martes, 31 de marzo de 2015

LOS SUFRIMIENTOS DE NUESTRO SEÑOR
[LOS ACONTECIMIENTOS CRONOLÓGICAMENTE ORDENADOS DESDE:]
LA ÚLTIMA CENA
HASTA SU ENTIERRO:
CAPÍTULO NUEVE DE
“JESUCRISTO NUESTRA PASCUA”
Por Victor Paul Wierwille

Los acontecimientos de los días decimotercero y decimocuarto del mes de Nisán están documentados con mayor detalle que cualesquier otros dos días en toda la Palabra de Dios. Solamente esto debería demostrarnos la vital necesidad de dividir correctamente estos registros con minuciosa exactitud. Si Dios pensó que estos dos días eran lo suficientemente importantes como para merecer registrarlos con tantos detalles y tan minuciosamente, entonces seguramente podemos considerarlos lo suficientemente importantes como para merecer nuestra cuidadoso escrutinio. No vamos a ver que la Palabra de Dios encaja si estiramos información o ignoráramos detalles o decimos: “¿Cuál es la diferencia?” A estos dos días se debe dar una cuidadosa y completa exanimación porque están llenos de algunos de los eventos más importantes de todos los tiempos.

En los tres previos capítulos, hemos estudiado a detalle los acontecimientos de los días  decimotercero y decimocuarto del mes de Nisán. Debido a que cada estudio fue tan extenso, este capítulo repasará los acontecimientos de estos dos días, poniendo especial énfasis en los padecimientos sufridos por nuestro señor y salvador, Jesucristo.

El día trece de Nisán comenzó con la última cena y terminó en la sala del juicio.* Al momento de caer el atardecer del lunes doce, la última cena comenzó. Hay buenas razones para creer que la ubicación de esta cena fue Betania. También sabemos que esta última cena no era la cena de la Pascua, ya que esta ocurrió unas cuarenta y ocho horas antes de lo que estaba programada ser comida la cena de la Pascua. Además de los doce apóstoles, otros discípulos estaban presentes probablemente. La cena incluyó una enseñanza de Jesús acerca del servicio, demostrada con el lavado de los pies de los discípulos.** En este punto, Jesús sabía que ésta sería su última comida. Él le dijo a los presentes que uno de los doce apóstoles lo traicionaría. Más tarde, le dijo a Judas que él sería quien lo haría. Aunque a él le había sido dado el pan mojado o bocado especial, denotando gran honor y amistad, Judas se fue para llevar a cabo su plan de traición. También en esta comida, Jesucristo instituyó la “santa comunión”. Después de que los comensales terminaron de comer, él predijo que Pedro lo negaría; les dio el mandamiento concerniente al amor y les enseñó grandes verdades sobre la paz de Dios y el futuro; y les enseñó sobre la venida del consolador, el don de espíritu santo. Cantaron un himno de alabanza y se fueron al monte de los Olivos. Su destino era un lugar familiar, el Huerto de Getsemaní.
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*En las tierras bíblicas, los días finalizaban y comenzaban con la puesta del sol, y no a la media noche como en occidente. [Nota de traductor].
** En las tierras del oriente, los caminos y calles estaban llenos de polvo, y ellos usaban sandalias, por lo cual, al llegar a una casa, el sirviente considerado como de mas bajo rango, se encargaba de lavar los pies a quienes llegaban. Entonces Jesús hizo la tarea considerada más baja en muestra de servicio y humildad. [Nota de traductor].



Durante esta caminata hasta llegar al Huerto, Jesús habló sucesivamente las magníficas verdades de Juan 15 y 16. Se detuvo y oró la tremenda oración del capítulo diecisiete de Juan. Él les enseñó acerca de los lazos de unión entre Dios y ellos, del futuro, acerca del poder que se les estaba delegando, y de su muerte. También durante este recorrido, en dos ocasiones declaró que Pedro lo negaría, mientras que Pedro persistentemente insistió en que él permanecería firme por Jesús mientras él enfrentaba todas las dificultades.

