martes, 12 de abril de 2016

78  -  RELACION CON DIOS. 2.
1Corintios 3:1-3 De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?
Para alcanzar la madurez se necesitan cantidades iguales de diligencia y paciencia. Alcanzar la madurez toma tiempo. También requiere un sentido de equilibrio.
Por un lado, nunca debemos conformarnos con el nivel de nuestra relación y conocimiento de Dios. Si lo hacemos, nos estancaremos, nos amargaremos y retrocederemos. Por otro lado, debemos ser muy pacientes con nosotros mismos y no esperar más de lo que Dios espera de nosotros. La Biblia muestra que esta madurez no se produce de la noche a la mañana. Requiere tiempo: tiempo con Dios y en su Palabra. 

Por eso, Pedro escribió:  1 Pedro 2:2,3 “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor”
Santiago sostuvo también la naturaleza progresiva de esa relación con Dios al escribir:
San. 1:2-4).Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna
No aceleres el proceso. Pero tampoco dejes que se detenga. Sigue alimentándote de la Palabra de Dios incluso mientras te permite mostrar tu debilidad en las diferentes etapas, pruebas y aflicciones de la vida.      Espera cambios.
Debido a la naturaleza misma de la vida espiritual, nuestra relación con el Señor cambiará. Cambiará porque a medida que avanzamos siempre encontraremos más: más conocimiento y experiencia de Dios que nos llevarán al extremo, ensancharán nuestros corazones y nos harán personas mejores.
Sin embargo, nuestra relación con Dios también puede empeorar si comenzamos a deslizarnos y a apoyarnos en experiencias pasadas con Él. Debemos esperar cambios porque nuestra relación con Él es por naturaleza un tema de disputa. Nuestro adversario, el diablo, no quedará satisfecho hasta que nos neutralice y caigamos Efesios 6:10-l3).

