78 - RELACION
CON DIOS. 2.
1Corintios 3:1-3 De manera que yo, hermanos, no pude hablaros
como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a
beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía,
porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y
disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?
Para alcanzar la madurez se
necesitan cantidades iguales de diligencia y paciencia. Alcanzar la madurez
toma tiempo. También requiere un sentido de equilibrio.
Por un lado, nunca debemos
conformarnos con el nivel de nuestra relación y conocimiento de Dios. Si lo
hacemos, nos estancaremos, nos amargaremos y retrocederemos. Por otro lado,
debemos ser muy pacientes con nosotros mismos y no esperar más de lo que Dios
espera de nosotros. La Biblia muestra que esta madurez no se produce de la
noche a la mañana. Requiere tiempo: tiempo con Dios y en su Palabra.
Por eso,
Pedro escribió: 1 Pedro 2:2,3 “Desead, como niños recién nacidos, la leche
espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que
habéis gustado la benignidad del Señor”
Santiago sostuvo también la
naturaleza progresiva de esa relación con Dios al escribir:
San. 1:2-4).Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os
halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y
cabales, sin que os falte cosa alguna
No aceleres el proceso. Pero
tampoco dejes que se detenga. Sigue alimentándote de la Palabra de Dios incluso
mientras te permite mostrar tu debilidad en las diferentes etapas, pruebas y
aflicciones de la vida. Espera
cambios.
Debido a la naturaleza misma
de la vida espiritual, nuestra relación con el Señor cambiará. Cambiará porque
a medida que avanzamos siempre encontraremos más: más conocimiento y
experiencia de Dios que nos llevarán al extremo, ensancharán nuestros corazones
y nos harán personas mejores.
Sin embargo, nuestra
relación con Dios también puede empeorar si comenzamos a deslizarnos y a
apoyarnos en experiencias pasadas con Él. Debemos esperar cambios porque
nuestra relación con Él es por naturaleza un tema de disputa. Nuestro
adversario, el diablo, no quedará satisfecho hasta que nos neutralice y
caigamos Efesios 6:10-l3).
Aun cuando nuestra relación
personal con Dios nunca puede perderse, las características de esa relación
cambiarán. Nosotros cambiaremos.
Podemos contar con eso.
Nuestro corazón se volverá más cálido o más frío. Nuestro carácter se hará más
profundo o más débil. Nuestras conversaciones con Dios serán más íntimas o
menos significativas y menos frecuentes.
Refiriéndose a nuestra
incompleta relación con Dios, Pablo dijo:
1Corintios 13:9,10,12,13 Porque en parte conocemos, y en parte
profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se
acabará. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara.
Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora
permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es
el amor
Esa es la realidad que hemos
de enfrentar. Nuestro conocimiento y nuestra experiencia son incompletos. Es
como si mirásemos el rostro de Dios a través de un cristal empañado. En aquel
día, será cara a cara. Mientras tanto, tenemos órdenes que cumplir. Debemos
confiar en Dios. Hemos de amar a Dios y a su imperfecta familia de todo
corazón. No podemos darnos el lujo de exigirnos perfección. Tampoco debemos
exigirla a los demás. La santidad y el crecimiento que Dios busca se verá en nuestro
quebrantamiento y humildad, no en nuestra perfección espiritual.
No esperes el cielo en la
tierra.
No solo es importante darnos
tiempo para crecer en el Señor, sino que es esencial darle tiempo a Dios para
que se muestre absolutamente fiel y capaz de proporcionarnos toda la
satisfacción que deseamos. Pero no esperes en esta vida lo que Él ha prometido
terminar en la eternidad. Los cristianos somos personas de eternidad. No hay
límites de tiempo en nuestro futuro.
El tener una relación con
Dios no significa que vamos a obtener todo lo que deseamos en la vida. No es la
llave del éxito financiero, de la buena salud ni de una larga vida. Sin
embargo, es la manera de cultivar cada vez más en nuestro interior el amor, el
gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y
el dominio propio (Gálatas 5:22-23). Es el medio de encontrar la relación, el
propósito, la misión, la seguridad y la esperanza máximos en esta vida.
Todo lo que nos queda es
confiar en Cristo en aquello que ahora no podemos ver ni tener. Hemos de creer
en las palabras de Jesús a sus discípulos cuando dijo:
Juan 14:1-3 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si
me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para
que donde yo estoy, vosotros también estéis
Esa es nuestra esperanza.
No deberíamos esperar que el
Señor nos dé todo lo que anhelamos ahora. Aunque Él ha prometido suplir las
necesidades de todos los que le siguen, también se reserva el derecho de
determinar lo que necesitamos ahora y lo que podremos disfrutar todavía más si
lo recibimos más tarde.