Finalmente, Jesús y sus discípulos llegaron al Huerto de Getsemaní. Allí, mientras sus discípulos se quedaron dormidos, Jesús oró fervientemente en tres diferentes ocasiones. Ya que Jesús puso todo su corazón y alma en la oración, su sudor era profuso. En su oración pidió a Dios si era posible encontrar alguna otra manera de cumplir el propósito de Dios sin el sufrimiento y la muerte agonizante que Jesús iba a enfrentar. Después de tres oraciones, se estableció la respuesta final y completa: no había otra forma posible para cumplir el propósito de Dios sino a través del sufrimiento y la muerte agonizante que Jesús debía encarar. Después de tres oraciones, la respuesta final y completa fue establecida: no había otra manera. Jesús debía pasar por la serie de acontecimientos que ocurrirían como le habían sido revelados.

En este punto de la tarde-noche, cientos de soldados romanos armados, oficiales de la guardia del Templo levítico y líderes religiosos indignados llegaron al Huerto. Ellos quedaron impresionados por el aplomo de Jesucristo, por su conducta valiente cuando él salió al encuentro de ellos para preguntarles a quién buscaban. Los soldados que habían hecho el cuestionamiento, retrocedieron y cayeron a tierra. Judas se acercó y besó a Jesús con la esperanza de engañar a los discípulos mientras  secretamente mostraba a los soldados quién era el hombre que debían arrestar. Jesús, sin embargo, no fue engañado. En la confusión y tensión del momento, Pedro sacó su daga y cortó la oreja a Malco, un siervo del sumo sacerdote. Jesús exigió a Pedro que detuviera su lucha y se volvió a Malco y realizó un milagro de sanidad, restaurando su oreja. Jesús reprendió a los que lo arrestaron, y después se entregó a los soldados. Mientras los soldados lo llevaban, los discípulos se dispersaron.

Jesús fue entonces llevado al palacio del sumo sacerdote, donde por primera vez se presentó ante Anás. Mientras tanto, Pedro le había seguido y había conseguido, con la ayuda de un discípulo influyente, entrar en el patio interior de este palacio. Este discípulo había usado su influencia para convencer a la joven portera que dejara entrar a Pedro. De pronto, esta portera preguntó a Pedro si él era uno de los discípulos de Jesús. Pedro lo negó. Mientras Jesús estaba ante Anás, el sumo sacerdote comenzó a interrogarlo y Jesús respondió con emociones ecuánimes y con denuedo. Indignado por un desafío dado al sumo sacerdote por Jesús, un oficial que estaba cerca lo golpeó con una vara delgada, este fue el primer golpe de muchas palizas que recibiría Jesús antes de su crucifixión.

De Anás, Jesús fue llevado ante Caifás. En este momento dos eventos notables ocurrieron simultáneamente. Mientras Jesús estaba en el palacio frente a Caifás, Pedro estaba fuera, en el patio de la corte enfrentando una serie de acusaciones.

Cuando Jesús fue llevado ante Caifás, se enfrentó no sólo Caifás, sino a los principales sacerdotes y a todo el Sanedrín reunido allí también. Este juicio estuvo lleno de ilegalidades. Comenzó a altas horas de la noche, una hora ilegal para una reunión de este tipo. Los sacerdotes y el Sanedrín buscaron y utilizaron ilegalmente testigos falsos en un intento de incriminar a Jesús. Finalmente, el mismo sumo sacerdote interrogó a Jesús. Cuando le oyeron decir que él era el Mesías, porque dijo que él un día se sentaría a la diestra de Dios, Caifás rasgó su manto sacerdotal mostrando ira y acusó a Jesús de blasfemia.

El Sanedrín, siguiendo el liderato de Caifás, juzgó a Jesús culpable y pidió la pena de muerte. Una vez hecho esto, el sumo sacerdote, los jefes de sacerdotes, los escribas y los ancianos comenzaron a torturar a Jesús: escupieron en su rostro; pusieron una funda sobre su cabeza para que no pudiera ver, y comenzaron a golpearlo repetidamente en la cara y el cuerpo con los puños, con varas y látigos; le dieron una paliza muy intensa, abriéndole heridas terribles. Mientras lo golpeaban en la cabeza, lo escarnecían para que profetizara quien lo estaba golpeando. Ellos se estaban burlando de que él era un profeta a través de desafiarlo a identificar a sus invisibles atacantes.