Aun cuando nuestra relación personal con Dios nunca puede perderse, las características de esa relación cambiarán. Nosotros cambiaremos.
Podemos contar con eso. Nuestro corazón se volverá más cálido o más frío. Nuestro carácter se hará más profundo o más débil. Nuestras conversaciones con Dios serán más íntimas o menos significativas y menos frecuentes.
Refiriéndose a nuestra incompleta relación con Dios, Pablo dijo:
1Corintios 13:9,10,12,13 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor
Esa es la realidad que hemos de enfrentar. Nuestro conocimiento y nuestra experiencia son incompletos. Es como si mirásemos el rostro de Dios a través de un cristal empañado. En aquel día, será cara a cara. Mientras tanto, tenemos órdenes que cumplir. Debemos confiar en Dios. Hemos de amar a Dios y a su imperfecta familia de todo corazón. No podemos darnos el lujo de exigirnos perfección. Tampoco debemos exigirla a los demás. La santidad y el crecimiento que Dios busca se verá en nuestro quebrantamiento y humildad, no en nuestra perfección espiritual.
No esperes el cielo en la tierra.
No solo es importante darnos tiempo para crecer en el Señor, sino que es esencial darle tiempo a Dios para que se muestre absolutamente fiel y capaz de proporcionarnos toda la satisfacción que deseamos. Pero no esperes en esta vida lo que Él ha prometido terminar en la eternidad. Los cristianos somos personas de eternidad. No hay límites de tiempo en nuestro futuro.
El tener una relación con Dios no significa que vamos a obtener todo lo que deseamos en la vida. No es la llave del éxito financiero, de la buena salud ni de una larga vida. Sin embargo, es la manera de cultivar cada vez más en nuestro interior el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y el dominio propio (Gálatas 5:22-23). Es el medio de encontrar la relación, el propósito, la misión, la seguridad y la esperanza máximos en esta vida.
Todo lo que nos queda es confiar en Cristo en aquello que ahora no podemos ver ni tener. Hemos de creer en las palabras de Jesús a sus discípulos cuando dijo:
Juan 14:1-3 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis
Esa es nuestra esperanza.
No deberíamos esperar que el Señor nos dé todo lo que anhelamos ahora. Aunque Él ha prometido suplir las necesidades de todos los que le siguen, también se reserva el derecho de determinar lo que necesitamos ahora y lo que podremos disfrutar todavía más si lo recibimos más tarde.
 UNA RELACIÓN COMPARTIDA
Todos nos acercamos a Dios individualmente. En cierta forma, vamos solos. El establecer o no una relación personal con Dios es una decisión personal, una elección. Nadie puede tomar esa decisión por nosotros. Pero la cosa no acaba ahí. Una vez nos acercamos a Dios, nos unimos a Él y nos convertimos en un miembro de su familia.
Los que aman a Dios se aman mutuamente.
Es imposible tener una relación personal con Dios sin tener también relaciones Cristocéntricas con otras personas. Nuestro ejemplo es el amor de Cristo expresado en la cruz. Cristo nos mostró que estar cerca del Padre significa compartir el amor del Padre por los demás (1 Juan 4:7-11). Cuando conozca al Señor, también voy a ser confrontado con un Dios que ama celosamente a los que están a mi alrededor: mi familia, mis amigos, mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mis conocidos e incluso mis enemigos.
Esa es la clase de actitud que Pablo exhortó a los cristianos de Tesalónica que tuviesen. Después de afirmar la realidad y la evidencia de su relación con Dios (1 Tesalonicenses 1:1-7), prosiguió diciendo:
Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis los unos a otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más (1 Tesalonicenses 4:9,10). Puede que nos guste vivir aislados, pero no podemos hacerlo si queremos crecer en nuestra relación con Dios. Conocer a Dios no significa solamente saber cosas de Él; significa entrar en Él: en sus pensamientos, en su corazón, en su amor.
El apóstol Pablo escribió:
1Juan 4:7,8  Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor
Hay una dependencia mutua entre los que aman a Dios.
En Efesios 4, Pablo expresó claramente que nuestra relación vertical con Dios va acompañada de muchas relaciones horizontales. Ese pasaje de la Escritura retrata a cada hijo de Dios como miembro del cuerpo de Cristo. Cada parte tiene una función. De la misma forma en que el ojo, el oído, la boca y los pies desempeñan distintas funciones en nuestro cuerpo, así todo creyente desempeña un papel diferente en la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Cuando cada parte contribuye lo suyo, todo el cuerpo se beneficia (véanse 1 Corintios 12 y Romanos 12).
Aunque hemos recibido una salvación completa en Cristo, hay otro aspecto en el que no estamos completos si no nos relacionamos y nos servimos mutuamente. Nos necesitamos unos a otros de la misma forma que la boca necesita al ojo y el ojo a la mano. Esta es la obra externa de nuestra salvación. Podríamos pensar que somos espíritus independientes que no necesitamos a nadie para nada, pero pronto descartaremos esa idea a medida que crezcamos en nuestro conocimiento de Dios.
Los que aman a Dios se someten mutuamente.
En Efesios 5:21, Pablo dice que hemos de someternos unos a otros en el temor de Dios. En el consejo siguiente, sus palabras son muy específicas. Nos dice que:
• Las esposas han de servir a sus maridos como un medio de servir al Señor (5:22).
• Los maridos deben renunciar por amor a sus propios intereses en favor de sus esposas como Cristo renunció por amor a sus intereses en beneficio de la Iglesia (5:25-28).
• Los hijos han de obedecer a sus padres en el Señor (6:1).
• Los siervos han de ser obedientes a sus amos como medio de servir al Señor (6:5,7).
