miércoles, 29 de junio de 2016

84  -  Problemas de la autoestima

Pocas cosas son tan difíciles como la valoración de un ser humano, pues nada hay más complejo y contradictorio que la personalidad de cualquier hombre o mujer. En cualquier caso pueden observarse cualidades positivas, valores indiscutibles, rasgos de carácter admirables. No podemos perder de vista que toda persona tiene una dignidad original, pues sigue conservando la imagen de Dios ( Gn.9:6), por más que en su conducta sobresalgan las inclinaciones propias de un ser moralmente caído.
Pero al mismo tiempo -a menudo en la misma persona- se observan características poco o nada loables. Nuestros semejantes nos juzgan por lo que ven en nosotros, y ello nos mueve a aparentar lo que en realidad no somos o tenemos. Incluso cuando nos juzgamos a nosotros mismos nos cuesta ser sinceros y vernos tales como somos, con lo que damos una falsa imagen que dificulta nuestras relaciones con quienes nos rodean (en la familia, en la iglesia, en la esfera de trabajo, etc.).
No obstante, también podemos minusvalorarnos al fijar de modo obsesivo nuestra atención en nuestros defectos y carencias. Es triste que un creyente se diga: «Soy una nulidad, un don nadie». Eso, además de triste, es falso. Conviene, pues, ser objetivos y equilibrados, de modo que la imagen de nuestra persona y nuestra vida sea la que en nosotros ve Dios. A la luz de su verdad, consideremos esta delicada cuestión.

Autovaloración por exceso

El apóstol Pablo ya previno a los creyentes de Roma para que no cayeran en un autoengaño reprobable: «que nadie tenga de sí más alto concepto que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura»
 Ro. 12:3. 3Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
Nada más falso y repulsivo que los aires de superioridad con que se mueven los arrogantes. Su modo de hablar, sus modales, su afán incontrolado de sobresalir entre sus semejantes, su deseo de dominarlos. En su opinión, sus conceptos son siempre los correctos; sus sugerencias, las más acertadas; quienes les contradicen no pasan de ser pobre ignorantes.
La realidad, sin embargo, es muy otra. El verdadero sabio entiende que:    Pr. 8:13. El temor de Jehová es aborrecer el mal;
La soberbia y la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco.
La vanagloria, a su vez, no es resultado de una ambición encubierta de la que no se es consciente. Tampoco es una reacción inconsciente para superar sentimientos de inferioridad
Pese a todo, cuando de algún modo uno se examina a sí mismo con objetividad y sinceridad, a la luz de la Palabra santa, ha de admitir la existencia en su vida de elementos claramente pecaminosos que Dios condena: «Cualquiera que se ensalzare será humillado» ( Mt. 23:12). 2Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Más tarde o más temprano, quien busca desmedidamente su propia elevación acaba abatido por su vanidad.
La arrogancia siempre acarrea la desestimación de Dios y el rechazamiento de los hombres.
¡Cuánta verdad hay en las palabras del autor de Proverbios: ( Pr. 11:2; Cuando viene la
soberbia, viene también la deshonra; Mas con los humildes está la sabiduría. Is. 2:11, La
altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y
Jehová solo será exaltado en aquel día. Is. 2:17) 7La altivez del hombre será abatida, y la
soberbia de los hombres será humillada; y solo Jehová será exaltado en aquel día.!
En la Escritura hallamos ilustraciones impresionantes del fin de los arrogantes. He aquí una muestra:
El rey Uzías, «cuando ya era fuerte su corazón, se enalteció para su ruina (...) entrando en el templo de Yahveh para quemar incienso en el altar». En su ensoberbecimiento, parece no tener suficiente con la corona real, por lo que usurpa una de las funciones reservadas exclusivamente a los sacerdotes. Y el juicio divino sobre él se manifiesta súbitamente con una lepra que desfigura repulsivamente su rostro
( 2 Cr. 26:16-21). 16Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso. 17Y entró tras él el sacerdote Azarías, y con él ochenta sacerdotes de Jehová, varones valientes. 18Y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios. 19Entonces Uzías, teniendo en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira; y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso. 20Y le miró el sumo sacerdote Azarías, y todos los sacerdotes, y he aquí la lepra estaba en su frente; y le hicieron salir apresuradamente de aquel lugar; y él también se dio prisa a salir, porque Jehová lo había herido. 21Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová; y Jotam su hijo tuvo cargo de la casa real, gobernando al pueblo de la tierra.
No menos impresionante es la historia de Babilonia. El solo nombre de la gran ciudad, capital de un imperio, suscitaba terror. Babilonia se encumbró sobre los pueblos del Medio Oriente, pero fue abatida y humillada por el soberano juicio de Dios.
Lo predicho por Isaías y Jeremías tuvo cabal cumplimiento ( Is. 13:199Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será como Sodoma y
Gomorra, a las que trastornó Dios.,   Leer estos registros:  Jer. 51:12-64)            Hasta aquí son las palabras de Jeremías..
Sus profecías se resumen en un vaticinio sobrecogedor: ( Is. 13:19). 9Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra, a las que trastornó Dios. ( Jer. 51:25). 25He aquí yo estoy contra ti, oh monte destruidor, dice Jehová, que destruiste toda la tierra; y extenderé mi mano contra ti, y te haré rodar de las peñas, y te reduciré a monte quemado.
En el Evangelio de Lucas encontramos la figura del fariseo engreído que oraba no a Dios, sino a sí mismo: «Te doy gracias, oh Dios, porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros (...) Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Mientras que el publicano (cobrador de impuestos), de pie y a bastante distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador» ( Lc. 18:11-14). 1El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 13Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 14Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.     El primero, en su narcisismo religioso, rebosaba satisfacción, pero la aprobación de Jesús fue otorgada al segundo.
Un último ejemplo aleccionador: la iglesia de Laodicea había caído en una presunción ridícula: afirmaba que era rica y de nada tenía necesidad; pero el Señor veía su situación real de modo muy diferente: «No sabes que tú eres un desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo» ( Ap. 3:17). Ese contraste valida la máxima en boga en nuestros días: «Dime de qué te jactas y te diré de qué careces».
Los ejemplos que acabamos de considerar nos deben llevar a examinarnos a nosotros mismos con realismo y humildad. Lo que importa no es lo que pienso yo de mí mismo.
Lo que en definitiva vale es el juicio de Dios, ( 1 Co. 4:4) 4Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor..
Partiendo de esa verdad deduce Pablo un elemento preventivo contra el envanecimiento ( 1 Co. 4:6) Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. 7.
Si algo tengo, si algo me eleva y dignifica, todo es en último término un don de la gracia de Dios:  1 Co. 4:7 7Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?.
Seguramente, el lector consciente de lo ridículo y peligroso de la arrogancia se esforzará en cultivar la virtud de la humildad. Deseo noble, pero no exento de errores. Una modestia mal entendida puede anular cualidades y talentos admirables que no deben ser negados, sino orientados y adecuadamente potenciados. Esto nos lleva al segunda punto de nuestro tema:

Autoestima disminuida

Muchas personas se ven atenazadas por paralizantes sentimientos de inferioridad. ¡Qué profundo drama se oculta tras frases como «No valgo nada», «Para nada sirvo», «Soy un fracasado», «Cualquiera es más inteligente que yo»!
La persona que hace ese tipo de declaraciones no se conoce bien a sí misma. Y aun menos conoce a Dios. Desde el principio, Dios quiso asociar al hombre a su obra de mantenimiento de la creación ( Gn. 2:15) 15Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. 1, para lo cual le dio la capacidad necesaria.
Y en la nueva creación los redimidos son hechos miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia. ¿Piensa alguien que esos miembros son puestos en la Iglesia como elementos decorativos? Su finalidad es realizar la obra que Cristo le ha encomendado: la predicación del Evangelio para la extensión de su Reino. No ha sido formada primordialmente para exhibición, sino para la acción. A tal fin se ha dotado a la Iglesia con los dones del Espíritu Santo.
Es verdad que hay factores genéticos y ambientales que en gran parte determinan la formación
de nuestro carácter, de nuestras capacidades y de nuestras propensiones; pero todo, en último término, está en las manos de Dios  Sal. 139, especialmente los versículos 13-18). 3         Porque tú formaste mis entrañas;  Tú me hiciste en el vientre de mi madre.
          14       Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras;
Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien.
          15       No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado,
Y entretejido en lo más profundo de la tierra.
          16       Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
Que fueron luego formadas,    Sin faltar una de ellas.
          17       ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!
¡Cuán grande es la suma de ellos!
18   Si los enumero, se multiplican más que la arena; Despierto, y aún estoy contigo.