Mientras tanto, Pedro estaba todavía en el patio de la corte, cansado, asustado y atribulado. En él fue creciendo cada vez más el miedo a las personas a su alrededor. Mientras estaba sentado junto al fuego, una joven se acercó y lo acusó directamente de haber estado con Jesús. Pedro, temblando, lo negó, por segunda vez. Después de un rato un hombre se acercó y lo acusó de ser uno de los discípulos. Pedro negó a Jesús por tercera vez. Pedro volvió a la entrada del patio y un gallo cantó. Pedro estaba nervioso por causa de los que lo habían acusado, ya que estaba en medio del territorio enemigo y no quería ser atrapado. El cuarto acusador fue otra doncella que cuidaba la puerta. Ella lo acusó de haber estado con Jesús (quien en ese momento estaba siendo golpeado en el interior del palacio). Con un juramento, Pedro aseguró que no conocía a Jesús y regresó al fuego en el patio. En poco tiempo, varios de los que estaban en el fuego, sospechosamente comenzaron a acusarlo de ser uno de los discípulos galileos de Jesús. Juramentando y maldiciendo, Pedro juró que no conocía a Jesús. Muy pronto un hombre que lo había visto en el Huerto de Getsemaní intervino reconociéndolo y confiadamente lo acusó. Pedro negó a Jesús por sexta vez y oyó el gallo cantando una segunda vez mientras todavía hablaba su negación final. Con eso, él levantó su mirada y vio el rostro golpeado de su maestro. Los ojos de Jesús y Pedro se encontraron en un momento lleno de emociones que ninguna palabra podría describir jamás adecuadamente. Recordando las profecías de su señor hechas sólo unas pocas horas antes y viendo a su maestro tan gravemente desfigurado, Pedro salió en llanto del patio a la calle. A este punto ya era temprano por la mañana, aproximadamente  la 1:30 a.m. En cuanto a lo que ocurrió entre este momento y el amanecer, la Palabra de Dios guarda silencio.

Al amanecer, los sacerdotes y el Sanedrín se reunieron de nuevo para interrogar a Jesús, de acuerdo al requerimiento legal de dos juicios que se debían hacer para delitos capitales. Este aparente juicio también fue una farsa, aunque tenía la pretensión de parecer oficial. Ellos presentaron las mismas preguntas y acusaciones que habían usado unas horas antes. Jesús dio sin vacilaciones las mismas respuestas. Los acusadores del juicio fueron contundentes: este hombre debe morir. Con esto, Jesús fue llevado ante el gobernador romano de Judea, Poncio Pilato.

Ante Pilato, los líderes religiosos presentaron una versión distorsionada de su acusación con el fin de convencerlo. Pilato interrogó a Jesús y no encontró ninguna falta en él. Pilato quería soltar a Jesús, pero los líderes religiosos persistieron. Pilato finalmente encontró alivio para él cuando escuchó que Jesús era galileo. Con esto, Pilato convenientemente tenía una excusa para enviar a Jesús a Herodes, el tetrarca de Galilea. Los líderes religiosos siguieron a Jesús mientras él era llevado ante Herodes.

Herodes se encontraba en Jerusalén aquel día. Al ver al famoso Jesús, él burlonamente le pidió que hiciera un milagro. Los líderes religiosos fueron vociferantes en sus acusaciones. Al no recibir respuesta de Jesús, Herodes y sus soldados lo trataron con desprecio. Lo vistieron adornado con vestiduras reales como si fuera un rey y lo regresaron a Pilato. Por el hecho de ambos haber estado involucrados en el caso de Jesús, Pilato y Herodes se hicieron amigos por primera vez.

