lunes, 18 de junio de 2012


La inspiración divina de toda la Biblia como la voluntad de Dios Revelada

¿Qué concepto tenemos de las Escrituras? ¿Consideramos que son  inspiradas por Dios?
Una clave indispensable para poder entender las Escrituras correctamente es aceptar la autoridad de la Biblia entera. Todos  los libros que la forman —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo— fueron inspirados por Dios.* Es su Voluntad  Revelada.
Dios nos asegura que podemos confiar plenamente en las Escrituras.

Por eso el apóstol Pablo escribió: Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Esta es una afirmación contundente. Significa que con toda confianza podemos aceptar que la Biblia, en sus escritos originales, es la inspirada e infalible Palabra de Dios.

Lo que ha llegado hasta nosotros son diferentes traducciones, de las cuales ninguna está libre de algunos errores humanos. Por lo tanto, al estudiar la Biblia es conveniente comparar diferentes versiones.
No obstante, podemos estar seguros de que entre las principales versiones que han sido traducidas concienzudamente de los textos origina- les en hebreo y en griego, las diferencias son mínimas. Se han analizado minuciosamente muchos manuscritos antiguos para descubrir casi todos los errores que pudieran haberse cometido al copiar los textos a lo largo de los siglos. Las verdades básicas han sido preservadas fielmente.

¿Qué prueba tenemos de que toda la Biblia —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo—fue inspirada por Dios? Esta es una pregunta muy importante. Si la Biblia sólo fuera otro de tantos libros religiosos que se han escrito desde hace miles de años, ¿qué falta podría hacernos?
Al fin y al cabo, muchos de esos libros aún pueden conseguirse, y cada día aparecen nuevas obras religiosas.
Lo que hace resaltar como únicas a las Sagradas Escrituras es la inmutabilidad de sus principios fundamentales, los cuales permanecieron constantes durante los 1.500 años en que la Biblia fue escrita.

Los libros que forman la Biblia fueron escritos por unas 40 personas que vivieron en distintas épocas, y muy pocas de ellas llegaron a conocerse personalmente. No obstante, la continuidad de pensamiento en todos los escritos es obvia. Los escritos religiosos que forman la base de otras religiones y filosofías contienen contradicciones y errores doctrinales e históricos fáciles de identificar.
Sólo la Biblia ha resistido por siglos el minucioso escrutinio de historiadores, críticos y arqueólogos. En toda la historia de la literatura universal ningún libro se ha mostrado tan confiable como la Biblia.
Gleason Archer, erudito bíblico y lingüista, escribe acerca de algunas de las cualidades de la Biblia: “Conforme he estudiado una tras otra las aparentes discrepancias y las supuestas contradicciones entre el relato bíblico y los hechos de la lingüística, la arqueología o la ciencia, mi confianza en la veracidad de las Escrituras ha sido confirmada y reforzada repetidamente. Me he dado cuenta de que casi todos los problemas que en la Escritura han sido descubiertos por el hombre desde la antigüedad hasta ahora, han sido resueltos de manera amplia y satisfactoria por el texto bíblico mismo o por los hechos imparciales de la arqueología”
(Encyclopedia of Bible Difficulties [“Enciclopedia de dificultades bíblicas”], 1982, p. 12).

La Biblia es históricamente exacta, y además sus principios unificadores, que le dan continuidad, se encuentran desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Uno de esos principios unificadores es la fe. En Génesis 4, al principio de la historia humana, vemos la fe de Abel, quien pagó con su vida   por su fe. Posteriormente, esta misma fe fue manifiesta en las pruebas que tuvieron Noé, Abraham, Moisés, los profetas, los apóstoles, los primeros cristianos y Jesucristo mismo.
El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos nos declara que por miles de años se mantuvo un pensamiento unánime basado en el principio de la fe. Por lo tanto, cuando estudiamos la Biblia necesitamos tener en cuenta la unidad y continuidad de sus principios espirituales.
Ya sea que estemos estudiando una narración, un himno, una de las epístolas o alguno de los cuatro evangelios, nos damos cuenta de que todos están entrelazados por los mismos principios fundamentales que Dios inspiró. Si esto fuera sólo el trabajo de hombres falibles, desde hace mucho se hubieran descubierto contradicciones en sus principios, tal como ha sucedido en la mayoría de los escritos humanos.

