lunes, 10 de junio de 2013

JESUCRISTO ANTE LA FRUSTRACIÓN HUMANA
«Vanidad de vanidades, todo es vanidad...
He aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu,
y sin provecho debajo del sol»
(Ec. 1:2, Ec. 2:11)
Cada vez más personas  viven con una sensación de estar en un viaje a ninguna parte, de que la vida no tiene sentido.
La palabra frustración viene de un término latino -frustra- que significa en vano, sin sentido, inútil. Una expresión popular, sobre todo entre los adolescentes: «¡qué frustre!» exclaman ante una contrariedad.
¿Qué es, en realidad, vivir frustrado? El autor del Eclesiastés hace una descripción detallada de su frustración al contemplar la vida tal cual es. Podríamos decir que se enfrenta cara a cara con la vida.   

«¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?» (Ec. 1:3). «Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho bajo el sol, el cual, al fin y al cabo tendré que dejar a otro que vendrá después de mí; y quién sabe si será capaz o incapaz, sabio o necio el que se aprovechará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría. Esto también es vanidad.» (Ec. 2:8). Uno se pregunta: ¿ha valido la pena tanto sacrificio, tanto esfuerzo? ¿Para qué? La misma experiencia relata el Predicador cuando se entrega al estudio:  
                    
«Dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y a entender los desvaríos.
Conocí que aun esto era aflicción de espíritu, porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia y quien añade ciencia añade dolor» (Ec. 1:17-18). El vivir sólo para estudiar, para la ciencia, también le deja al Predicador un sentimiento de vacío.
Tampoco la prosperidad económica, las riquezas, llenaron al autor del Eclesiastés. «Dije yo en mi corazón: ven ahora, te probaré con alegría y gozarás de bienes, mas he aquí esto era también vanidad» (Ec. 2:1).
Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias... Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalen.» (Ec. 2:4-9). Pero he aquí su conclusión en crudas palabras: «Miré yo después todas las obras que habían hecho mis manos y el trabajo que tomé para hacerlas, y he aquí todo era vanidad (frustración) y aflicción de espíritu y sin provecho debajo del sol» (Ec. 2:11).            
 Los bienes materiales no pueden dar un sentido a la existencia. El Predicador buscó también la respuesta a su inquietud en los placeres.

«No negué a mis ojos ninguna cosa que no desearan ni aparté mi corazón de placer alguno» (Ec. 2:10). Observemos, sin embargo, de nuevo la conclusión: «A la risa dije: enloqueces, y al placer, ¿de qué sirve esto?» (Ec. 2:2). La satisfacción de todos los deseos y necesidades, (vive el día). Todos estos caminos -el trabajo, el estudio (el mundo académico), los bienes materiales, los placeres- son buenos en sí mismos. La Palabra de Dios no los condena. Son facetas propias de la vida humana creadas por Dios para nuestro bien y disfrute.
El problema surge cuando dejan de ser medios, instrumentos, y se convierten en un fin en sí mismas.

Lo que frustra no es trabajar, sino vivir para trabajar; lo negativo no es entregarse a la ciencia, sino buscar en ella el sentido de tu vida; el vacío desesperante de las riquezas aparece cuando uno busca llenar con ellas el tedio vital. Así pues, la frustración es un sentimiento de vacío, de absurdidad que se expresa en apatía, desmotivación, un estar de vuelta de todo. 

Muchos jóvenes hoy sufren este «síndrome del Eclesiastés»: están de vuelta de todo sin haber siquiera empezado el camino; son viejos con veinte años. Les falta lo opuesto a la frustración: la ilusión y la esperanza.
Un primer ejemplo, el aumento de la agresividad contra uno mismo y contra los demás. Otra muestra de esta agresividad es el aumento dramático de la violencia en las relaciones personales. Para estas personas esperar es fuente de frustración.     «nada a largo plazo» afecta a todas las áreas de la vida,
. Éste es exactamente el mensaje del Eclesiastés. Cuando uno reflexiona profundamente en el sentido de la vida, llega a la conclusión de que ni el trabajo, ni el estudio, ni las riquezas, ni el placer pueden dar respuesta satisfactoria. Cuando uno vive para estas cosas, descubre que la vida es «vanidad -frustración- y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol» (Ec. 2:11).
Esta falta de ilusión y de metas a largo plazo está relacionada con un problema más profundo y más grave: la falta de esperanza. Vivimos fundamentalmente en un mundo sin esperanza.
No basta con una sociedad mejor, más justa y menos violenta, para acabar con la frustración del ser humano.

La separación de Dios, raíz de la frustración humana
«El fin de todo el discurso oído es este:
Teme a Dios y guarda sus mandamientos,
porque esto es el todo del hombre»
(Ec. 12:13)
La frustración, como concluye el autor del Eclesiastés, no es en último término un problema social sino moral y espiritual.  . El problema soy yo, no el mundo que me rodea, como nos recuerda el Señor Jesús:   «No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre» (Mt. 15:11).