Entre tanto, Judas había llegado a estar muy perturbado por esta cadena de acontecimientos. Él regresó al templo para traer las treinta piezas de plata, el dinero de la traición, de vuelta a los sacerdotes y ancianos. Ellos lo rechazaron porque era “dinero de sangre”. Judas, muy angustiado, arrojó el dinero en el Templo y se fue, ahogado por sus emociones y el dolor. Él podía deshacerse del dinero que le había sido dado por traicionar a Jesús, pero él no podía borrar lo que había hecho. Los sumos sacerdotes y los ancianos tomaron el dinero de Judas. Pero ya que no podían poner “dinero de sangre” en el tesoro del templo, lo utilizaron para comprar un terreno para sepultar extranjeros.*

Mientras esto ocurría, Jesús había sido devuelto de Herodes a Pilato. Una vez más, Pilato preguntó a Jesús si él era un rey. Jesús estuvo de acuerdo en que lo era. Entonces, a medida que los líderes religiosos comenzaron a bombardearlo con acusaciones, Jesús no respondió. Tampoco respondió a Pilato. Pilato estaba completamente asombrado por este Jesús de Nazaret. Se dio cuenta de que los líderes religiosos estaban tratando de deshacerse de Jesús por envidia, pero aun así tuvo miedo de ir en contra de sus deseos. Pilato decidió que expondría al pueblo el problema de qué hacer con Jesús.

Al involucrar a la gente, Pilato pensó que conseguiría apoyo para la liberación de Jesús. Cuando los líderes religiosos y la gente estuvieron reunidos ante de Pilato, clamaron por la liberación de un preso, de acuerdo a la costumbre de liberar a un preso en la Pascua. Pilato les dio a elegir: Jesucristo, o un asesino y revolucionario llamado Jesús Barrabás. En este punto, Pilato estaba cada vez más perturbado e inextricablemente atrapado en una telaraña de emociones. En un momento crucial y embarazoso, su propia esposa le advirtió que dejara ir a Jesús. Pero el pueblo, influenciado por los líderes religiosos, pidió la liberación de Barrabás. Pilato ofreció azotar a Jesús y dejarlo ir. Pero la multitud insistió en que Barrabás fuera libertado, y no Jesucristo.

Turbado, Pilato regresó a la sala de juicio. Era ahí que tenía a Jesús flagelado. Jesús fue brutalmente azotado por los soldados romanos con un látigo que tenia huesos o metal en el extremo de la correa. Los efectos de tal castigo son descritos por el salmista.

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*Para más detalles sobre Judas, leer capítulo 16 de “La Biblia me lo dice” por V.P. Wierwille.



Salmos 129: 2 y 3:
Mucho me han angustiado desde mi juventud; mas no prevalecieron contra mí.
Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos.

Al ser azotado de esta manera, el hombre condenado era despojado de sus ropas y atado a un tronco-estaca. Los azotes en su espalda desnuda excavarían horriblemente su carne, literalmente expondrían sus costillas y vértebras. Los grandes y horribles verdugones serian levantados de su cuerpo como hileras de carne aradas sobre su espalda. El sangrado debió ser profuso. Los soldados de Pilato también lo golpearon de nuevo con sus varas y colocaron una corona de espinas sobre su cabeza.

Debemos recordar que no existe un registro de que Jesús pudiera dormir entre el momento de su detención (o incluso durante algún tiempo antes de ésta) hasta el momento de su muerte. Sus discípulos estaban ya demasiado cansados para orar con él en el momento de su arresto. Piense en lo cansado que Jesús debió estar por el tiempo que compareció ante Pilato. Tal fatiga aumenta la sensibilidad de una persona al dolor.

Pilato entonces puso una prenda exterior púrpura a Jesús, posiblemente un manto. Habiendo sido tan gravemente azotado, Pilato le presentó burlonamente ante de la gente como un rey, como un hazmerreír. Pilato esperaba que el ver la multitud al hombre en esta condición podría causar que se compadeciesen de él y pidieran su liberación.

Con el rostro ensangrentado, Jesús fue deshonrado, en un espectáculo público. Pilato  dijo: “¡He aquí el hombre!” Uno se pregunta que tanto Jesús se asemejaba a un hombre en ese momento. Mucho antes, Isaías había profetizado la extrema desfiguración física que el Mesías sufriría.

