lunes, 18 de junio de 2012


La inspiración divina de toda la Biblia como la voluntad de Dios Revelada

¿Qué concepto tenemos de las Escrituras? ¿Consideramos que son  inspiradas por Dios?
Una clave indispensable para poder entender las Escrituras correctamente es aceptar la autoridad de la Biblia entera. Todos  los libros que la forman —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo— fueron inspirados por Dios.* Es su Voluntad  Revelada.
Dios nos asegura que podemos confiar plenamente en las Escrituras.

Por eso el apóstol Pablo escribió: Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Esta es una afirmación contundente. Significa que con toda confianza podemos aceptar que la Biblia, en sus escritos originales, es la inspirada e infalible Palabra de Dios.

Lo que ha llegado hasta nosotros son diferentes traducciones, de las cuales ninguna está libre de algunos errores humanos. Por lo tanto, al estudiar la Biblia es conveniente comparar diferentes versiones.
No obstante, podemos estar seguros de que entre las principales versiones que han sido traducidas concienzudamente de los textos origina- les en hebreo y en griego, las diferencias son mínimas. Se han analizado minuciosamente muchos manuscritos antiguos para descubrir casi todos los errores que pudieran haberse cometido al copiar los textos a lo largo de los siglos. Las verdades básicas han sido preservadas fielmente.

¿Qué prueba tenemos de que toda la Biblia —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo—fue inspirada por Dios? Esta es una pregunta muy importante. Si la Biblia sólo fuera otro de tantos libros religiosos que se han escrito desde hace miles de años, ¿qué falta podría hacernos?
Al fin y al cabo, muchos de esos libros aún pueden conseguirse, y cada día aparecen nuevas obras religiosas.
Lo que hace resaltar como únicas a las Sagradas Escrituras es la inmutabilidad de sus principios fundamentales, los cuales permanecieron constantes durante los 1.500 años en que la Biblia fue escrita.

Los libros que forman la Biblia fueron escritos por unas 40 personas que vivieron en distintas épocas, y muy pocas de ellas llegaron a conocerse personalmente. No obstante, la continuidad de pensamiento en todos los escritos es obvia. Los escritos religiosos que forman la base de otras religiones y filosofías contienen contradicciones y errores doctrinales e históricos fáciles de identificar.
Sólo la Biblia ha resistido por siglos el minucioso escrutinio de historiadores, críticos y arqueólogos. En toda la historia de la literatura universal ningún libro se ha mostrado tan confiable como la Biblia.
Gleason Archer, erudito bíblico y lingüista, escribe acerca de algunas de las cualidades de la Biblia: “Conforme he estudiado una tras otra las aparentes discrepancias y las supuestas contradicciones entre el relato bíblico y los hechos de la lingüística, la arqueología o la ciencia, mi confianza en la veracidad de las Escrituras ha sido confirmada y reforzada repetidamente. Me he dado cuenta de que casi todos los problemas que en la Escritura han sido descubiertos por el hombre desde la antigüedad hasta ahora, han sido resueltos de manera amplia y satisfactoria por el texto bíblico mismo o por los hechos imparciales de la arqueología”
(Encyclopedia of Bible Difficulties [“Enciclopedia de dificultades bíblicas”], 1982, p. 12).

La Biblia es históricamente exacta, y además sus principios unificadores, que le dan continuidad, se encuentran desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Uno de esos principios unificadores es la fe. En Génesis 4, al principio de la historia humana, vemos la fe de Abel, quien pagó con su vida   por su fe. Posteriormente, esta misma fe fue manifiesta en las pruebas que tuvieron Noé, Abraham, Moisés, los profetas, los apóstoles, los primeros cristianos y Jesucristo mismo.
El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos nos declara que por miles de años se mantuvo un pensamiento unánime basado en el principio de la fe. Por lo tanto, cuando estudiamos la Biblia necesitamos tener en cuenta la unidad y continuidad de sus principios espirituales.
Ya sea que estemos estudiando una narración, un himno, una de las epístolas o alguno de los cuatro evangelios, nos damos cuenta de que todos están entrelazados por los mismos principios fundamentales que Dios inspiró. Si esto fuera sólo el trabajo de hombres falibles, desde hace mucho se hubieran descubierto contradicciones en sus principios, tal como ha sucedido en la mayoría de los escritos humanos.

Existen muchas interpretaciones y puntos de vista contradictorios sobre lo que dice la Biblia, pero ninguna de estas opiniones sectarias afecta la integridad de las Escrituras.

