La
inspiración divina de toda la Biblia como la voluntad de Dios Revelada
¿Qué
concepto tenemos de las Escrituras? ¿Consideramos que son inspiradas por Dios?
Una
clave indispensable para poder entender las Escrituras correctamente es aceptar
la autoridad de la Biblia entera. Todos
los libros que la forman —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo—
fueron inspirados por Dios.* Es su Voluntad Revelada.
Dios
nos asegura que podemos confiar plenamente en las Escrituras.
Por
eso el apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto,
enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Esta
es una afirmación contundente. Significa que con toda confianza podemos aceptar
que la Biblia, en sus escritos originales, es la inspirada e infalible Palabra
de Dios.
Lo
que ha llegado hasta nosotros son diferentes traducciones, de las cuales
ninguna está libre de algunos errores humanos. Por lo tanto, al estudiar la
Biblia es conveniente comparar diferentes versiones.
No
obstante, podemos estar seguros de que entre las principales versiones que han
sido traducidas concienzudamente de los textos origina- les en hebreo y en
griego, las diferencias son mínimas. Se han analizado minuciosamente muchos
manuscritos antiguos para descubrir casi todos los errores que pudieran haberse
cometido al copiar los textos a lo largo de los siglos. Las verdades básicas
han sido preservadas fielmente.
¿Qué
prueba tenemos de que toda la Biblia —tanto el Antiguo Testamento como
el Nuevo—fue inspirada por Dios? Esta es una pregunta muy importante. Si la
Biblia sólo fuera otro de tantos libros religiosos que se han escrito desde
hace miles de años, ¿qué falta podría hacernos?
Al
fin y al cabo, muchos de esos libros aún pueden conseguirse, y cada día
aparecen nuevas obras religiosas.
Lo
que hace resaltar como únicas a las Sagradas Escrituras es la inmutabilidad de
sus principios fundamentales, los cuales permanecieron constantes durante los
1.500 años en que la Biblia fue escrita.
Los
libros que forman la Biblia fueron escritos por unas 40 personas que vivieron
en distintas épocas, y muy pocas de ellas llegaron a conocerse personalmente.
No obstante, la continuidad de pensamiento en todos los escritos es obvia. Los
escritos religiosos que forman la base de otras religiones y filosofías
contienen contradicciones y errores doctrinales e históricos fáciles de
identificar.
Sólo
la Biblia ha resistido por siglos el minucioso escrutinio de historiadores, críticos
y arqueólogos. En toda la historia de la literatura universal ningún libro se
ha mostrado tan confiable como la Biblia.
Gleason
Archer, erudito bíblico y lingüista, escribe acerca de algunas de las
cualidades de la Biblia: “Conforme he estudiado una tras otra las aparentes
discrepancias y las supuestas contradicciones entre el relato bíblico y los
hechos de la lingüística, la arqueología o la ciencia, mi confianza en la
veracidad de las Escrituras ha sido confirmada y reforzada repetidamente. Me he
dado cuenta de que casi todos los problemas que en la Escritura han sido
descubiertos por el hombre desde la antigüedad hasta ahora, han sido resueltos
de manera amplia y satisfactoria por el texto bíblico mismo o por los hechos
imparciales de la arqueología”
(Encyclopedia
of Bible Difficulties [“Enciclopedia de dificultades bíblicas”], 1982, p.
12).
La
Biblia es históricamente exacta, y además sus principios unificadores, que le
dan continuidad, se encuentran desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Uno de
esos principios unificadores es la fe. En Génesis 4, al principio de la
historia humana, vemos la fe de Abel, quien pagó con su vida por su fe. Posteriormente, esta misma fe fue
manifiesta en las pruebas que tuvieron Noé, Abraham, Moisés, los profetas, los
apóstoles, los primeros cristianos y Jesucristo mismo.
El
capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos nos declara que por miles de años se
mantuvo un pensamiento unánime basado en el principio de la fe. Por lo tanto,
cuando estudiamos la Biblia necesitamos tener en cuenta la unidad y continuidad
de sus principios espirituales.
Ya
sea que estemos estudiando una narración, un himno, una de las epístolas o
alguno de los cuatro evangelios, nos damos cuenta de que todos están
entrelazados por los mismos principios fundamentales que Dios inspiró. Si esto
fuera sólo el trabajo de hombres falibles, desde hace mucho se hubieran
descubierto contradicciones en sus principios, tal como ha sucedido en la
mayoría de los escritos humanos.