Él lo controla y dirige todo por encima de cualquier otra circunstancia. Él sabe coordinar sus propósitos con el curso de su Providencia y la acción de su Espíritu, para la realización de sus planes, ello superando nuestras debilidades, carencias y resistencias.
El pueblo de Israel había sido un fiasco como «siervo» de Dios; sin embargo, Dios le dice: «A mis ojos fuiste de gran estima; fuiste honorable y yo te amé»
( Is. 43:4) Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida. .
Ciertamente, mucho más importante que nuestra autoestima es la estimación de Dios. Así lo vemos en los ejemplos de tres hombres de la Biblia:

Moisés

Llamado por Dios para que pidiese al faraón la liberación de Israel, su primera reacción es negativa. Se siente incapaz de llevar a cabo tan descomunal empresa. Sus primeras palabras revelan lo pobre de su autoestima: «¿Quién soy yo para que vaya al Faraón y saque a los hijos de Israel?» ( Éx. 3:11) 1Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?.   «Quien soy yo?»   He aquí la gran pregunta que ha inquietado a infinidad de seres humanos.
Moisés se veía como lo que era: un proscrito en el desierto de Madián. Dios le explica minuciosamente lo que va a hacer por medio de él, pero nada le convence, y busca una excusa de mucho peso: «Señor, nunca he sido hombre de fácil palabra (...) porque soy tardo en el habla y torpe de lengua» ( Éx. 4:10). 10Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.  
¿Qué podía esperarse de la gestión de un tartamudo en la corte del faraón? Pero la paciencia y la perseverancia de Dios acaba con la actitud negativa del escogido para ser el líder de su pueblo. Dios está por encima de nuestras valoraciones y de nuestros criterios racionalistas.

Jeremías

También este gran profeta opuso resistencia al llamamiento de Dios. Ante lo difícil del plan divino para su ministerio, sólo ve su inexperiencia y su debilidad. De ahí su negativa inicial: «¡Ah!, ¡ah, Señor Jehová!, He aquí, no sé hablar porque soy niño» ( Jer. 1:6). 6Y yo dije: ¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. ¿Niño?
 Probablemente usaba esta palabra para indicar que no tenía aún edad suficiente para asumir responsabilidades de carácter público. Por consiguiente, pensaría que carecía de autoridad para comunicar al pueblo la palabra de Dios.
El Señor ya le había revelado su elección y su propósito de hacer de él su profeta; pero el joven Jeremías no ve el poder de Dios que le sostendría en medio de sus muchas pruebas. Sólo ve su insignificancia, su incapacidad para una obra propia de gigantes.
Le faltaba mucho para entender que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad de sus siervos y que «cuando soy débil, entonces soy fuerte»
( 2 Co. 12:9-10). Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
10Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Timoteo

El libro de los Hechos y las cartas de Pablo nos permiten conocer mucho de Timoteo. En ellas aparece un hombre convertido a Cristo en su juventud. Muy pronto después de su conversión aparece acompañando a Pablo en su segundo viaje misionero, y cerca de él se mantiene gozando de la estima del gran apóstol. Sin embargo, nunca se distingue por hechos espectaculares. Por su carácter, retraído y tímido, y por su juventud, siempre aparece en un segundo plano. No obstante, su vida y su ministerio fueron de un valor extraordinario en la causa del Evangelio. Con todo, parece que siempre tuvo que enfrentarse con problemas de autoestima.

Pablo tuvo que animarle cuando se veía demasiado joven («Nadie tenga en poco tu juventud» ( 1 Ti. 4:12)) 12Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.              o cuando el temor dificultaba su ministerio ( 2 Ti. 1:6-9). 6Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. 7Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.8Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, 9quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,

Conclusión

Como hemos podido ver, es difícil lograr una imagen equilibrada de nuestro yo. Factores como la herencia transmitida por vía genética, la historia biográfica de cada uno, las aspiraciones más valoradas, todo contribuye a la formación del carácter y a la determinación de la conducta; pero el cristiano tiene recursos sobrenaturales que le proporciona la gracia de Dios mediante la acción del Espíritu Santo.
Por la fe en Cristo, el creyente es hecho una nueva creación, una imagen renovada de Cristo ( 2 Co. 5:17) 7De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas..
Ello hace posible vivir conforme a «la mente de Cristo que nos ha sido dada» ( 1 Co. 2:16) 6Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo..
Que sea posible no significa que en nuestra conducta actuemos siempre como lo haría Cristo en nuestro lugar. Siempre viviremos en tensión: lucha de la carne contra el espíritu, y no siempre el conflicto se resolverá victoriosamente.
Pero si de veras queremos agradar al Señor buscaremos conocer su pensamiento a través de la Escritura; oraremos pidiendo su ayuda para reproducirlo en nuestros criterios, en nuestros sentimientos, en nuestras reacciones, buscando no nuestro bienestar o ensalzamiento, sino su gloria.
Cuando eso sea una realidad en nuestra vida veremos que lo verdaderamente importante no es la propia imagen, sino la imagen de Cristo reproducida en nosotros. Que el mundo pueda verla claramente en nuestro vivir diario.
2CORINTIOS 3:18
18Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.