• Los amos han de mostrar consideración a sus siervos por consideración al Señor (6:9).
El mensaje es muy claro. Conocer a Dios y su amor significa que vamos a servir a otros en amor y sumisión (Efesios 3:14-21
Cuando confiemos en Dios y obedientemente sirvamos a los demás, descubriremos en lo más profundo de nuestro corazón la rectitud, la sabiduría y el poder del amor de Cristo.
Encauzar obedientemente el amor de Dios por los demás nos permite comenzar a experimentar el significado de la oración de Pablo en:       
 Efesios 3:14-19.
Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Uno que estaba muy cerca… y a la vez muy lejos
Es posible estar cerca de Cristo y, al mismo tiempo, muy lejos. Encontramos una ilustración de esta verdad en los doce apóstoles. Ellos tuvieron la oportunidad más obvia de tener una relación personal con Él. Sin embargo, en ese círculo íntimo había uno, probablemente el que disfrutaba de la mayor confianza de parte del grupo (puesto que administraba el dinero), que nunca tuvo realmente la clase de conexión personal a la que nos referimos. Judas sabía mucho de Jesús. Conocía los hábitos del Maestro lo suficiente como para conducir a sus aprehensores a su lugar de reunión en un huerto. Conocía tan bien a Cristo como para traicionarlo, saludándolo con un beso. Pero no lo conocía como Salvador y Señor.
A pesar de lo mucho que confiaban en él, el «tesorero» nunca tuvo la clase de relación personal y Cristocéntrica con Dios que hoy tenemos disponible. Es un ejemplo perturbador de la clase de persona de la que habló Jesús cuando dijo:
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición [...] Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:13,22,23).
Alguien ha dicho: “Saber que Cristo murió es historia. Creer que murió por mí es salvación”. La relación personal con Cristo comienza en el momento de nuestra salvación. Jesús se refirió a este acontecimiento como un nuevo nacimiento (Juan 3:3). Solo cuando nacemos espiritualmente en la familia de Dios nos convertimos en sus hijos, sus amigos, sus siervos y miembros de su reino espiritual.
Aunque puede que no sepamos exactamente cuándo comienza esta nueva vida, podemos entender los pasos que necesitamos dar para empezar esa relación.
PRIMER PASO: Necesitamos admitir nuestra condición perdida.
Todos nacemos de padres que forman parte de una humanidad caída. Venimos a este mundo separados de la vida de Dios y absortos en el interés de encontrar satisfacción, significado e independencia personal en nuestros propios términos. No mostramos un deseo natural del Dios que nos hizo para Sí (Romanos 3:11,12).
Aunque puede que tengamos un buen concepto de nosotros mismos (siempre que nos midamos por nosotros mismos), Jesucristo nos mostró nuestro pecado.
Él es quien nos enseñó lo que significa tener una relación personal con Dios. Es también aquel que dijo que no vino a este mundo a ayudar a las personas buenas, sino “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
La Biblia dice que todos venimos a este mundo vivos físicamente pero muertos espiritualmente, perdiéndonos de la calidad de vida para la cual Dios nos hizo. El apóstol Pablo escribió: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23); “... No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10); y “Porque la paga del pecado es muerte…" (Romanos 6:23).
SEGUNDO PASO: Necesitamos saber lo que Dios ha hecho por nosotros.
La palabra evangelio significa “buenas nuevas”. El evangelio de Cristo es que Dios mismo nos amó lo suficiente como para enviar a su propio Hijo a este mundo a rescatarnos de nosotros mismos y de nuestro pecado (Juan 1:1-4; 3:16).
Las buenas nuevas son que Jesús vivió la calidad de vida que Dios quería que nosotros viviésemos.
Sin falta, amó a su Padre celestial con todo su corazón, alma y mente. Sin falla, nos mostró lo que significa amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Luego, para resolver el problema de la pérdida de nuestra relación con su Padre, Jesús murió en nuestro lugar, ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio perfecto para pagar el precio del pecado (Juan 1:1-14), su muerte tuvo un valor infinito. Cuando resucitó de entre los muertos demostró que había muerto en lugar nuestro para pagar el precio de todo pecado: pasado, presente y futuro. Con un sacrificio pagó por el menor y también por el peor de nuestros pecados.
TERCER PASO: Necesitamos creer y recibir personalmente el regalo de Dios.
Aunque todos hemos ganado la paga de la muerte espiritual y la separación de Dios (Romanos 6:23), nadie puede ganarse una relación con Dios.
Es un regalo de su amor y misericordia, no una recompensa por nuestro esfuerzo. Nadie se salva tratando de ser bueno. Somos salvos confiando en Cristo.
Es por esto que el apóstol Pablo pudo escribir: “Porque por gracia [favor inmerecido] sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8,9; véanse también Romanos 4:5; Tito 3:5)
Esto puede sonar demasiado simple. Pero se necesita un milagro de la gracia de Dios para quebrantar nuestro orgullo y autosuficiencia. Se necesita el Espíritu de Dios para llevarnos a esa clase de relación personal. Si este es tu deseo, así es como tú puedes empezar.
Las palabras exactas que decimos a Dios para recibir este regalo pueden variar (Lucas 18:13; 23:42,43). Lo importante es que creamos a Dios lo suficiente como para poder decir: “Padre, sé que he pecado contra Ti. Creo que Jesús es tu Hijo, que murió por mis pecados, y que resucitó de entre los muertos para probarlo. Ahora acepto tu oferta de vida eterna. Acepto a Jesús como tu regalo para mi salvación”.
Si esa es la expresión honesta de tu corazón, ¡bienvenido a la familia de Dios! Mediante la fe simple y como la de un niño has entrado en una relación personal con Aquel que te creó y te salvó para Sí.