UNA RELACIÓN COMPARTIDA
Todos nos acercamos a Dios
individualmente. En cierta forma, vamos solos. El establecer o no una relación
personal con Dios es una decisión personal, una elección. Nadie puede tomar esa
decisión por nosotros. Pero la cosa no acaba ahí. Una vez nos acercamos a Dios,
nos unimos a Él y nos convertimos en un miembro de su familia.
Los que aman a Dios se aman
mutuamente.
Es imposible tener una
relación personal con Dios sin tener también relaciones Cristocéntricas con
otras personas. Nuestro ejemplo es el amor de Cristo expresado en la cruz.
Cristo nos mostró que estar cerca del Padre significa compartir el amor del
Padre por los demás (1 Juan 4:7-11). Cuando conozca al Señor, también voy a ser
confrontado con un Dios que ama celosamente a los que están a mi alrededor: mi
familia, mis amigos, mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mis conocidos e
incluso mis enemigos.
Esa es la clase de actitud
que Pablo exhortó a los cristianos de Tesalónica que tuviesen. Después de
afirmar la realidad y la evidencia de su relación con Dios (1 Tesalonicenses
1:1-7), prosiguió diciendo:
Pero
acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque
vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis los unos a otros; y
también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero
os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más (1
Tesalonicenses 4:9,10). Puede que nos guste vivir aislados, pero no podemos
hacerlo si queremos crecer en nuestra relación con Dios. Conocer a Dios no
significa solamente saber cosas de Él; significa entrar en Él: en sus
pensamientos, en su corazón, en su amor.
El apóstol Pablo escribió:
1Juan
4:7,8 Amados, amémonos unos a otros;
porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a
Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor
Hay una dependencia mutua
entre los que aman a Dios.
En Efesios 4, Pablo expresó
claramente que nuestra relación vertical con Dios va acompañada de muchas
relaciones horizontales. Ese pasaje de la Escritura retrata a cada hijo de Dios
como miembro del cuerpo de Cristo. Cada parte tiene una función. De la misma
forma en que el ojo, el oído, la boca y los pies desempeñan distintas funciones
en nuestro cuerpo, así todo creyente desempeña un papel diferente en la
Iglesia, el cuerpo de Cristo. Cuando cada parte contribuye lo suyo, todo el
cuerpo se beneficia (véanse 1 Corintios 12 y Romanos 12).
Aunque hemos recibido una
salvación completa en Cristo, hay otro aspecto en el que no estamos completos
si no nos relacionamos y nos servimos mutuamente. Nos necesitamos unos a otros
de la misma forma que la boca necesita al ojo y el ojo a la mano. Esta es la
obra externa de nuestra salvación. Podríamos pensar que somos espíritus
independientes que no necesitamos a nadie para nada, pero pronto descartaremos
esa idea a medida que crezcamos en nuestro conocimiento de Dios.
Los que aman a Dios se
someten mutuamente.
En Efesios 5:21, Pablo dice
que hemos de someternos unos a otros en el temor de Dios. En el consejo
siguiente, sus palabras son muy específicas. Nos dice que:
• Las esposas han de servir
a sus maridos como un medio de servir al Señor (5:22).
• Los maridos deben
renunciar por amor a sus propios intereses en favor de sus esposas como Cristo
renunció por amor a sus intereses en beneficio de la Iglesia (5:25-28).
• Los hijos han de obedecer
a sus padres en el Señor (6:1).
• Los siervos han de ser
obedientes a sus amos como medio de servir al Señor (6:5,7).
• Los amos han de mostrar
consideración a sus siervos por consideración al Señor (6:9).
El mensaje es muy claro.
Conocer a Dios y su amor significa que vamos a servir a otros en amor y sumisión
(Efesios 3:14-21
Cuando confiemos en Dios y
obedientemente sirvamos a los demás, descubriremos en lo más profundo de
nuestro corazón la rectitud, la sabiduría y el poder del amor de Cristo.
Encauzar obedientemente el
amor de Dios por los demás nos permite comenzar a experimentar el significado
de la oración de Pablo en:
Efesios 3:14-19.
Por
esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de
quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme
a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre
interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros
corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente
capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Uno que estaba muy cerca… y
a la vez muy lejos
Es posible estar cerca de
Cristo y, al mismo tiempo, muy lejos. Encontramos una ilustración de esta
verdad en los doce apóstoles. Ellos tuvieron la oportunidad más obvia de tener
una relación personal con Él. Sin embargo, en ese círculo íntimo había uno,
probablemente el que disfrutaba de la mayor confianza de parte del grupo
(puesto que administraba el dinero), que nunca tuvo realmente la clase de
conexión personal a la que nos referimos. Judas sabía mucho de Jesús. Conocía
los hábitos del Maestro lo suficiente como para conducir a sus aprehensores a
su lugar de reunión en un huerto. Conocía tan bien a Cristo como para
traicionarlo, saludándolo con un beso. Pero no lo conocía como Salvador y
Señor.