Existen
muchas interpretaciones y puntos de vista contradictorios sobre lo que dice la
Biblia, pero ninguna de estas opiniones sectarias afecta la integridad de las
Escrituras.
Los
mandamientos de Dios son otro ejemplo de continuidad. Sus leyes forman la base
para la relación entre Dios y el hombre. Se encuentran desde el Génesis, donde
se revelan ciertos principios básicos que son ampliados a lo largo de la
Biblia, hasta el último libro, donde leemos
acerca del remanente perseguido de la verdadera Iglesia de Dios poco antes del
retorno de Jesucristo. Estos cristianos fieles se describen como “los que
guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” y “los
santos, los que guardan los mandamientos de
Dios y la fe de Jesús”
(Apocalipsis 12:17; 14:12).
Los
mandamientos de Dios son los mismos desde el Génesis hasta el Apocalipsis,
aunque en el Nuevo Testamento éstos han sido ampliados hasta incluir los
pensamientos y las intenciones del corazón del hombre.
Todas
las Escrituras fueron inspiradas por el mismo autor: el Dios verdadero y
omnipotente. Jesucristo mismo declaró el principio de que las Escrituras tienen
como cimiento la ley de Dios.
En
Mateo 22:37-40 habló acerca de los dos principios espirituales más grandes. Uno
abarca los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, y el otro comprende los
últimos seis. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.
Cristo
dijo que estos dos grandes principios son el fundamento de todas las leyes de
Dios.
Otro
ejemplo de la continuidad de pensamiento se encuentra en las genealogías que
hay a lo largo de la Biblia. Algunos piensan que sólo son vestigios históricos
y que no tienen importancia. Sin embargo, las genealogías en los capítulos 5 y
10 del Génesis y los capítulos 1 al
9 de 1 Crónicas establecen la base del linaje de algunos personajes del Nuevo
Testamento, incluso el de Jesucristo en Mateo 1 y Lucas 3.
Estas
genealogías presentan a Cristo no como un personaje legendario, sino como
descendiente de personas cuya existencia puede ser comprobada. Las pruebas
históricas y arqueológicas han demostrado la existencia de muchos de los
ancestros de Jesús, dando así credibilidad a las profecías de que Cristo sería
descendiente de Abraham (Génesis 22:18; Gálatas 3:16) y de David (Mateo 1:1).
Así, las genealogías sirven como guías históricas de la existencia de
Jesucristo.
Aunque
muchos escritores de la Biblia vivieron en épocas muy distantes una de la otra
y ni siquiera pudieron darse cuenta de que sus palabras formarían parte de las
Escrituras, Dios se encargó de que tales escritos quedaran cuidadosamente
entretejidos de acuerdo con su voluntad
y propósito. Sí, la Biblia contiene historia, genealogías, poesía, cartas,
profecías y
símbolos, pero estos escritos fueron inspirados por el mismo Dios infalible, y
cada sección es parte de un gran todo.
Cristo mismo dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35).
Dios
no se contradice. Es por eso que encontramos unidad y continuidad en el mensaje
bíblico.
Esta
es una de las principales razones por las que después de miles de años aún
tenemos las Sagradas Escrituras, a pesar de los incontables esfuerzos por
destruirlas. La Biblia continuará existiendo mientras exista el hombre, pues
fue escrita para que la estudiáramos, la entendiéramos y viviéramos de acuerdo
con sus preceptos. Como dijo el apóstol Pablo: “Las cosas que se escribieron
antes, para nuestra enseñanza se…
¿Hay
errores en la Biblia?
Los textos originales de la Biblia no contienen errores porque fueron
inspirados por Dios,
pero no podemos decir lo mismo de las copias que se hicieron posteriormente o
de las traducciones que se han hecho de estas últimas. Los traductores son humanos,
de manera que es inevitable que sus propias tendencias religiosas hayan influido
en su trabajo. Por lo general, tales errores son relativamente pequeños, pero
en algunos casos son grandes equivocaciones que ocasionan enseñanzas y
doctrinas
erróneas.
Una de esas grandes equivocaciones la encontramos en
1
Juan 5:7-8. Durante más de mil años desde que se completaron las Escrituras, la
segunda parte del versículo 7 y la primera parte del versículo 8 no aparecieron
en los manuscritos griegos. Alrededor del año 500 apareció este fragmento en la
versión latina que se conoce como la Vulgata. Al parecer, la inserción fue un
intento para fortalecer la creencia en el concepto teológico de la Trinidad, el
cual se debatía en ese entonces.