(Artículos extraídos y adaptados del librito ¿Qué es una relación personal con Dios?,



viernes, 8 de abril de 2016

77  -  Gracia y paz a vosotros

«Gracia y paz a vosotros de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.»  2 Co. 1:2
Vivimos en un mundo demasiado convulsionado para esperar que todo en nuestra vida sea apacible, fuente de permanente bienestar. Posiblemente también temeremos nuestras debilidades y carencias y, como consecuencia, nos invadirá la ansiedad.

Gracia (kharis) denota no sólo favor inmerecido, como se suele interpretar, sino la fuente de toda bendición. Suele referirse a los dones o beneficios que de Dios recibimos. Pablo, veía en su ministerio una «gracia» preciosa

 Ro. 1:5, 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre;

Ro. 15:15). 15Mas os he escrito, hermanos, en parte con atrevimiento, como para haceros recordar, por la gracia que de Dios me es dada

 Si tenemos ojos para ver, descubriremos que el Señor «cada día nos colma de sus beneficios»        Sal. 68:19   Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios

El Dios de nuestra salvación… Entonces ¿por qué sentirnos acongojados pensando mayormente en los problemas e infortunios que el nuevo año nos puede traer?      ¿Por qué no pensar más bien en las alegrías que las bendiciones de Dios nos depararán? Veamos algunas de ellas:

La seguridad de nuestra salvación. Muchos textos bíblicos recalcan que la salvación de la culpa del pecado y de sus consecuencias es obra de Dios, no nuestra
( Ro. 3:24, 4siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, Ro. 4:16; 16Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros  
Ef. 2:5, 5aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) Ef. 2:8; Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; Tit. 3:5, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, Tit. 3:7). 7para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.

Hay en nosotros una tendencia innata a la auto justificación. Consciente o inconscientemente, nos consideramos salvados por nuestras virtudes, y esfuerzo en alguna forma de servicio cristiano; en una palabra, por nuestras obras.
Pero suele suceder que esa confianza en nuestros valores propios se resquebraja cuando descubrimos la fuerza de nuestras tendencias pecaminosas, nuestro egocentrismo, nuestro orgullo, la idolatría en el culto a nuestra imagen, y otros.

