miércoles, 21 de agosto de 2013

TRANSFORMANDO EL ENOJO EN PAZ (I)
¿Quién no se ha sentido humillado y ofendido alguna vez? Todos hemos pasado experiencias de este tipo. ¡Las relaciones humanas pueden ser complicadas! La diferencia está en que unos son capaces de superar estas emociones de forma constructiva y saludable, mientras que otros permanecen toda su vida «humillados y ofendidos». Han transformado la ofensa inicial en resentimiento permanente. Y el resentimiento es como un veneno que poco a poco, aun de manera inconsciente, va intoxicando su mente y su espíritu hasta influir de manera decisiva en sus relaciones personales, su actitud ante la vida y su propia salud.

¿Cómo podemos evitar este proceso de envenenamiento que lleva a la amargura y la autodestrucción de no pocas personas?,
El enojo no siempre es malo
El enfadarse es una respuesta tan natural como, a veces, necesaria. De alguien que no se enfada nunca solemos decir que «no tiene sangre en las venas». Forma parte de las defensas que Dios mismo nos ha dado para afrontar situaciones desagradables o injustas.

De hecho, la capacidad para airarse forma parte de la naturaleza divina. Dios mismo se nos presenta como un Dios de ira ante el pecado y la injusticia. También vemos a Cristo, enojarse en momentos muy concretos de su ministerio y expresar su enfado con mucha energía. De Pablo se nos dice que «su espíritu se enardecía viendo la ciudad (Atenas) entregada a la idolatría» (Hch. 17:16).

En realidad, la ausencia de enojo en determinados momentos puede desagradar a Dios. Hay, por tanto, una ira santa que refleja la imagen de Dios en nosotros y que, lejos de ser pecado, puede reflejar madurez y discernimiento espiritual.

Los límites del enojo: «Airaos, pero no pequéis»         ¿cuándo el enojo es malo? El apóstol Pablo nos da la clave: «airaos, pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo ni deis lugar al diablo»   (Ef. 4:26-27).
«Airaos si hace falta», viene a decir el apóstol; pero hay una condición indispensable para que el enfado no se convierta en pecado: «no se ponga el sol sobre vuestro enojo». El problema no está en airarse, sino en permanecer airado.

Cuando el enojo anida en el corazón de forma permanente deja de ser una reacción natural, para convertirse en una actitud vital. Deja de ser un sentimiento espontáneo y transitorio para convertirse en un estado crónico. Cuando esto sucede, el enojo pasa a resentimiento y, de ahí, con el tiempo, engendra el odio y la amargura como eslabones de una misma cadena.
Son los efectos tóxicos del enojo. Lo que empieza siendo una reacción necesaria y positiva, acaba sumiendo a la persona en una actitud de autodestrucción. Por ello Pablo termina este versículo con la frase «ni deis lugar al diablo».

Apagando el enojo: «Meditad en vuestro corazón y guardad silencio»
El enojo es como un fuego que necesita ser cuidadosamente controlado, de lo contrario puede causar serios problemas. Hemos visto algunos de sus «efectos tóxicos». Ya nos advierte el autor de Proverbios que «aquel que fácilmente se enoja, hará locuras» (Pr. 14:17). Es interesante observar que el texto antes considerado (Ef. 4:26) es una cita del Salmo 4:4: «En vuestro enojo no pequéis; cuando estéis en vuestras camas, meditad en vuestro corazón y guardad silencio» (Traducción literal de la versión inglesa «New International Version»).

El versículo original, por tanto, nos da la primera clave para atemperar el enojo: la meditación y silencio. Estos momentos de quietud interior serán como gotas de agua que refrescan la tierra ardiendo por el fuego. Será entonces cuando oiremos la voz suave del Juez justo preguntándonos como a Jonás: «¿Haces tú bien en enojarte tanto?» (Jon. 4:4), o susurrando a nuestro corazón:   «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré dice el Señor... No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Ro. 12:19, 21).
Estos «descubrimientos», paso a paso, irán apaciguando la intensidad de nuestra ira y serán el antídoto contra el resentimiento y el odio.