Existen muchas interpretaciones y puntos de vista contradictorios sobre lo que dice la Biblia, pero ninguna de estas opiniones sectarias afecta la integridad de las Escrituras.

Los mandamientos de Dios son otro ejemplo de continuidad. Sus leyes forman la base para la relación entre Dios y el hombre. Se encuentran desde el Génesis, donde se revelan ciertos principios básicos que son ampliados a lo largo de la Biblia, hasta el último libro, donde leemos acerca del remanente perseguido de la verdadera Iglesia de Dios poco antes del retorno de Jesucristo. Estos cristianos fieles se describen como “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” y “los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” 
(Apocalipsis 12:17; 14:12).

Los mandamientos de Dios son los mismos desde el Génesis hasta el Apocalipsis, aunque en el Nuevo Testamento éstos han sido ampliados hasta incluir los pensamientos y las intenciones del corazón del hombre.
Todas las Escrituras fueron inspiradas por el mismo autor: el Dios verdadero y omnipotente. Jesucristo mismo declaró el principio de que las Escrituras tienen como cimiento la ley de Dios.
En Mateo 22:37-40 habló acerca de los dos principios espirituales más grandes. Uno abarca los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, y el otro comprende los últimos seis. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.
Cristo dijo que estos dos grandes principios son el fundamento de todas las leyes de Dios.
Otro ejemplo de la continuidad de pensamiento se encuentra en las genealogías que hay a lo largo de la Biblia. Algunos piensan que sólo son vestigios históricos y que no tienen importancia. Sin embargo, las genealogías en los capítulos 5 y 10 del Génesis y los capítulos 1 al 9 de 1 Crónicas establecen la base del linaje de algunos personajes del Nuevo Testamento, incluso el de Jesucristo en Mateo 1 y Lucas 3.
Estas genealogías presentan a Cristo no como un personaje legendario, sino como descendiente de personas cuya existencia puede ser comprobada. Las pruebas históricas y arqueológicas han demostrado la existencia de muchos de los ancestros de Jesús, dando así credibilidad a las profecías de que Cristo sería descendiente de Abraham (Génesis 22:18; Gálatas 3:16) y de David (Mateo 1:1). Así, las genealogías sirven como guías históricas de la existencia de Jesucristo.

Aunque muchos escritores de la Biblia vivieron en épocas muy distantes una de la otra y ni siquiera pudieron darse cuenta de que sus palabras formarían parte de las Escrituras, Dios se encargó de que tales escritos quedaran cuidadosamente entretejidos de acuerdo con su voluntad y propósito. Sí, la Biblia contiene historia, genealogías, poesía, cartas, profecías y símbolos, pero estos escritos fueron inspirados por el mismo Dios infalible, y cada sección es parte de un gran todo. 
Cristo mismo dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35).

Dios no se contradice. Es por eso que encontramos unidad y continuidad en el mensaje bíblico.
Esta es una de las principales razones por las que después de miles de años aún tenemos las Sagradas Escrituras, a pesar de los incontables esfuerzos por destruirlas. La Biblia continuará existiendo mientras exista el hombre, pues fue escrita para que la estudiáramos, la entendiéramos y viviéramos de acuerdo con sus preceptos. Como dijo el apóstol Pablo: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se…