Entonces sólo nos queda un recurso: clamar como el publicano: «Dios, sé propicio a mí, pecador» ( Lc. 18:13); ¿Seguiré gozándome en la salvación que Dios me otorga en virtud de la obra redentora de Cristo a mi favor mediante la fe o caeré en la duda y el desaliento?   ¿Seguirá Dios dándome tanto «el querer como el hacer por su buena voluntad» a fin de que yo pueda ocuparme eficazmente de mi salvación con humildad y piedad reverente
( Fil. 2:12-13) 12Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, 13porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.             o me veré agitado y debilitado espiritualmente por mis inconsistencias?
La respuesta viene determinada por una doble realidad: por un lado Dios es el que obra en nosotros con el poder de su gracia. Por otro, nosotros debemos llevar a cabo con esfuerzo todo lo concerniente a nuestra salvación. «Puestos los ojos en Jesús, hemos de correr con paciencia la carrera que nos es propuesta»
( He. 12:1-2). 1Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
A lograr ese objetivo nos ayudará el uso de todos los medios que Dios nos concede para crecer en su gracia: lectura y meditación de su Palabra, práctica de la oración, asistencia a la  iglesia, colaboración en los trabajos de ésta o en algún otro aspecto de su obra. Esto no a fin de justificarnos delante de Dios para nuestra salvación, sino porque es lo normal. Somos salvados por la gracia de Dios mediante la fe, pero la finalidad es la práctica de las «buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas»
( Ef. 2:8-10). 8Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9no por obras, para que nadie se gloríe. 10Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Con este programa de vida, el año nuevo, al igual que cualquier otro, nos reportará abundantes bendiciones, entre ellas la del gozo de una salvación asegurada por la gracia divina.
Capacidad para el servicio cristiano. El apóstol Pablo fue un siervo de Dios extraordinario. ¡Cuánto le debe la Iglesia cristiana! Su tarea no fue fácil; fue la propia de un gigante espiritual. Pero él no se enorgullecía de sus triunfos; sabía que la sabiduría y el poder espiritual los debía a la gracia de Dios ( Ro. 1:5; 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre 1 Co. 3:10, 10Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. 1 Co. 15:10), 0Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Gracia que, en mayor o menor medida, reciben todos los cristianos que entienden el significado de la consagración. Es inspirador el modo como Pablo asociaba consigo no sólo a sus colaboradores más distinguidos (Timoteo, Tito, Epafrodito, Lucas, etc.), sino también a miembros anónimos, sencillos, de una iglesia local. Así, por ejemplo, a los creyentes de Filipos en su globalidad les dice: «En la defensa y confirmación del Evangelio todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia» ( Fil. 1:7). como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia.
En nuestro trabajo para el Señor lo que más cuenta no son nuestros dones naturales, sino la gracia, la acción poderosa de Dios por medio de su Espíritu Santo. ¿Nos hemos abierto a su influencia en el año 2016? Si no ha sido así, el nuevo año se nos presenta en su curso con preciosas oportunidades para servir a Cristo de las más diversas maneras.
Capacidad para convivir con los aguijones. Una de las experiencias más impresionantes en la vida de Pablo se nos relata en su segunda carta a  los Corintios
( 2 Co. 12:7-10). 7Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; 8respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. 9Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. 10Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
El «aguijón» que le torturaba y humillaba; pero por sus palabras deducimos que era sumamente doloroso y debilitante, tanto que el apóstol lo había hecho objeto de súplica a Dios para que lo librara de él. Dios no hace lo que el apóstol le pide, pero le muestra algo mucho más eficaz: «Bástate mi gracia» ( 2 Co. 12:9) 9Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. ; y le indica el porqué: «Porque mi poder se perfecciona en la debilidad».
En su vida el creyente puede sentir las punzadas de algún aguijón hiriente: enfermedad, frustración, pérdida de algo o alguien muy querido, debilidad; tal vez -como pudo ser en el caso de Pablo- corrección de la tendencia al engreimiento por los éxitos logrados. No importa la identificación de la espina. Por la gracia de Dios todo puede ser superado y convertido en bendición. Yo, con mi aguijón, seguiré sintiéndome débil, dolorido y humillado, pero el poder de Dios puede transformar mi lamentable estado en victoria de su gracia.