Odiar no es inevitable, es una decisión.
Hay personas especialistas en hacer «confitura de resentimiento»: guardan el enojo en su corazón hasta terminar llenos de amargura y con una visión victimista de la vida piensan que todo y todos van en contra de ellos. ¿Por qué les ocurre esto? Importa destacar que en este proceso de intoxicación juega un papel central la voluntad.

A diferencia del enojo que surge de forma espontánea y es inevitable, el odio y el resentimiento no son inevitables sino que crecen en la medida que se los alimenta. Yo no puedo evitar enojarme, pero sí puedo evitar que este sentimiento se convierta en odio.
Ello es así porque el odio, al igual que el amor, es más que una emoción, es una decisión, nace de la voluntad. Yo puedo rehusar odiar de la misma manera que puedo decidir amar. Ahí es donde empezamos a entender la demanda del Señor Jesús de amar a los enemigos.

Como sentimiento natural, es imposible, pero en tanto que decisión es posible, en especial cuando contiene la capacitación sobrenatural del Espíritu Santo y no depende sólo de nuestro esfuerzo. Esta capacidad para detener el odio y transformarlo en paz interior y en pacificación es una de las características más distintivas de la ética cristiana. Su presencia es revolucionaria y transforma personas, relaciones y hasta comunidades enteras.
Piensa bien y acertarás... piensa mal y te amargarás
La sabiduría popular expresada en forma de refranes suele no equivocarse. Pero en el caso del aforismo «piensa mal y acertarás» yerra por partida doble.
Desde el punto de vista psicológico es un grave error porque ser un malpensado siempre lleva a una visión paranoide del mundo. Hasta tal punto es un veneno emocional que más bien deberíamos decir «piensa mal y te amargarás».
Todos los expertos en salud mental están de acuerdo en este principio: uno no puede pasarse la vida desconfiando de los demás sin que ello le pase una factura muy alta en su salud física y emocional.

Y esta actitud, que es perjudicial emocionalmente, también lo es desde el punto de vista espiritual. De hecho, puede llegar a ser un pecado por cuanto la amargura apaga el Espíritu Santo. El lema del creyente debe ser «piensa el bien y tendrás paz». Ello nos lleva a preguntarnos: ¿cómo se consigue esto?
Plantando las semillas adecuadas: «todo lo puro, todo lo amable... en esto pensad»

En la mente humana los sentimientos están en gran parte determinados por los pensamientos. La forma de pensar es lo que nos hace sentir bien o mal, amar u odiar, resentidos o en paz. En este sentido, podríamos comparar la personalidad -el corazón- a un jardín en el que estamos constantemente plantando semillas, los pensamientos. Las semillas que yo siembre van a determinar qué plantas crecen. 
Si es un pensamiento de ánimo, me hará sentir bien, si es un pensamiento de hostilidad producirá resentimiento, etc.
Aun sin darnos cuenta, estamos todo el tiempo enviándole al cerebro mensajes que influirán mucho en nuestro estado de ánimo, en nuestras reacciones e incluso en nuestra salud.
En la Biblia encontramos numerosos pasajes que aluden a esta realidad.
En Filipenses 4 tenemos una formidable «vacuna» para evitar el odio y el resentimiento y transformarlo en paz. Es una perla inestimable que debería adornar todas nuestras relaciones.
Aprehender y practicar el mensaje contenido en este memorable pasaje es una ayuda inestimable cuando nos sentimos humillados y ofendidos:
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Fil. 4:8).
¡Cuánta tendencia tenemos los humanos a invertir esta exhortación! Si hay algo negativo, algún defecto, alguna ofensa, algún motivo de queja, algún agravio en esto pensamos y nos obsesionamos! Y así, al cultivar estos pensamientos negativos, vamos creando el caldo de cultivo idóneo para que crezcan el odio y el resentimiento.