jueves, 2 de junio de 2016

83  -  Si el mundo os aborrece...» Los cristianos ante la oposición y el rechazo

¿Se han reído alguna vez de tu fe? ¿Se burlan de tus principios morales, de tu conducta y te tildan de «anticuado»? ¿Has llegado a tener problemas en el trabajo, incluso hasta el punto de perder oportunidades de mejorar profesionalmente a causa de tu testimonio? ¿Se ha roto una buena relación por ser coherente con tus principios cristianos? La respuesta afirmativa a estas preguntas significa que has experimentado formas de oposición a tu fe, abiertas o sutiles.
Por ello necesitamos refrescar nuestras fuerzas cansadas de bregar en un mundo cada vez más hostil al cristianismo. Con este propósito nada mejor que recurrir a la llamada Carta Magna del Evangelio -el Sermón del Monte
 Mt. 5:1-12- 1Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
3Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
5Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
9Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.11Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Recordar el consuelo que el Señor da a todo al que sufre algún tipo de oposición a causa de su fe.

Bienaventurados los que padecen persecución

Las Bienaventuranzas no son un conjunto de frases o exclamaciones aisladas; forman un todo que se va desarrollando progresivamente hasta alcanzar un clímax. Podríamos compararlo a los peldaños de una escalera que nos lleva a un lugar alto.
Cada peldaño tiene relación con el anterior y con el que le sigue, son interdependientes e inseparables. Esta secuencia natural se inicia, de forma lógica, con la identidad básica del discípulo de Cristo: declararse «pobre en espíritu» es algo así como el carnet de identidad del creyente. El concepto que yo tenga de mí mismo va a ser la pauta que moldee todas mi relaciones con los demás y, en especial, con Dios.
Si me siento rico, no voy a necesitar a Dios; ésta es la razón por la que tantas personas hoy dicen no tener necesidad de un Dios personal, porque al igual que la iglesia de Laodicea afirman, llenos de autocomplacencia, «yo soy rico y me he enriquecido y de ninguna cosa tengo necesidad»  Ap. 3:17

La autosuficiencia ha sido siempre una de las raíces de la rebeldía del hombre con Dios y fuente de la mayoría de sus problemas de relación con el prójimo.
Por tanto, el inicio de las Bienaventuranzas parece lógico porque nadie puede acercarse a Dios si no es de rodillas, con la humildad del «pobre en espíritu». También los peldaños siguientes de la escalera nos parecen naturales porque describen una serie de cualidades esenciales del discípulo de Cristo, la mayoría de ellas relacionadas con el carácter moral del creyente.
En la vida cristiana las actitudes vienen antes que los actos, el ser antes que el hacer. La ética del discípulo, su conducta, es siempre consecuencia de su nueva naturaleza espiritual.
Sin embargo, la «escalera» de las Bienaventuranzas termina de forma sorprendente. Nos lleva a un clímax inesperado. Después de referirse a los pacificadores, la mención de la persecución parece, a primera vista, extraña. Pero no lo es. Y aquí es donde se hace evidente la relación estrecha de cada Bienaventuranza con la inmediata anterior.
Jesús sabía muy bien que cuando el discípulo vive a la altura de las demandas morales de estas Bienaventuranzas y refleja el carácter de Cristo, se convierte en sal y luz ( Mt. 5:13-16) 13Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.14Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.,
Lo cual es molesto para muchos. El hombre natural, no regenerado, no soporta que el creyente alumbre a su alrededor poniendo al descubierto la suciedad moral en tantas áreas de su vida. Por ello reacciona con frecuencia haciéndole «la vida imposible» al creyente, con una oposición que puede revestir las más diversas formas, desde el martirio hasta la burla cínica. Una fe comprometida, aplicada a cada área de la vida, molesta. Por el contrario, una fe «descafeinada» pasa inadvertida y no despierta ninguna reacción alrededor. En este aspecto, el grado de oposición que un creyente experimenta se convierte en un buen termómetro –no el único, por supuesto- de la coherencia de nuestra vivencia cristiana.