Paz

Aquí ante otra bendición alentadora. Es la que, al igual que el shalom de los antiguos israelitas, podemos disfrutar cuando andamos en los caminos de la obediencia a Dios. Incluye todo cuanto contribuye al bienestar del creyente, tanto en el orden espiritual como en el temporal. Es también consecuencia de la gracia divina:      ( Ro. 5:1) 1Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;. Y no sólo tenemos paz con Dios. También se nos concede la paz de Dios, de la cual se dice que «guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» ( Fil. 4:7) 7Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
[1]. No hay mejor antídoto para la ansiedad cuando dudas o temores atenazan nuestra mente.
Es importante tener en cuenta que la paz del cristiano no es ausencia de conflicto. Puede disfrutarse en medio de luchas y sufrimientos, pues es la misma que Jesús dejó a sus discípulos:
( Jn. 14:27, La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Jn. 16:33) Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo..
No olvidemos que el Señor les habló de este modo en una hora muy sombría. Poco después de haber pronunciado esas palabras, él se hallaría en la agonía de Getsemaní; en un apresamiento tan injusto como humillante, en el sufrimiento de una tortura ignominiosa, en una CRUZ, escándalo y signo de maldición.
Pero todo esto lo sufrió con serenidad imperturbable. Ante Pilato aparece con una majestuosidad que supera infinitamente la dignidad política del gobernador romano  Jn. 18:33-38, 33Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? 34Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? 35Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 36Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. 37Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. 38Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito.
Jn. 19:8-11). 8Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. 9Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dio respuesta. 10Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte? 11Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
Aun pendiendo de la cruz muestra una entereza y una paz interior tan asombrosas como su amor, manifestado en su diálogo con el ladrón arrepentido, así como en las palabras dirigidas a su madre y al discípulo amado
( Lc. 23:39-43 39Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 40Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? 41Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. 42Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 43Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.;
Jn. 19:26-27). 26Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. 27Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
¡Inaudito! Realmente se manifestaba en él la paz que sobrepasa a todo entendimiento. Y esa era la paz que sus discípulos debían compartir. Así lo indicó el Señor cuando les dijo: «Mi paz os dejo». Y cuando, resucitado, se presenta ante ellos lo hace con el saludo más sugerente: «Paz a vosotros» ( Jn. 20:19). 19Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.  

Esa paz desvanece todos los temores y toda incertidumbre; es el sosiego que disfruta el creyente cuando deja en manos de Dios su destino, no sólo su espíritu,
sino también su cuerpo, su mente y todas sus circunstancias, pues todo está regido por la soberanía del Todopoderoso, infinitamente sabio y misericordioso.

«De Dios nuestro Padre»

Ya en el Antiguo Testamento aparece el concepto de abba (padre) como uno de los más significativos, pese a que el término no aparece referido al israelita individual, sino al pueblo escogido en su conjunto. Para éste Dios no es solamente el Creador del universo; es también el Dios que elige y redime, protege y usa para expandir la luz de su conocimiento a todas las naciones, En la realización de este propósito el cuidado paternal que de su pueblo tiene Yahvéh garantiza todas las bendiciones que Dios le ha prometido. ( Dt. 14:1; 1Hijos sois de Jehová vuestro Dios; no os sajaréis, ni os raparéis a causa de muerto. Os. 11:1; 1Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. 2 S. 7:14; Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; Sal. 89:26; El me clamará: Mi padre eres tú,Mi Dios, y la roca de mi salvación. Is. 1:2). 2Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí.