Isaías 52:14:
…su apariencia, desfigurada, perdió toda la forma de un hombre, su belleza cambió más allá de la apariencia humana [Nueva Biblia Inglesa].

Jesucristo fue molido de tal manera que fue cambiado más allá de la apariencia humana. A pesar de la estratagema de Pilato para ganar la simpatía por Jesús, la respuesta de la multitud, de nuevo bajo la influencia de los líderes religiosos, fue que crucificaran a Jesús. Con esto, Pilato volvió a entrar al Pretorio e interrogó a Jesús por última vez. No sirvió de nada. Él no encontró manera de convencer a la gente para que pidieran la liberación de Jesús. Pilato intentó apelar una vez a más a la multitud. Aunque estaba desesperado en su deseo de soltar a Jesús, Pilato temía ir en contra de los deseos de la multitud. La multitud se burló de su posición como gobernante romano aguijoneándolo por haber exhibido a Jesús como rey en contra del reinado de César, insinuando así, que Pilato estaba permitiendo que Jesús cometiera traición. Esta fue una presión insostenible para Pilato. La multitud se impuso. Para entonces, ya era el mediodía del martes.

Después de complacer a la multitud, Pilato se lavó las manos, en un acto simbólico para librarse de la responsabilidad de la muerte de Jesús. Él puso la responsabilidad sobre los judeanos –quienes rápidamente la aceptaron. Aunque la ejecución se llevó a cabo por los soldados romanos de Pilato, en un análisis final, los líderes religiosos de Judea fueron los responsables de la muerte del Señor Jesucristo. Pilato cedió ante la presión que le pusieron encima. Las acciones contradictorias y desesperadas de Pilato lo hicieron una de las personalidades más interesantes de este registro.

Después de esto, Pilato envió a Jesús a la sala de juicio (llamada el Pretorio) con los soldados en la tarde del día trece de Nisán. Poco se sabe acerca de lo ocurrido desde entonces hasta la mañana siguiente. Lo que está registrado, habla de horrendas torturas. Pilato mandó azotar brutalmente a Jesús de nuevo. En el Pretorio, una corte de seiscientos soldados se reunieron para burlarse y torturarlo un poco más. Ellos desnudaron a Jesús de nuevo. Cada vez que él era despojado de sus ropas, la sangre seca y las costras debieron adherirse a ellas, y debieron ser arrancadas causando gran dolor. Ellos burlonamente lo vistieron con ropa real púrpura y con un manto militar escarlata. Después de trenzar una segunda corona de espinas, los soldados sin piedad la presionaron en su cuero cabelludo y pusieron una caña en su mano como si fuera un cetro real, y comenzaron a inclinarse burlonamente ante él como si fuera un rey. Entonces le escupieron, tomaron la caña y comenzaron a golpearlo en la cabeza con ella. Cada golpe encajaba las espinas en la cabeza con un dolor agonizante. Las heridas en la cabeza son conocidas por sangrar profusamente. Cada prenda que le pondrían, debió estar manchada y empapada con la sangre. Mientras que la sangre se acumulaba en su cuero cabelludo, su pelo debió llegar a estar  grotescamente enmarañado. Junto con la tortura, la burla continuó.

Por la mañana, los soldados le pusieron sus ropas de nuevo, renovando una vez más el dolor y el sangrado al cambiarlo de ropa. Luego lo arrastraron fuera de la sala de juicio. Para entonces, era dudoso que él fuera capaz de caminar por su propia cuenta.

Mientras los soldados abandonaban el Pretorio, ellos escogieron a un hombre que pasaba por ahí llamado Simón de Cirene. Los soldados lo obligaron a llevar la cruz que Jesús no pudo haber tenido la fuerza para cargar. Estaba tan débil y tan apaleado que difícilmente podía mantenerse en pie, y mucho menos llevar una cruz. Los soldados tuvieron que llevarlo hasta el Gólgota.

