JESUCRISTO ANTE LA FRUSTRACIÓN HUMANA
«Vanidad de vanidades, todo es vanidad...
He aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu,
y sin provecho debajo del sol»
(Ec. 1:2, Ec. 2:11)
He aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu,
y sin provecho debajo del sol»
(Ec. 1:2, Ec. 2:11)
Cada vez más personas viven con una sensación de estar en un viaje a
ninguna parte, de que la vida no tiene sentido.
La palabra frustración viene de
un término latino -frustra- que significa en vano, sin sentido, inútil. Una
expresión popular, sobre todo entre los adolescentes: «¡qué frustre!» exclaman
ante una contrariedad.
¿Qué es, en realidad, vivir
frustrado? El autor del Eclesiastés hace una descripción detallada de su
frustración al contemplar la vida tal cual es. Podríamos decir que se enfrenta
cara a cara con la vida.
«¿Qué provecho tiene el
hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?» (Ec. 1:3).
«Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho bajo el sol, el cual, al fin
y al cabo tendré que dejar a otro que vendrá después de mí; y quién sabe si
será capaz o incapaz, sabio o necio el que se aprovechará de todo mi trabajo en
que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría. Esto también es
vanidad.» (Ec. 2:8). Uno se pregunta: ¿ha valido la pena tanto sacrificio, tanto esfuerzo?
¿Para qué? La misma experiencia relata el Predicador cuando se entrega al estudio:
«Dediqué mi corazón a
conocer la sabiduría y a entender los desvaríos.
Conocí que aun esto era
aflicción de espíritu, porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia y quien
añade ciencia añade dolor» (Ec. 1:17-18). El vivir sólo para estudiar, para
la ciencia, también le deja al Predicador un sentimiento de vacío.
Tampoco la prosperidad económica,
las riquezas, llenaron al autor del Eclesiastés.
«Dije yo en mi corazón: ven ahora, te probaré
con alegría y gozarás de bienes, mas he aquí esto era también vanidad» (Ec. 2:1).
Me amontoné también
plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias... Y fui engrandecido
y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalen.» (Ec. 2:4-9).
Pero he
aquí su conclusión en crudas palabras: «Miré yo después
todas las obras que habían hecho mis manos y el trabajo que tomé para hacerlas,
y he aquí todo era vanidad (frustración) y aflicción de espíritu y sin provecho
debajo del sol» (Ec. 2:11).
Los bienes materiales no pueden dar un
sentido a la existencia. El Predicador buscó también la respuesta a su
inquietud en los placeres.
«No negué a mis ojos
ninguna cosa que no desearan ni aparté mi corazón de placer alguno» (Ec. 2:10).
Observemos,
sin embargo, de nuevo la conclusión: «A la risa dije:
enloqueces, y al placer, ¿de qué sirve esto?» (Ec. 2:2). La satisfacción de todos los deseos y
necesidades, (vive el día). Todos estos caminos -el trabajo, el estudio (el
mundo académico), los bienes materiales, los placeres- son buenos en sí mismos.
La Palabra de Dios no los condena. Son facetas propias de la vida humana
creadas por Dios para nuestro bien y disfrute.
El
problema surge cuando dejan de ser medios, instrumentos, y se convierten
en un fin en sí mismas.
Lo que frustra no es trabajar,
sino vivir para trabajar; lo negativo no es entregarse a la ciencia,
sino buscar en ella el sentido de tu vida; el vacío desesperante de las
riquezas aparece cuando uno busca llenar con ellas el tedio vital. Así pues, la frustración es un sentimiento de
vacío, de absurdidad que se expresa en apatía, desmotivación, un estar de
vuelta de todo.
Muchos jóvenes hoy sufren este «síndrome del Eclesiastés»:
están de vuelta de todo sin haber siquiera empezado el camino; son viejos con
veinte años. Les falta lo opuesto a la frustración: la ilusión y la esperanza.
Un primer ejemplo, el aumento de
la agresividad contra uno mismo y contra los demás. Otra muestra de esta
agresividad es el aumento dramático de la violencia en las relaciones
personales. Para estas personas esperar es fuente de frustración. «nada a largo plazo» afecta a todas las
áreas de la vida,
. Éste es exactamente el mensaje
del Eclesiastés. Cuando uno reflexiona profundamente en el sentido de la vida,
llega a la conclusión de que ni el trabajo, ni el estudio, ni las riquezas, ni
el placer pueden dar respuesta satisfactoria. Cuando uno vive para estas cosas,
descubre que la vida es «vanidad -frustración- y
aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol» (Ec. 2:11).
Esta falta de ilusión y de metas
a largo plazo está relacionada con un problema más profundo y más grave: la falta
de esperanza. Vivimos fundamentalmente en un mundo sin esperanza.
No basta con una sociedad mejor,
más justa y menos violenta, para acabar con la frustración del ser humano.
La
separación de Dios, raíz de la frustración humana
«El
fin de todo el discurso oído es este:
Teme a Dios y guarda sus mandamientos,
porque esto es el todo del hombre»
(Ec. 12:13)
Teme a Dios y guarda sus mandamientos,
porque esto es el todo del hombre»
(Ec. 12:13)
La frustración, como concluye el
autor del Eclesiastés, no es en último término un problema social sino moral y
espiritual. . El problema soy yo, no el
mundo que me rodea, como nos recuerda el Señor Jesús: «No lo que entra en
la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al
hombre» (Mt. 15:11).