¡Cómo cambiarían nuestras actitudes y relaciones si aplicáramos este versículo a aquellas personas que nos han ofendido! Si en vez de pensar «cuánto mal me ha hecho» logro decirme «¿qué hay de bueno en él/ella,? ¿qué puedo encontrar de noble y de justo en esta persona?», poco a poco crecerán en el jardín de mi mente las plantas que llevan al sosiego y la paz.
Es importante observar cómo las ocho cualidades de la lista tienen una clara connotación moral. Afectan no sólo mis sentimientos y emociones, sino también mi conducta. 
El beneficio no es sólo psicológico para mí -relax mental, un efecto ansiolítico-, sino ético, afectará también a los demás. En la medida que yo cultive -«pensar en»- esta lista de virtudes, ello influirá no sólo sobre mi mente, sino también en mis reacciones y en mis relaciones.

El verbo «pensar» en el texto (logizomai) no significa tanto tener en mente o recordar, sino sobre todo «reflexionar, ponderar, sopesar el justo valor de algo para aplicarlo a la vida».

Paz para mí y en paz con los demás: «Una paz que sobrepasa todo entendimiento»
Cuando mi mente se ocupa en pensar el bien -lo bueno- ello tiene unas consecuencias en la vida diaria que se resumen en una sola: la paz. No es por casualidad que, como majestuosa puerta de entrada a todo el pasaje sobre el contentamiento, aparece esta áurea afirmación: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones en Cristo Jesús» (Fil. 4:7).
No se trata sólo de una paz subjetiva -«me hace sentir bien a mí»- sino también objetiva -se proyecta a mis relaciones con los demás                                                     El apóstol Pablo destaca tres observaciones sobre esta paz:
Su fuente es Dios mismo. No emana de ningún recurso humano, sino de la relación personal con Él a través de Cristo. Hay una relación inseparable entre la paz de Dios y el Dios de paz.
  • Sus efectos beneficiosos alcanzan a toda la personalidad. No sólo la mente, sino también el corazón (implicando las emociones y la voluntad) son guardados por esta paz.
  • Su resultado cardinal es que nos mantiene «guardados» -cobijados- en Cristo Jesús. El verbo usado aquí es un término militar que se aplicaba a los soldados que hacían guardia para proteger -«guardar»- una determinada plaza.
  • La paz de Dios no es tanto un sentimiento como una posición existencial. Pablo mismo describió esta posición con palabras muy hermosas:
  • «Quién nos separará del amor de Cristo? ... Porque estoy seguro de que ninguna cosa creada podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro. 8:35, 38-39).
Pensar el bien -centrarse en lo bueno- y rehusar odiar es el primer gran antídoto contra el resentimiento. Es el primer paso para transformar el enojo por la ofensa en paz.    

 jca

jueves, 8 de agosto de 2013

NO PONGAS TUS ESPERANZAS EN LAS SITUACIONES, SI EN DIOS

 «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma» 3 Juan 2.

Esa Escritura no dice, «yo oro para que tú seas prosperado conforme prospera la economía o conforme tu jefe decida ascenderte de puesto»; sino que dice «oro para que seas prosperado, así como prospera tu alma».
Es ahí donde la mayoría de los creyentes se equivocan en cuanto a la prosperidad económica. Se concentran en las situaciones externas, pensando que es ahí donde están sus esperanzas. Pero Dios no trabaja de afuera hacia dentro, sino de adentro hacia afuera.

Él lo bendecirá a usted materialmente conforme su alma prospere en su Palabra.

Esta es la prosperidad del alma del creyente. Cuando nuestra alma es ocupada y dirigida por el Espíritu de Dios mediante nuestro espíritu, de tal modo que dirige y pone nuestro cuerpo a disposición de Dios, entonces nuestra alma prospera.

Luego, cuando las semillas de la prosperidad hayan sido sembradas en su mente, en su voluntad y en su corazón, y cuando usted deje que esas semillas broten, entonces producirán una gran cosecha material no importa cuán malas estén las condiciones alrededor de usted.

Lea la historia de José en Génesis, desde el capítulo 37 hasta el 41. Cuando José fue vendido como esclavo a los egipcios, no tenía ni un centavo y ni siquiera tenía libertad. Sin embargo, justo en medio de su cautiverio, Dios le dio a José tal sabiduría y capacidad que éste pudo hacer que su amo, Potifar, se hiciera rico. Como resultado de esa acción, Potifar puso a José a cargo de todas sus posesiones. Luego, la esposa de Potifar se enojó con José y él terminó en prisión.