La oposición es algo natural en la vida del creyente

Según la enseñanza de Jesús en este texto, sufrir persecución forma parte del grupo de ocho cualidades morales que definen el carácter del discípulo. No va aparte como algo excepcional, sino que es algo normal en la vida cristiana. La oposición, la burla y el rechazo serán una característica tan propia del discípulo como la de ser manso, pacificador o limpio de corazón.
De hecho, llama la atención que se le da un énfasis especial porque es la única Bienaventuranza que aparece repetida dos veces  Mt. 5:10-11 10Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.11Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo..       La primera vez, Mt. 5:10, aparece en tercera persona: «ellos o aquellos», al igual que en las otras. Luego, Mt. 5:11, se usa la segunda persona: «vosotros sois bienaventurados cuando por mi causa os vituperen y os persigan....». No debe ser casualidad que ésta sea la única Bienaventuranza que recibe un trato especial con este doble énfasis.

Un creyente no debe sorprenderse de la oposición a su fe o incluso del rechazo a su persona. En realidad, es una anomalía que el discípulo de Cristo no lo experimente en algún momento de su vida: «¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!» dijo el mismo Señor precisamente en el pasaje paralelo de Lucas  Lc. 6:26. 6¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas.
El apóstol Pablo le recuerda a Timoteo con gran naturalidad: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución»  2 Ti. 3:12. 12Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución;
Una última referencia que nos muestra la normalidad de la oposición y el rechazo que sufre el creyente nos la da el apóstol Pedro: 1 P. 4:12-14. 12Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, 13sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. 14Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado.
¡Qué promesa más estimulante para todos aquellos que están viviendo este tipo de situación!

Formas contemporáneas de persecución

Por desgracia, son todavía muchos los países donde los creyentes sufren persecución física y son encarcelados, torturados e incluso muertos por su fe.
La Iglesia es perseguida hoy en algunas zonas del mundo tanto como los primeros cristianos bajo el yugo del Imperio Romano. Sabemos que ha habido más mártires cristianos en el siglo XX que a lo largo de todos los siglos anteriores.
Sin embargo, para nosotros en Occidente, la persecución adquiere formas mucho más sutiles: el rechazo social como colectivo evangélico, la burla, el comentario cínico del compañero de estudios por nuestra moralidad diferente, la ironía en el trabajo por nuestros principios éticos, incluso la discriminación flagrante por parte de las autoridades.
Se ha dado un caso reciente en Suecia donde un pastor evangélico fue encarcelado varios meses por afirmar que la homosexualidad es un pecado. Es una de las paradojas más llamativas de nuestra sociedad: es tolerante con todos menos con los cristianos; todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones menos los que creemos que Jesucristo es el «único camino al Padre, la verdad y la vida» tal como él mismo expresó  Jn. 14:6. 6Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Como decía alguien, «el único absoluto permitido hoy es la insistencia absoluta en que no hay absolutos». Por supuesto, el creyente no está de acuerdo con esta intolerancia disfrazada de hipertolerancia y, al oponerse, va a sufrir las consecuencias. «Nada nuevo bajo el sol», como diría, el autor del Eclesiastés,  Jn. 15:20. 20Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.