Los mandamientos de Dios son otro ejemplo de continuidad. Sus leyes forman la base para la relación entre Dios y el hombre. Se encuentran desde el Génesis, donde se revelan ciertos principios básicos que son ampliados a lo largo de la Biblia, hasta el último libro, donde leemos acerca del remanente perseguido de la verdadera Iglesia de Dios poco antes del retorno de Jesucristo. Estos cristianos fieles se describen como “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” y “los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” 
(Apocalipsis 12:17; 14:12).

Los mandamientos de Dios son los mismos desde el Génesis hasta el Apocalipsis, aunque en el Nuevo Testamento éstos han sido ampliados hasta incluir los pensamientos y las intenciones del corazón del hombre.
Todas las Escrituras fueron inspiradas por el mismo autor: el Dios verdadero y omnipotente. Jesucristo mismo declaró el principio de que las Escrituras tienen como cimiento la ley de Dios.
En Mateo 22:37-40 habló acerca de los dos principios espirituales más grandes. Uno abarca los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, y el otro comprende los últimos seis. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.
Cristo dijo que estos dos grandes principios son el fundamento de todas las leyes de Dios.
Otro ejemplo de la continuidad de pensamiento se encuentra en las genealogías que hay a lo largo de la Biblia. Algunos piensan que sólo son vestigios históricos y que no tienen importancia. Sin embargo, las genealogías en los capítulos 5 y 10 del Génesis y los capítulos 1 al 9 de 1 Crónicas establecen la base del linaje de algunos personajes del Nuevo Testamento, incluso el de Jesucristo en Mateo 1 y Lucas 3.
Estas genealogías presentan a Cristo no como un personaje legendario, sino como descendiente de personas cuya existencia puede ser comprobada. Las pruebas históricas y arqueológicas han demostrado la existencia de muchos de los ancestros de Jesús, dando así credibilidad a las profecías de que Cristo sería descendiente de Abraham (Génesis 22:18; Gálatas 3:16) y de David (Mateo 1:1). Así, las genealogías sirven como guías históricas de la existencia de Jesucristo.

Aunque muchos escritores de la Biblia vivieron en épocas muy distantes una de la otra y ni siquiera pudieron darse cuenta de que sus palabras formarían parte de las Escrituras, Dios se encargó de que tales escritos quedaran cuidadosamente entretejidos de acuerdo con su voluntad y propósito. Sí, la Biblia contiene historia, genealogías, poesía, cartas, profecías y símbolos, pero estos escritos fueron inspirados por el mismo Dios infalible, y cada sección es parte de un gran todo. 
Cristo mismo dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35).

Dios no se contradice. Es por eso que encontramos unidad y continuidad en el mensaje bíblico.
Esta es una de las principales razones por las que después de miles de años aún tenemos las Sagradas Escrituras, a pesar de los incontables esfuerzos por destruirlas. La Biblia continuará existiendo mientras exista el hombre, pues fue escrita para que la estudiáramos, la entendiéramos y viviéramos de acuerdo con sus preceptos. Como dijo el apóstol Pablo: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se…

¿Hay errores en la Biblia?
Los textos originales de la Biblia no contienen errores porque fueron inspirados por Dios, pero no podemos decir lo mismo de las copias que se hicieron posteriormente o de las traducciones que se han hecho de estas últimas. Los traductores son humanos, de manera que es inevitable que sus propias tendencias religiosas hayan influido en su trabajo. Por lo general, tales errores son relativamente pequeños, pero en algunos casos son grandes equivocaciones que ocasionan enseñanzas y doctrinas
erróneas. Una de esas grandes equivocaciones la encontramos en
1 Juan 5:7-8. Durante más de mil años desde que se completaron las Escrituras, la segunda parte del versículo 7 y la primera parte del versículo 8 no aparecieron en los manuscritos griegos. Alrededor del año 500 apareció este fragmento en la versión latina que se conoce como la Vulgata. Al parecer, la inserción fue un intento para fortalecer la creencia en el concepto teológico de la Trinidad, el cual se debatía en ese entonces.
Las palabras que se agregaron son las siguientes:
“en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son
uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra”.
Hasta el año 1300, en ninguno de los manuscritos griegos del Nuevo Testamento aparecieron estas palabras. “Todas las pruebas textuales están en contra de 1 Juan 5:7. De todos los manuscritos griegos, sólo hay dos que lo contienen. Estos dos manuscritos son de fechas muy recientes, uno del siglo 14 ó 15 y el otro del siglo 16. Ambos muestran claramente que este versículo fue traducido del Latín” (Neil Lightfoot, How We Got the Bible [“Cómo obtuvimos la Biblia”], 1963, pp. 57-58).
Parece ser que los monjes que copiaron el texto del Nuevo Testamento en el siglo 14 ó 15 agregaron este versículo de la Vulgata.
Hasta la Biblia de Jerusalén reconoce que este versículo no es auténtico
y no lo contiene. Al pie de la página correspondiente aparece esta nota: “Los mss [manuscritos] de la Vulg. [Vulgata] añaden la frase siguiente: dan testimonio: en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, etc.”
El versículo en 1 Juan 5 debería decir, como cientos de los textos griegos más antiguos y la mayoría de las traducciones modernas dicen:
Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan”.
Esto se refiere al testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios (vers. 5-6). O

escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Jesucristo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
Si reconocemos y aceptamos el principio de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, entonces es necesario que modifiquemos nuestras creencias para que estén en conformidad con las Escrituras.
Dios no se equivoca ni se contradice. De principio a fin, la Biblia es como un asombroso y maravilloso tejido de las verdades de Dios y la revelación de su plan maestro para el hombre.

El apóstol Pedro hizo referencia a la inspiración de los profetas:
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10-12). Toda la Escritura está unificada, fruto de la inspiración divina.

Más adelante, el mismo apóstol explicó que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21).

Podemos ver que Dios, por el poder de su Espíritu, es el verdadero autor de las Escrituras.
Ya en el tiempo del apóstol Pedro, algunos habían empezado a tergiversar no sólo lo que se había escrito en esos años sino también las Escrituras antiguas.

Pedro les advirtió a los miembros de la Iglesia de Dios: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas; procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” 
(2 Pedro 3:14-16).

Como citamos antes, el apóstol Pablo escribió a Timoteo recordándole que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
En ese tiempo, los libros del Nuevo Testamento aún no habían sido canonizados y algunos ni siquiera habían sido escritos.
Por consiguiente, las “Escrituras” a las que Pablo se refería eran las Escrituras hebreas, las que ahora se conocen como el Antiguo Testamento. Para la Iglesia apostólica, esta era la única Biblia existente.

El reconocer sólo una parte de las Escrituras como base de la fe ha dado como resultado cientos de sectas e iglesias con creencias contradictorias. Sin embargo, si damos el debido crédito a lo que la Biblia dice, debemos respetar, creer y obedecer toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Jesús dijo que debemos vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4).

Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres la explican según sus conceptos personales. Una cosa es ver la Biblia como una simple recopilación de relatos, y otra muy distinta es reconocerla como un conjunto de instrucciones y ejemplos divinamente inspirados que forman un todo unificador. La Biblia está repleta de ejemplos de personas como nosotros cuyas vidas nos muestran su obediencia o desobediencia a los principios de Dios.

CONCLUSION:
LA BIBLIA ES LA VOLUNTAD DE DIOS REVELADA, Y ES COMPROBABLE,  ES BUENA,  AGRADABLE  Y    PERFECTA.                 AMEN.                                           JCA.


HUMILDAD Y OBEDIENCIA


HUMILDAD Y OBEDIENCIA

Dios con humildad te pido tu guía para entender la Verdad de tu Palabra  en el nombre de Jesucristo amen.

A La Biblia no  todos la pueden entender fácilmente. ¿Cómo podemos, pues, entenderla?  Es llegar humildemente ante Dios en oración y pedirle su ayuda.

Dios que espera ver en nosotros: una correcta  actitud
“Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi
palabra” (Isaías 66:2).
Dios no tiene favoritos;  Él se fija en el corazón —la actitud y el propósito— para decidir si tiene que darle entendimiento. El apóstol Pedro nos dice:

“En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35).

Jesucristo le agradeció al Padre la forma en que decidió a quién le
daría entendimiento espiritual:      “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y
las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las
cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el
Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10:21-22).

Dios  dará entendimiento espiritual. Mirad la importancia de la inspiración de Dios en nuestra comprensión de la Biblia. Cristo dijo a sus discípulos:
“Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que
comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:44-45).

No fue la inteligencia de los discípulos lo que les permitió entender el significado; ellos tuvieron que recibir la ayuda divina. Cuando estudian
la Biblia por inteligentes que seamos, si Dios no abre nuestro entendimiento,
la Biblia permanecerá cerrada para nosotros.