Las
palabras que se agregaron son las siguientes:
“en
el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son
uno.
Y tres son los que dan testimonio en la tierra”.
Hasta
el año 1300, en ninguno de los manuscritos griegos del Nuevo Testamento
aparecieron estas palabras. “Todas las pruebas textuales están en contra de 1
Juan 5:7. De todos los manuscritos griegos, sólo hay dos que lo contienen. Estos
dos manuscritos son de fechas muy recientes, uno del siglo 14 ó 15 y el otro
del siglo 16. Ambos muestran claramente que este versículo fue traducido del
Latín” (Neil Lightfoot, How We Got the Bible [“Cómo obtuvimos la
Biblia”], 1963, pp. 57-58).
Parece
ser que los monjes que copiaron el texto del Nuevo Testamento en el siglo 14 ó
15 agregaron este versículo de la Vulgata.
Hasta
la Biblia de Jerusalén reconoce que este versículo no es auténtico
y
no lo contiene. Al pie de la página correspondiente aparece esta nota: “Los mss
[manuscritos] de la Vulg. [Vulgata] añaden la frase siguiente: dan testimonio: en
el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres
son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra: el
Espíritu, etc.”
El
versículo en 1 Juan 5 debería decir, como cientos de los textos griegos más antiguos
y la mayoría de las traducciones modernas dicen:
“Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua
y la sangre; y estos tres concuerdan”.
Esto
se refiere al testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios (vers. 5-6). O
escribieron,
a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza” (Romanos 15:4). Jesucristo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
Si
reconocemos y aceptamos el principio de que la Biblia es la Palabra inspirada
de Dios, entonces es necesario que modifiquemos nuestras creencias para que
estén en conformidad con las Escrituras.
Dios
no se equivoca ni se contradice. De principio a fin, la Biblia es como un
asombroso y maravilloso tejido de las verdades de Dios y la revelación de su
plan maestro para el hombre.
El
apóstol Pedro hizo referencia a la inspiración de los profetas:
“Los
profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y
qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual
anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían
tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros,
administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han
predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las
cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10-12). Toda la Escritura está
unificada, fruto de la inspiración divina.
Más adelante, el mismo apóstol explicó que “ninguna profecía de la
Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21).
Podemos
ver que Dios, por el poder de su Espíritu, es el verdadero autor de las
Escrituras.
Ya
en el tiempo del apóstol Pedro, algunos habían empezado a tergiversar no sólo
lo que se había escrito en esos años sino también las Escrituras antiguas.
Pedro
les advirtió a los miembros de la Iglesia de Dios: “Por lo cual, oh amados,
estando en espera de estas cosas; procurad con diligencia ser hallados por él
sin mancha e irreprensibles, en paz.
Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como
también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os
ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas;
entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e
inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia
perdición”
(2 Pedro 3:14-16).
Como
citamos antes, el apóstol Pablo escribió a Timoteo recordándole que “toda la
Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”
(2 Timoteo 3:16-17).
En
ese tiempo, los libros del Nuevo Testamento aún no habían sido canonizados y
algunos ni siquiera habían sido escritos.
Por
consiguiente, las “Escrituras” a las que Pablo se refería eran las Escrituras
hebreas, las que ahora se conocen como el Antiguo Testamento. Para la Iglesia
apostólica, esta era la única Biblia existente.
El
reconocer sólo una parte de las Escrituras como base de la fe ha dado como
resultado cientos de sectas e iglesias con creencias contradictorias. Sin
embargo, si damos el debido crédito a lo que la Biblia dice, debemos respetar,
creer y obedecer toda la Escritura, desde el Génesis hasta el
Apocalipsis. Jesús dijo que debemos vivir “de toda palabra
que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4).
Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres
la explican según sus conceptos personales. Una cosa es ver la Biblia como una
simple recopilación de relatos, y
otra muy distinta es reconocerla como un conjunto de instrucciones y ejemplos
divinamente inspirados que forman un todo unificador. La Biblia está repleta de
ejemplos de personas como nosotros cuyas vidas nos muestran su obediencia o
desobediencia a los principios de Dios.
CONCLUSION:
LA
BIBLIA ES LA VOLUNTAD DE DIOS REVELADA, Y ES COMPROBABLE, ES BUENA, AGRADABLE Y PERFECTA. AMEN. JCA.
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