De este modo, en la relación de Dios con Israel, empieza a desarrollarse la historia de la salvación. El Padre del pueblo israelita es un Dios santo, justo, que no tiene por justo al impío, pero también un Dios compasivo y perdonador; no trata a los suyos con el rigor de una justicia inexorable, sino con paternal compasión. Estos aspectos del carácter y el modo de obrar de Dios han permanecido siempre inalterables. Todavía hoy nos estimulan y confirman nuestra fe.

Pero es en el Nuevo Testamento, a la luz de las palabras de Jesús, donde hallamos la riqueza más profunda de la paternidad divina. Dios, Padre de su Hijo unigénito, viene a ser Padre de cuantos reciben al Hijo como Salvador y Señor ( Jn. 1:12). Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; No hay privilegio más preciado ( 1 Jn. 3:1-2). 1Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 2Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.
Ni más natural en la relación padre-hijo, Pues ( Mt. 7:9) 9¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?. Como Padre, Dios nos da lo que realmente necesitamos. Por eso nunca nos faltará «el pan nuestro de cada día» que pedimos; tener mucho más que esto puede no ser una bendición, sino un mal (no olvidemos lo peligroso de codicias insensatas, tales como las del rico necio de la parábola). Como Padre, Dios cuida amorosamente a sus hijos ( Jn. 16:26) 6En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, , los instruye y disciplina cuando es necesario para su perfeccionamiento ( He. 12:5-11) y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
Ni desmayes cuando eres reprendido por él;
6Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.7Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 8Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 9Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. 11Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados., pero en todo momento es «Padre de misericordias y Dios de toda consolación» ( 2 Co. 1:3). 3Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación,
Al comenzar un nuevo año, ¿qué más podemos desear o pedir? No es necesario que pidamos muchas cosas. Basta con que reverentemente, con corazones confiados y agradecidos, elevemos nuestros ojos a lo alto y digamos: «PADRE nuestro que estás en los cielos...». Que esté también en nuestro corazón y en nuestra vida. Esa mirada a los cielos ilumina nuestros pasos en la tierra.

«Y del Señor Jesucristo»

En el Nuevo Testamento el Señor Jesucristo aparece frecuentemente en estrecha relación con Dios el Padre. Es lógica esa proximidad entre ambos. Padre e Hijo comparten la misma esencia, los mismos pensamientos y los mismos propósitos. Cristo es el enviado de Padre para revelar al mundo lo que de él ha recibido y para hacer las obras que le ha encomendado. De este modo se ha convertido en el gran Mediador entre Dios y los hombres ( 1 Ti. 2:5) Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,. «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer»
( Jn. 1:18) 8A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer..
Asimismo Cristo es el Redentor, aquel por cuya gracia Dios nos ha reconciliado con él ( Ro. 3:24-25) 24siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,. Es «el pan que descendió del cielo» y «el agua de vida» que satisface plenamente ( Jn. 6:41; 41Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Jn. 4:14) mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna., el que «siendo rico se hizo pobre para que nosotros, con su pobreza, fuésemos enriquecidos» ( 2 Co. 8:9) 9Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos..
Es el buen Pastor que guarda celosamente a sus ovejas. Es muchas otras cosas. Con todo, añadimos una más: Cristo es aquel que dijo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra... y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»    ( Mt. 28:18, Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Mt. 28:20) 20enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén..
Si Cristo está con nosotros a lo largo del año que comienza, ¿qué más podemos pedir? ¿Qué puede hacernos temer? Hagamos nuestro el cántico de fe triunfal que nos legó Pablo:
«El que no eximió a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará juntamente con él todas las cosas? (...) En todas las cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó (...) Nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús» ( Ro. 8:32-39) 2El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 33¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 35¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero.  37Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro..
Con fe renovada y ánimo robustecido, sean cuales sean las circunstancias que el 2016 pone ante nosotros, día a día digamos con firme acento: AMÉN.



[1]Reina Valera Revisada (1960), (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.