El apóstol Pablo  dijo:      “Hablamos [la Palabra de Dios], no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las
puede entender, porque se han de discernir espiritualmente
(1 Corintios  2:13-14).

La Biblia fue inspirada por Dios;
No se puede entender con base solamente en nuestro intelecto humano.
El discernimiento espiritual proviene de Dios, y él se reserva el derecho
de dar el entendimiento de sus preciosas verdades a quien él quiera.

El propósito, la motivación y la actitud con que leemos la Biblia son
Determinante . Si la leemos por complacer a otros o si la estudiamos
sólo como un deber religioso,  Dios no nos revelara su verdadero significado. Por lo tanto, sus verdades permanecerán escondidas.  ¿Cómo entonces podemos encontrar estas verdades? con la actitud apropiada:
“Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13).

¿Por qué es tan importante la actitud? Porque, como dice el apóstol
Pablo, “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil
del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer
lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios1:27-29).
Nadie podrá jamás jactarse de que entendió  correctamente
las verdades espirituales de Dios con sólo su inteligencia natural y sus propios esfuerzos. Por otra parte, una vez que ha pedido humildemente a
Dios su ayuda y está decidida a poner por obra lo que aprenda,  está en la senda correcta. Cristo explicó esto a sus discípulos:
“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis
en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3- 4)

No importa cuán inteligentes podamos ser, Dios  nos dará discernimiento
espiritual y dejamos que sea él quien nos enseñe como a niños.

Otro de los apóstoles escribió: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será
dada” (Santiago 1:5).
A lo largo de la Biblia encontramos ejemplos de personas que humildemente
pidieron de la sabiduría divina y les fue concedida, como sucedió con David, Salomón, Daniel, Ester y los primeros discípulos de Jesús.

Pero hay otros ejemplos que también son importantes, aunque estos son de personas que se basaron en sus propias habilidades y posteriormente
fueron humilladas, tales como Caín, el faraón del libro del Éxodo, el rey Saúl, Nabucodonosor, los fariseos y Herodes Agripa.

Un ejemplo de una actitud apropiada y humilde lo encontramos en
Hechos 17:10-12, donde se nos habla de ciertas personas en Berea que
“eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la
palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para
ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres
griegas de distinción, y no pocos hombres”.

A diferencia de otros, los de Berea no rechazaron de inmediato lo
que Pablo les decía, a pesar de que era contrario a lo que por tanto tiempo
habían creído. Con sumo cuidado y con una mente abierta indagaron
en las Escrituras, y como pudieron comprobar que las enseñanzas
de Pablo eran realmente la verdad, humildemente las aceptaron.
De la misma manera, si nosotros queremos entender la Biblia necesitamos
tener la actitud de los bereanos. Debemos estudiar cuidadosamente
las Escrituras sin dar por sentadas nuestras creencias, porque
así como lo constataron ellos, también nuestras ideas pueden estar equivocadas.
Pero hay que preguntarnos si la humildad es todo lo que se necesita.
El que una persona empiece con una actitud humilde no quiere decir
que así va a continuar, o que así va a obtener el entendimiento que busca.
La Biblia nos muestra que hay personas que entienden ciertas verdades
espirituales básicas que les son reveladas, pero que pierden ese
entendimiento porque no las ponen en práctica.

En realidad, al rechazar el conocimiento que Dios les da, dejan de ser humildes porque obran conforme a su propio criterio y no según la voluntad de Dios.

La verdadera humildad, la que Dios acepta, es la que demostró Jesucristo
cuando dijo a su Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”
(Lucas 22:42; ver también Isaías 66:1-2).
En la parábola del sembrador, Jesús explicó las razones por las que
unos entienden y otros no: “A vosotros os es dado conocer los misterios
del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no
vean, y oyendo no entiendan. Esta es, pues, la parábola: La semilla es la
palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene
el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven.
Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra
con gusto; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en
el tiempo de la prueba se apartan. La que cayó entre espinos, éstos son
los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas
y los placeres de la vida, y no llevan fruto. Mas la que cayó en buena
tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra
oída, y dan fruto con perseverancia” (Lucas 8:10-15).