A pesar de lo mucho que
confiaban en él, el «tesorero» nunca tuvo la clase de relación personal y
Cristocéntrica con Dios que hoy tenemos disponible. Es un ejemplo perturbador
de la clase de persona de la que habló Jesús cuando dijo:
Entrad por la puerta
estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición
[...] Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores
de maldad (Mateo 7:13,22,23).
Alguien ha dicho: “Saber que
Cristo murió es historia. Creer que murió por mí es salvación”. La relación
personal con Cristo comienza en el momento de nuestra salvación. Jesús se
refirió a este acontecimiento como un nuevo nacimiento (Juan 3:3). Solo cuando
nacemos espiritualmente en la familia de Dios nos convertimos en sus hijos, sus
amigos, sus siervos y miembros de su reino espiritual.
Aunque puede que no sepamos
exactamente cuándo comienza esta nueva vida, podemos entender los pasos que
necesitamos dar para empezar esa relación.
PRIMER PASO: Necesitamos
admitir nuestra condición perdida.
Todos nacemos de padres que
forman parte de una humanidad caída. Venimos a este mundo separados de la vida
de Dios y absortos en el interés de encontrar satisfacción, significado e
independencia personal en nuestros propios términos. No mostramos un deseo
natural del Dios que nos hizo para Sí (Romanos 3:11,12).
Aunque puede que tengamos un
buen concepto de nosotros mismos (siempre que nos midamos por nosotros mismos),
Jesucristo nos mostró nuestro pecado.
Él es quien nos enseñó lo
que significa tener una relación personal con Dios. Es también aquel que dijo
que no vino a este mundo a ayudar a las personas buenas, sino “a buscar y a
salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
La Biblia dice que todos
venimos a este mundo vivos físicamente pero muertos espiritualmente,
perdiéndonos de la calidad de vida para la cual Dios nos hizo. El apóstol Pablo
escribió: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”
(Romanos 3:23); “... No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10); y “Porque la
paga del pecado es muerte…" (Romanos 6:23).
SEGUNDO PASO: Necesitamos
saber lo que Dios ha hecho por nosotros.
La palabra evangelio
significa “buenas nuevas”. El evangelio de Cristo es que Dios mismo nos amó lo
suficiente como para enviar a su propio Hijo a este mundo a rescatarnos de
nosotros mismos y de nuestro pecado (Juan 1:1-4; 3:16).
Las buenas nuevas son que
Jesús vivió la calidad de vida que Dios quería que nosotros viviésemos.
Sin falta, amó a su Padre
celestial con todo su corazón, alma y mente. Sin falla, nos mostró lo que
significa amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Luego, para resolver el problema
de la pérdida de nuestra relación con su Padre, Jesús murió en nuestro lugar,
ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio perfecto para pagar el precio del
pecado (Juan 1:1-14), su muerte tuvo un valor infinito. Cuando resucitó de
entre los muertos demostró que había muerto en lugar nuestro para pagar el
precio de todo pecado: pasado, presente y futuro. Con un sacrificio pagó por el
menor y también por el peor de nuestros pecados.
TERCER PASO: Necesitamos
creer y recibir personalmente el regalo de Dios.
Aunque todos hemos ganado la
paga de la muerte espiritual y la separación de Dios (Romanos 6:23), nadie
puede ganarse una relación con Dios.
Es un regalo de su amor y
misericordia, no una recompensa por nuestro esfuerzo. Nadie se salva tratando
de ser bueno. Somos salvos confiando en Cristo.
Es por esto que el apóstol
Pablo pudo escribir: “Porque por gracia [favor inmerecido] sois salvos por
medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe” (Efesios 2:8,9; véanse también Romanos 4:5; Tito 3:5)
Esto puede sonar demasiado
simple. Pero se necesita un milagro de la gracia de Dios para quebrantar
nuestro orgullo y autosuficiencia. Se necesita el Espíritu de Dios para
llevarnos a esa clase de relación personal. Si este es tu deseo, así es como tú
puedes empezar.
Las palabras exactas que
decimos a Dios para recibir este regalo pueden variar (Lucas 18:13; 23:42,43).
Lo importante es que creamos a Dios lo suficiente como para poder decir:
“Padre, sé que he pecado contra Ti. Creo que Jesús es tu Hijo, que murió por
mis pecados, y que resucitó de entre los muertos para probarlo. Ahora acepto tu
oferta de vida eterna. Acepto a Jesús como tu regalo para mi salvación”.
Si esa es la expresión
honesta de tu corazón, ¡bienvenido a la familia de Dios! Mediante la fe simple
y como la de un niño has entrado en una relación personal con Aquel que te creó
y te salvó para Sí.
(Artículos extraídos y
adaptados del librito ¿Qué es una relación personal con Dios?,
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