Vaya futuro para José en la cárcel. No hay mucha oportunidad para progresar en la prisión, ¿cierto? Pero Dios le dio a José entendimiento como nunca otro hombre lo tuvo en Egipto. Dios le dio tanta sabiduría que José llegó a ser parte del personal de Faraón: no como esclavo sino como el hombre más honrado en todo el país, después de Faraón. José pasó de la cárcel a ser primer ministro; viajaba en carruaje y la gente, literalmente, se inclinaba ante él. Durante el tiempo de hambruna que hubo en todo el mundo, José estuvo a cargo de todos los alimentos. ¡Eso sí es prosperidad!

¿Cómo Dios llevó a cabo eso? Lo hizo prosperando el alma de José.
No importa cuán miserable llegó a ser la situación de José, no importa cuán difícil era de resolver sus problemas, Dios pudo revelar los secretos espirituales que le abrirían a José la puerta al éxito.

Eso es lo que hace que el método de Dios para prosperar sea tan emocionante; en cualquier parte da resultado.

Él pudo revelarles los secretos del éxito para su situación en particular porque ellos creyeron en la Palabra de Dios y estuvieron dispuestos a escuchar su voz.

Deuteronomio 29:29 dice lo siguiente: «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley».
¡Las cosas secretas! ¿Cuántas veces se ha quebrado la cabeza tratando de resolver un problema? Usted sabía que había una respuesta pero no se imaginaba cuál era. En otras palabras, la respuesta era un secreto, un secreto que solo Dios conocía y que no le competía a usted.

Pero si usted hubiera ido a la Palabra y de veras la hubiera escudriñado en oración y en meditación, hubiera recibido revelación en cuanto a ese secreto. Dios le habría mostrado cual era la solución precisa para ese problema.
Esa es la razón por la cual Dios le ha dado el Espíritu Santo. 

¿Tiene usted alguna idea de cuán increíble recurso es Él? La mayoría de los creyentes no tienen idea de eso; van a la iglesia y dicen: «Oh sí, amén hermano, gracias a Dios por el Espíritu Santo, alabado sea Dios, aleluya». Luego se van a sus hogares y se olvidan del Espíritu Santo. No es que ellos no sean sinceros los domingos, sí lo son, de veras aprecian lo poquito que entienden acerca del Espíritu Santo.

Pero no han aprendido a aprovechar la sabiduría y el poder ilimitados que Él pone a disposición de ellos en sus vidas diarias. Jesús dijo:

«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16:13).

Si usted es empresario, ese versículo significa que el Espíritu Santo le mostrará cómo aumentar sus ganancias y reducir sus gastos. Si usted es madre, ese versículo significa que el Espíritu Santo le mostrará cómo manejar las discusiones entre sus hijos. Si usted es estudiante, ese versículo significa que el Espíritu Santo le mostrará cómo sobresalir en sus estudios.

Hay muchísima gente por ahí retorciéndose las manos y preocupada: «Dios nunca me podrá prosperar —dicen—. Gano un sueldo muy bajo, y la compañía en la que trabajo está perdiendo dinero, así que sé que no me van a dar un aumento, ¿Cómo es que Dios me va a prosperar?» 
Tal vez Él le de una idea que haga que las pérdidas de la compañía se vuelvan en ganancias. Quizá Él le dé una idea de un producto nuevo y usted podrá fundar su propia compañía. Es posible que Dios le haya dado idea tras idea que podrían hacerlo rico si usted tuviera suficiente discernimiento espiritual para asimilarlas.

Sin embargo, usted ni siquiera sabía que existían esas ideas porque no ha prestado atención a las cosas de Dios. No ha estado buscando las revelaciones de las «cosas secretas». Posiblemente usted ha estado muy ocupado viendo la televisión y prestando atención a los anuncios sobre cuál pasta dental debería comprar o a los comentarios sobre la economía.