La frustración es resultado de la separación de Dios. Vivimos en un mundo frustrante porque se alejó de su Creador en el momento de la Caída.
El apóstol expresa la misma idea vinculándola con nuestra separación de Cristo:«En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados... y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef. 2:12).

«Hay un vacío en forma de Dios en el corazón de cada hombre que no puede ser llenado por ninguna cosa creada, sino solamente por Dios el Creador, quien se dio a conocer a través de Jesucristo». La respuesta última a la frustración humana sólo se puede hallar en la persona de Cristo.
Dios ha provisto en Jesucristo la vida abundante que es exactamente lo opuesto a una vida frustrada:

«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn. 10:10). La palabra «abundancia» en el original es un comparativo -«más abundante»- y también se podría traducir por «extraordinaria, magnífica superior».
Vida = zoe (ζωή, G2222), (castellano, zoo, zoología) se emplea en el NT «de la vida como un principio, vida en el sentido absoluto, vida como la tiene Dios, aquello que el Padre tiene en sí mismo, y que él dio al Hijo que tuviera, vida en sí mismo.
Este versículo es como una síntesis preciosa de todo el Evangelio: ante el drama de una vida frustrada en un mundo frustrante, se alza esplendorosa la figura de Jesús que nos abre la puerta a una vida nueva magnífica, superior, en una palabra, una vida abundante de sentido, de realización y de esperanza. Vida cuya fuente única es Dios, y es amplia y plena.

Como la obtengo por obediencia a su Palabra. «¿cómo puede la obediencia ser una fuente de alegría?». De siempre el ser humano ha pensado exactamente lo contrario: la libertad sí que es una fuente de gozo, pero la obediencia lleva a la opresión y a la frustración.
El amor de Cristo es la clave de nuestro tema y la explicación a esta paradoja. «El amor de Cristo nos constriñe» (2 Co. 5:14-15). El motivo por el cual obedecemos va a determinar nuestras actitudes y nuestros sentimientos.
La obediencia del creyente nace como respuesta natural al inmenso amor del Señor Jesús. Es una obediencia voluntaria que emana del amor.

Cuando uno ama, busca agradar en todo a la persona amada «...habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Ro. 6:17). La obediencia que sale del corazón es voluntaria y produce un gran gozo porque se basa en el amor.
Por el contrario, hay una obediencia que no sale del corazón porque no ama a su destinatario y genera un pesado sentido de sumisión y hasta de amargura. Aquí estamos ante uno de los aspectos más singulares del Evangelio: Dios no obliga a nadie a creer.

El gozo es al que todos los seres humanos aspiramos, a la par que rehuimos su antónimo: la tristeza.          En numerosas ocasiones la Palabra de Dios nos exhorta al gozo y la alegría. el gozo es un elemento esencial del fruto del Espíritu. Cristo vino para darnos no una vida mediocre, vacía o triste sino una «vida en abundancia» (Jn. 10:10). De la misma forma el Padre «nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1 Ti. 6:17).

¿hay motivos para la esperanza?. Un sí rotundo es la respuesta de los cristianos que se toman en serio las enseñanzas del Señor Jesucristo.
Uno de los rasgos más llamativos de la persona de Jesús es su humanidad. El apóstol Juan, que compartió con el Maestro horas de honda amistad, recogió de él enseñanzas preciosas que ponen al descubierto una de las facetas más radiantes de su carácter: su amor. «Nadie tiene mayor amor que éste: que ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...» (Jn. 15:13-15). Y de este amor brota un gozo inaudito: «Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15:11).
El gozo de Jesús era el emanado del conocimiento del Padre y del cumplimiento de su voluntad, es decir de la obediencia.  les dijo su Maestro y Señor: «Vosotros ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver y se gozará vuestro corazón y nadie os quitará vuestro gozo» (Jn. 16:22).
«El gozo del Señor es vuestra fuerza» (Neh. 8:10).
Pero, además, el «estar gozoso» es en sí mismo un acto de obediencia. Las exhortaciones de Pablo al respecto suelen ir en el modo imperativo, es un ruego a obedecer: «Estad siempre gozosos» (1 Ts. 5:16), «Regocijaos en el Señor siempre...» (Fil. 4:4). Hay, por tanto un elemento de esfuerzo por nuestra parte incompatible con la pasividad y la autocomplacencia.

La paz, consecuencia del gozo  Tanto en el texto por excelencia sobre el gozo (Fil. 4:4-7) como en el pasaje clave del fruto del Espíritu: «amor, gozo, paz...» (Gá. 5:22-24), ambos están íntimamente vinculados. Una relación tan estrecha no nos debe sorprender por cuanto el gozo auténtico del Espíritu es también fuente de una paz profunda.

Cuando contemplamos nuestro estado actual en Cristo y experimentamos que «nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús», la paz y el gozo fluyen de forma abundante.                                                                        Jca.

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