Aquí, en las propias palabras de Cristo, podemos ver algunas de las
razones por las que hay personas que no obtienen el entendimiento espiritual.
Debido a la negligencia, la falta de fe o una actitud egoísta, la
mayoría no persevera en la Palabra de Dios.
Así, la primera clave para entender las verdades de la Biblia es una
actitud en la que con toda humildad le pidamos a Dios que nos ilumine,
nos enseñe, nos guíe por medio de su Palabra y nos ayude a poner en
práctica lo que vamos aprendiendo.
La obediencia conduce     al entendimiento
La segunda clave procede naturalmente de la primera: la actitud
apropiada conduce a la fiel obediencia a las leyes de Dios, las cuales
forman gran parte del fundamento de la Biblia.
El apóstol Santiago nos exhorta con estas palabras: “Sed hacedores
de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella,
éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.
Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera
en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste
será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:22-25).

Vemos entonces que además de acercarnos a Dios con humildad,
es necesario que pongamos en práctica lo que aprendemos de su Palabra.
Debemos empezar a vivir lo que aprendemos para que Dios continúe
dándonos más entendimiento.
Si nos negamos a aceptar el entendimiento que Dios nos revela, al
no estar dispuestos a ponerlo por obra, él no nos revelará más. Él nos
da este principio: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento.
Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio;
y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de
tus hijos” (Oseas 4:6). Si queremos entender la Biblia, primero debemos
aprender acerca de la ley de Dios y obedecerla.
En Salmos 111:10 encontramos que “el principio de la sabiduría es
el temor del Eterno; buen entendimiento tienen todos los que practican
sus mandamientos”. En Romanos 2:13 el apóstol Pablo hace hincapié en
esto también: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios,
sino los hacedores de la ley serán justificados”. Si una persona estudia la
Biblia sólo por ver qué dice, mas no para hacer lo que manda, esa persona
no está agradando a Dios y por tanto no puede esperar su ayuda.

Es triste decirlo, pero muchos piensan que Jesucristo vino a abolir
la ley de Dios, aunque él mismo lo negó en forma terminante: “No penséis
que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen
el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que
todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18).

Jesús claramente dijo que todos los mandamientos de Dios debían
ser “cumplidos” de una manera más completa que como los cumplían
los fariseos (vers. 20). Él hizo hincapié en la necesidad de tener en
cuenta el propósito espiritual de la ley y no sólo la letra; demostró que
para obedecer realmente a Dios es necesario guardar ambos aspectos
de la ley (vers. 21-48).

A los que le seguían, pero que no obedecían las leyes de Dios, Jesús
les dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino
de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos” (Mateo 7:21).
Cristo quería que sus seguidores honraran y obedecieran
completamente los mandamientos de Dios, tal como él lo había
hecho siempre. Su perspectiva era muy clara: “Si guardareis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado
los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan
15:10).

Las enseñanzas de Cristo no contradicen ni anulan los mandamientos
de Dios, sino que los apoyan firmemente.
Como ya leímos en 1 Corintios 2:6-14, para entender las Escrituras
es necesario recibir el Espíritu Santo. Con respecto a esto el apóstol
Pedro declaró: “Nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y
también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen
(Hechos 5:32).
Por tanto, para entender las verdades espirituales se necesita la
obediencia fiel a la instrucción y a las leyes perfectas de Dios conforme se muestran en la Biblia.

Conviene aclarar que aunque la obediencia es necesaria para continuar
recibiendo entendimiento espiritual, esto no quiere decir que tal
obediencia nos hace merecedores de la salvación. Sólo Dios, por medio
de su gracia y misericordia, puede perdonar nuestros pecados en Cristo; sólo él nos ayuda para que podamos vencer el pecado y nos ofrece la salvación
como una dádiva un don de Dios.  No obstante, Dios espera que nosotros hagamos nuestra parte conforme él hace la suya. EJEMPLO: CONFESAR        ROMANOS 10:9,10,11  9que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.
En Santiago 2:21-22 se hace resaltar este principio: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando [a fin de obedecer a Dios] ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?”

La obediencia trae muchos beneficios, los cuales se hacen patentes
al que obedece. El rey David escribió: “Gustad, y ved que es bueno el
Eterno; dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8).
Y Jesucristo dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).
Así pues, a quien pretende estudiar y entender la Palabra de Dios le es indispensable  tener una actitud humilde de obediencia voluntaria por amor al Padre, porque el nos amo primero, nos escogió, nos llamo, nos justifico y nos glorifico, y nos bendijo con toda bendición espiritual en Cristo. Efesios 1:4,Romanos 8:28-30 .               DIOS BENDICE SUS VIDAS. AMEN
JCA