¿Hay errores en la Biblia?
Los textos originales de la Biblia no contienen errores porque fueron inspirados por Dios, pero no podemos decir lo mismo de las copias que se hicieron posteriormente o de las traducciones que se han hecho de estas últimas. Los traductores son humanos, de manera que es inevitable que sus propias tendencias religiosas hayan influido en su trabajo. Por lo general, tales errores son relativamente pequeños, pero en algunos casos son grandes equivocaciones que ocasionan enseñanzas y doctrinas
erróneas. Una de esas grandes equivocaciones la encontramos en
1 Juan 5:7-8. Durante más de mil años desde que se completaron las Escrituras, la segunda parte del versículo 7 y la primera parte del versículo 8 no aparecieron en los manuscritos griegos. Alrededor del año 500 apareció este fragmento en la versión latina que se conoce como la Vulgata. Al parecer, la inserción fue un intento para fortalecer la creencia en el concepto teológico de la Trinidad, el cual se debatía en ese entonces.
Las palabras que se agregaron son las siguientes:
“en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son
uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra”.
Hasta el año 1300, en ninguno de los manuscritos griegos del Nuevo Testamento aparecieron estas palabras. “Todas las pruebas textuales están en contra de 1 Juan 5:7. De todos los manuscritos griegos, sólo hay dos que lo contienen. Estos dos manuscritos son de fechas muy recientes, uno del siglo 14 ó 15 y el otro del siglo 16. Ambos muestran claramente que este versículo fue traducido del Latín” (Neil Lightfoot, How We Got the Bible [“Cómo obtuvimos la Biblia”], 1963, pp. 57-58).
Parece ser que los monjes que copiaron el texto del Nuevo Testamento en el siglo 14 ó 15 agregaron este versículo de la Vulgata.
Hasta la Biblia de Jerusalén reconoce que este versículo no es auténtico
y no lo contiene. Al pie de la página correspondiente aparece esta nota: “Los mss [manuscritos] de la Vulg. [Vulgata] añaden la frase siguiente: dan testimonio: en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, etc.”
El versículo en 1 Juan 5 debería decir, como cientos de los textos griegos más antiguos y la mayoría de las traducciones modernas dicen:
Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan”.
Esto se refiere al testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios (vers. 5-6). O

escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Jesucristo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
Si reconocemos y aceptamos el principio de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, entonces es necesario que modifiquemos nuestras creencias para que estén en conformidad con las Escrituras.
Dios no se equivoca ni se contradice. De principio a fin, la Biblia es como un asombroso y maravilloso tejido de las verdades de Dios y la revelación de su plan maestro para el hombre.

El apóstol Pedro hizo referencia a la inspiración de los profetas:
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10-12). Toda la Escritura está unificada, fruto de la inspiración divina.

Más adelante, el mismo apóstol explicó que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21).

Podemos ver que Dios, por el poder de su Espíritu, es el verdadero autor de las Escrituras.
Ya en el tiempo del apóstol Pedro, algunos habían empezado a tergiversar no sólo lo que se había escrito en esos años sino también las Escrituras antiguas.

Pedro les advirtió a los miembros de la Iglesia de Dios: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas; procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” 
(2 Pedro 3:14-16).

Como citamos antes, el apóstol Pablo escribió a Timoteo recordándole que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
En ese tiempo, los libros del Nuevo Testamento aún no habían sido canonizados y algunos ni siquiera habían sido escritos.
Por consiguiente, las “Escrituras” a las que Pablo se refería eran las Escrituras hebreas, las que ahora se conocen como el Antiguo Testamento. Para la Iglesia apostólica, esta era la única Biblia existente.

El reconocer sólo una parte de las Escrituras como base de la fe ha dado como resultado cientos de sectas e iglesias con creencias contradictorias. Sin embargo, si damos el debido crédito a lo que la Biblia dice, debemos respetar, creer y obedecer toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Jesús dijo que debemos vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4).

Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres la explican según sus conceptos personales. Una cosa es ver la Biblia como una simple recopilación de relatos, y otra muy distinta es reconocerla como un conjunto de instrucciones y ejemplos divinamente inspirados que forman un todo unificador. La Biblia está repleta de ejemplos de personas como nosotros cuyas vidas nos muestran su obediencia o desobediencia a los principios de Dios.

CONCLUSION:
LA BIBLIA ES LA VOLUNTAD DE DIOS REVELADA, Y ES COMPROBABLE,  ES BUENA,  AGRADABLE  Y    PERFECTA.                 AMEN.                                           JCA.


No hay comentarios:

Publicar un comentario