Nuestra reaccion ante la oposición

 Mt. 5:12. 12Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Jesús, una vez más nos sorprende. Lo último que uno esperaría en momentos de tribulación es una invitación al gozo y la alegría. Pero la enseñanza de Jesús en general y el Sermón del Monte en particular tiene mucho de revolucionario o, como se diría hoy, de «contracultural».
Antes de observar la reacción correcta, veamos cómo no hay que reaccionar ante la persecución. Estos errores a evitar son reacciones humanas, espontáneas y naturales, pero impropias del discípulo de Cristo:
La venganza  Ro. 12:17, 7No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.
Ro. 12:19-20 19No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.
20Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza..
La reacción más frecuente es la revancha, tomarnos la justicia por nuestra mano. En la tercera Bienaventuranza –«los mansos»- ya se nos advierte de cómo deben ser nuestras reacciones, incluso ante sufrimientos injustos o inmerecidos. La mansedumbre consiste precisamente en el control de nuestros actos y palabras en situaciones de injusticia, donde nosotros tenemos «toda la razón».
El estoicismo, en una línea más propia de las religiones orientales, por ejemplo el budismo, donde uno logra «aguantar» porque ha aprendido a ser impasible, a estar por encima del bien y del mal y ya nada le afecta. El concepto bíblico de paciencia y de contentamiento está muy lejos del «nirvana» budista.
La autocompasión. Es la actitud que dice: « pobre de mí, qué desgraciado soy, no me lo merezco». Esta actitud, aunque no es frecuente en la persecución abierta, sí ocurre en las formas más escondidas de oposición, por ejemplo en las injusticias. El secreto está en no poner los ojos en la injusticia humana y levantar la mirada a Cristo,  1 P. 2:23. 3quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;
La rebeldía contra Dios o la amargura. Hay ciertamente lugar para preguntarle a Dios «por qué». Pero la queja ante Dios siempre debe hacerse desde una postura de lealtad y sumisión. A Dios no le ofende la perplejidad sincera de un hombre agobiado por la presión de una muerte inminente, como fue el caso de Juan el Bautista; tampoco las dudas de Habacuc o las lamentaciones de Jeremías. Muchos de los profetas vivieron persecución y hostilidad y, sin embargo fueron «ejemplo de aflicción y de paciencia»      Stg. 5:10-11. 0Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. 11He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.

El gozo del discípulo

¿Qué significa la expresión «gozaos y alegraos»? ¿No es un contrasentido? ¿Cómo puede alegrarse una persona cuando sufre persecución? ¿Acaso el Señor nos está invitando a algún tipo de masoquismo?
El gozo del creyente es mucho más que un sentimiento, no implica reír ni sonreír; va más allá de las emociones. El gozo es un estado profundo, una actitud de serenidad y de confianza que puede llorar sin sentirse desolado, que puede sufrir sin sentirse abandonado, que puede perder una batalla, pero se sabe ganador del combate porque Cristo venció en la cruz. Gozo: es el bienestar que produce el entender verdades espirituales prescindiendo de lo material.

Pablo lo expresa de manera inigualable en Ro. 8:28-39: 28Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. 29Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
31¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 33¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 35¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.37Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
«en todas estas cosas (tribulaciones) somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó».
El mismo Pablo y Silas nos dan un ejemplo extraordinario de gozo en la persecución cuando en la cárcel de Filipos no pueden dejar de cantar aun teniendo el cuerpo maltrecho y herido por los severos azotes del día anterior. Ciertamente el gozo del discípulo no es una emoción humana, es algo sobrenatural, es fruto del Espíritu.
¿Qué razones tenemos para gozarnos? El Señor menciona dos tipos de motivo por los que el creyente experimenta gozo al sufrir oposición por causa de su nombre:
«Porque de ellos es el reino de los cielos... porque vuestro galardón es grande en los cielos» ( Mt. 5:10, Mt. 5:12). 10Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 12Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

La primera razón tiene que ver con el futuro, concretamente con nuestra herencia en el cielo. Podemos perderlo todo aquí en la tierra, aun la vida física, pero hay algo que nadie puede quitarnos: «la herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros». «Por esto –sigue Pedro- vosotros os alegráis aunque ahora por un poco de tiempo si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas» ( 1 P. 1:4, 4para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, 1 P. 1:6). 6En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,
Encontramos la misma idea en 2 Co. 4:18-6En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,  5:11Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. y Ap. 21:7. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.

Es significativo que la promesa que se le da a esta última Bienaventuranza es la misma que en la primera: «de ellos es el reino de los cielos». ¿Puede haber mejor promesa que estar en el cielo mismo para toda la eternidad? Sin duda, éste es un «grande galardón».
«Porque así persiguieron también a los profetas que fueron antes que vosotros»  Mt. 5:12 12Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros..
La segunda razón nos pone en la misma saga que los profetas. En este sentido, decíamos al principio, que la burla o el rechazo a causa de la fe constituye algo así como «el certificado de garantía», el control de calidad de nuestro compromiso con el Señor. Desde el simple comentario burlón de tu fe hasta la propia muerte como mártir, todos los grados y formas de oposición que puedas experimentar como creyente te hacen «bienaventurado», dichoso.
Sufrir por Cristo es un grandísimo honor. Por esto constituye el clímax de las Bienaventuranzas, porque nos acerca no sólo a los profetas, sino sobre todo a nuestro modelo supremo, el Señor mismo.
Hacemos nuestra, a modo de oración, la conclusión que Jesús mismo dio a este memorable fragmento del Sermón del Monte:
«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos»     ( Mt. 5:16).
    Dios te bendiga.