormente; porque como ya hemos dicho, la pena por quebrar
el pacto de sal es la muerte y si Judas no lo hubiese hecho por sí mismo,
¡algún otro se hubiese encargado de hacerlo por él!
Diariamente comemos la sal de Dios, porque
trabajamos y comemos por la gracia de Dios, pero algunos de nosotros le
deshonramos por no guardar nuestra palabra de compromiso con Él. Yo digo muchas
veces que hay más grandes ladrones y mentirosos dentro de la iglesia que fuera
de ella; porque los que son de fuera se engañan unos a otros; pero los que se encuentran
en su interior, le mienten a Dios. Hasta le cantan mentiras a Dios. Yo me
acuerdo de una vez en Inglaterra que estaba sentado al lado de una joven cuando
pasó el cesto de las ofrendas. Ella le dijo a su marido: “Dame seis peniques,
querido; porque yo solo tengo billetes en el monedero.”
Al mismo tiempo ella estaba cantando:
“Toma mi oro
y mi plata
Ni un
poquito me guardaré.”
Pero todos los que actúan así son mentirosos,
cuando cantan así y ofrendan solo monedas de poco valor. Si ellos estuviesen salados,
pondrían en las ofrendas todos los billetes de valor que tuviesen en el
monedero, no las monedas sobrantes. Todo no pasa de ser palabras sin acción. No
os engañéis; Dios no puede ser burlado. “Mi espíritu no contenderá para siempre
con el hombre,” dijo el Señor. ¡Se debe solo a la gracia de Dios que cualquiera
de nosotros esté todavía vivo, después de todas las mentiras que Le hemos dicho
ya!
En el primer capítulo mencionamos que el novio y la
novia también hicieron el pacto de sal cuando repetían sus votos de compromiso.
Esta es la razón de por qué hay tan pocos o ningunos divorcios entre las altas
casta hindús en mi país. Siempre que un marido sea tentado a desconfiar de su
mujer; o la mujer a censurar a su marido, ellos se acuerdan de su pacto de sal,
y se comportan de la manera que establecieron de común acuerdo.
Una vez, mientras estaba predicando acerca de este
tema en una iglesia Presbiteriana en Detroit, la gente se acercó y me dijo,
“Bishop, ¿por qué no nos administra el pacto de sal a nosotros?”
Yo les dije que estaría encantado de hacerlo. Ellos
se acercaron al altar y cada uno tomó una pizca de sal en su lengua y prometió
hacer cualquier cosa que Dios requiriese de ellos: a diezmar de sus bienes, a
establecer un local de adoración en sus casas para las devociones diarias, a
estar firmes con su pastor como debían, y todas esas cosas. Fue una ocasión
solemne que nos afectó profundamente, y fue una bendición para mí haber podido
participar en su nueva dedicación a Dios.
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