Óigame bien, el Espíritu Santo no podrá hacerle entender nada mientras usted esté tendido viendo la televisión. Él es un caballero, no va quitarle el control remoto de su mano y decirle: «Óyeme, terco. Tengo algunas cosas importantes que decirte». No, Él va a estar callado, esperando hasta que usted apague toda esa basura que está ocupando su mente y se concentre en Él.
Justo aquí es donde la mayoría de los creyentes se equivocan. Están tan ocupados con cosas de la vida, incluso tan ocupados en las actividades de la iglesia y de las organizaciones religiosas que no tienen tiempo para el Señor; nunca se toman el tiempo para estar en comunión con Él.

Hay creyentes a los cuales Dios ha querido poner en altos puestos políticos. Él les habría mostrado como resolver algunos de los problemas de sus naciones, pero Él no ha podido lograr que ellos le presten atención. Entonces Dios los deja donde están, que sigan dando vueltas en un trabajo sin futuro. Hay otros a los cuales Dios hubiera ascendido hasta llegar a ser gerentes de grandes corporaciones, pero ellos estuvieron tan ocupados en sus propias e insignificantes metas que no se molestaron en averiguar cuáles eran las metas de Él.

No desaproveche los planes de prosperidad que Dios tiene para usted. Pase tiempo con Él, préstele atención y aprenda a reconocer su voz. 
No bastará con unos cuantos versículos bíblicos y con unos cinco minutos de oración para tener acceso a las revelaciones que el Espíritu Santo tiene para usted; es necesario que tome esto muy en serio.

Si usted cree que no tiene tiempo para hacerlo, piénselo otra vez. ¿Cuántas horas al día pasa en frente del televisor? ¿Cuántas horas a la semana pasa leyendo los periódicos? ¿Cuántas horas pasa leyendo novelas y viendo revistas? ¿Cuánto tiempo pasa pensando en sus problemas?

Reemplace esas cosas por la Palabra de Dios; use ese tiempo para meditar en las Escrituras. Ore y diga: «Espíritu Santo, necesito saber qué hacer en relación a esta situación en la que estoy involucrado». Luego, ponga atención, Él comenzará a darle la sabiduría de Dios con respecto a sus finanzas (o cualquier otro aspecto de su vida). ¿De veras lo hará? ¡Sin duda alguna!

Santiago 1:5-6 dice: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Aquí la sabiduría se relaciona directamente con Dios, como en Pr 1:7.
La sabiduría no sólo incluye el conocimiento que viene de Dios, sino también la habilidad de ponerla en práctica (Pr 1:2–4; 2:10–15; 4:5–9; 9:10–12).

Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra».
pida con fe. Significa pedir de acuerdo con la voluntad de Dios, con plena confianza de que Dios es soberano (1 Jn 5:14–15).   sin dudar. Es decir, el que vacila en la práctica de su fe, que está lleno de indecisión.

No obstante, permítame advertirle una vez más. No se trata de leer unos cuantos versículos cada día y esperar ser prosperado. Sino que estamos hablando de escudriñar la Palabra y meterse en ella hasta que el Espíritu Santo empiece a hablarle y hasta que usted desarrolle una fe inconmovible.
Eso no es algo que sucede de la noche a la mañana. 
Como agricultor espiritual, usted debe sembrar, deshierbar y regar la Palabra en su corazón. Va a tomar tiempo y esfuerzo, pero créame, la cosecha bien valdrá la pena.

NAHUN 1:7 Bueno es el SEÑOR; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían. 

Gracias Dios, Padre de nuestro señor Jesucristo, por lo que nos das: la paz, por tu protección del corazón, por tu ayuda para ayudar a otros, por tu cuidado, por hacer que todas las cosas nos ayuden a bien, conforme a tu propósito, a tu llamamiento, nos alegramos y regocijamos en tu amor, gracias por conocer nuestras angustias, por darnos vida, paz, por no abandonarnos, por tu calma, por levantarnos de tu mano, y por no desanimarnos, porque eres un Dios bueno, nuestro refugio y protección, levantamos los ojos a ti Padre amado de donde viene nuestra salvación y prosperidad.  Amen.