La frustración es resultado de la
separación de Dios. Vivimos en un mundo frustrante porque se alejó de su
Creador en el momento de la Caída.
El apóstol expresa la misma idea
vinculándola con nuestra separación de Cristo:«En aquel
tiempo estabais sin Cristo, alejados... y ajenos a los pactos de la promesa,
sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef. 2:12).
«Hay un vacío en forma de Dios en
el corazón de cada hombre que no puede ser llenado por ninguna cosa creada,
sino solamente por Dios el Creador, quien se dio a conocer a través de
Jesucristo». La respuesta última a la frustración humana sólo se puede hallar
en la persona de Cristo.
Dios ha provisto en Jesucristo la
vida abundante que es exactamente lo opuesto a una vida frustrada:
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia»
(Jn. 10:10). La
palabra «abundancia» en el original es un
comparativo -«más abundante»- y también se podría traducir por «extraordinaria,
magnífica superior».
Vida = zoe (ζωή, G2222), (castellano, zoo, zoología) se emplea
en el NT «de la vida como un principio, vida en el sentido absoluto, vida como
la tiene Dios, aquello que el Padre tiene en sí mismo, y que él dio al Hijo que
tuviera, vida en sí mismo.
Este versículo es como una
síntesis preciosa de todo el Evangelio: ante el drama de una vida frustrada en
un mundo frustrante, se alza esplendorosa la figura de Jesús que nos abre la
puerta a una vida nueva magnífica, superior, en una palabra, una vida abundante
de sentido, de realización y de esperanza. Vida cuya fuente única es Dios, y es
amplia y plena.
Como la obtengo por obediencia a
su Palabra. «¿cómo puede la obediencia ser una fuente de alegría?». De siempre
el ser humano ha pensado exactamente lo contrario: la libertad sí que es una
fuente de gozo, pero la obediencia lleva a la opresión y a la frustración.
El amor de Cristo es la clave de
nuestro tema y la explicación a esta paradoja. «El amor
de Cristo nos constriñe» (2 Co. 5:14-15). El motivo por el
cual obedecemos va a determinar nuestras actitudes y nuestros sentimientos.
La obediencia del creyente nace
como respuesta natural al inmenso amor del Señor Jesús. Es una obediencia voluntaria
que emana del amor.
Cuando uno ama, busca agradar en
todo a la persona amada «...habéis obedecido de
corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Ro. 6:17).
La obediencia que sale del corazón es voluntaria y produce un gran gozo porque
se basa en el amor.
Por el contrario, hay una
obediencia que no sale del corazón porque no ama a su destinatario y genera un
pesado sentido de sumisión y hasta de amargura. Aquí estamos ante uno de los
aspectos más singulares del Evangelio: Dios no obliga a nadie a creer.
El gozo es al que todos los seres
humanos aspiramos, a la par que rehuimos su antónimo: la tristeza. En numerosas ocasiones la Palabra de
Dios nos exhorta al gozo y la alegría. el gozo es un elemento esencial del
fruto del Espíritu. Cristo vino para darnos no una vida mediocre, vacía o
triste sino una «vida
en abundancia» (Jn. 10:10). De la misma forma el Padre «nos da todas las cosas en abundancia
para que las disfrutemos» (1 Ti. 6:17).
¿hay motivos para la esperanza?.
Un sí rotundo es la respuesta de los cristianos que se toman en serio las
enseñanzas del Señor Jesucristo.
Uno de los rasgos más llamativos
de la persona de Jesús es su humanidad. El apóstol Juan, que compartió con el
Maestro horas de honda amistad, recogió de él enseñanzas preciosas que ponen al
descubierto una de las facetas más radiantes de su carácter: su amor. «Nadie tiene mayor amor
que éste: que ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...» (Jn. 15:13-15).
Y de este amor brota un gozo inaudito: «Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros
y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15:11).
El gozo de Jesús era el emanado
del conocimiento del Padre y del cumplimiento de su voluntad, es decir de la
obediencia. les dijo su Maestro y Señor: «Vosotros ahora tenéis
tristeza, pero os volveré a ver y se gozará vuestro corazón y nadie os quitará
vuestro gozo» (Jn. 16:22).
«El gozo del Señor es
vuestra fuerza» (Neh. 8:10).
Pero, además, el «estar gozoso»
es en sí mismo un acto de obediencia. Las exhortaciones de Pablo al respecto
suelen ir en el modo imperativo, es un ruego a obedecer: «Estad siempre gozosos» (1 Ts. 5:16), «Regocijaos en el Señor
siempre...» (Fil. 4:4). Hay, por tanto un elemento de esfuerzo por
nuestra parte incompatible con la pasividad y la autocomplacencia.
La paz,
consecuencia del gozo Tanto en el texto por excelencia
sobre el gozo (Fil. 4:4-7)
como en el pasaje clave del fruto del Espíritu: «amor, gozo, paz...» (Gá. 5:22-24),
ambos están íntimamente vinculados. Una relación tan estrecha no nos debe
sorprender por cuanto el gozo auténtico del Espíritu es también fuente de una
paz profunda.
Cuando contemplamos nuestro
estado actual en Cristo y experimentamos que «nada ni
nadie nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús», la paz
y el gozo fluyen de forma abundante. Jca.
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