Pasando por las calles de Jerusalén, la multitud vio a un hombre completamente maltratado, a uno que era una masa sanguinolenta totalmente abatida, él era carne desgarrada; uno que no tenia mas apariencia humana; uno que era difícilmente reconocible como un hombre; uno que había sido apaleado salvajemente con látigos y varas, machacado con puños, esposado con plantas de palmas, y repetidamente golpeado con palos; uno que tuvo el rostro y la cabeza cubiertos y golpeados salvajemente mientras se burlaban de él para que nombrara a sus agresores que no podía ver; uno que tuvo sus costras secas repetidamente arrancadas por aquellos que cambiaron sus vestidos para burlarse de él; uno que soportó dos coronas de espinas colocadas en su cabeza, y que al menos una de las cuales fue incrustada en su cuero cabelludo; uno que, enfrentando toda esta tortura física, fue acusado e interrogado de manera totalmente ilegal, infundada e implacable; uno que fue escupido repetidamente, vestido y desvestido por otros a su voluntad, exhibido como el “rey” de los tontos ante una multitud que clamaba por su muerte, y uno que recibió burlas como el “rey” de los tontos por cientos de soldados que lo torturaron.

Este es el hombre por quien la multitud se alineó ese día en las calles de Jerusalén para verle pasar. Este es el hombre a quien los soldados llevaron al Gólgota esa mañana del miércoles, con una falsa acusación escrita y exhibida sobre él. Este fue nuestro amado salvador. Este fue nuestro Cordero Pascual. Él fue el último, concluyente y definitivo sacrificio. Este fue el hombre que no había hecho otra cosa sino amar a la gente, sanar a la gente y declarar la verdad de Dios. Este fue el hombre que podría haber convocado a más de 72.000 ángeles para ser librado en cualquier momento, pero en contraste, escogió cargar el más terrible dolor y humillación. Este fue el hombre que hizo todo esto porque nos amó desmedidamente a usted y a mí. Este fue el unigénito Hijo de Dios.

Mientras los soldados arrastraban a Jesús hasta el Gólgota, él consiguió virar la cabeza hacia algunas mujeres entre la multitud. En lugar de inspirarles compasión, les declaró la verdad de lo que iba a ocurrir. La tremenda habilidad de Jesús para tener su mente centrada en la Palabra de Dios en todo momento, en cualquier circunstancia, es asombrosa.

Dos malhechores fueron llevados al Gólgota al mismo tiempo que Jesús para ser crucificados. Cuando se acercaron al Gólgota, un poco de vino y mirra le fueron ofrecidos, pero él se negó a beberlos. Estas bebidas se ofrecían normalmente como analgésicos para la víctima, pero Jesucristo eligió soportar y cargar el dolor y la agonía plenamente por nosotros.

Al llegar al Gólgota se le ofreció una segunda bebida. Era un vino barato mezclado con hiel, otro analgésico. Él lo probó, pero de nuevo se negó a beberlo. Al ser crucificado en el Gólgota, se cumplió la ley de matar el Cordero Pascual fuera de las puertas de la ciudad.

Entonces los soldados clavaron a Jesús en la cruz, con los dos malhechores en cruces a cada lado de él. Era alrededor de las 9:00a.m. Los soldados que custodiaban la cruz de Jesús le quitaron su ropa exterior. La rasgaron en cuatro partes, repartiéndola a cada uno de los cuatro soldados presentes. Después tomaron su túnica sin costuras y apostaron para quedarse con ella. Una vez más, la multitud burlona incitada por los líderes religiosos, comenzó a escarnecerlo. Ellos desafiaron a Jesús para probarse que era el Mesías bajándose del madero. Burlándose de él, los soldados le ofrecieron otra copa de vino barato. Los soldados se sentaron y observaron a Jesús. La acusación escrita en tres idiomas, ordenada así por Pilato, se colocó sobre su cabeza en la cruz. Mientras uno de los malhechores le insultaba, el otro le habló amablemente y creyó. Para este último, Jesús se viró y le prometió un paraíso futuro.

Entonces dos hombres más, unos ladrones, fueron traídos para ser crucificados con los tres que habían sido crucificados antes. Ahora había cinco crucificados.

Las injurias continuaron. Desde el mediodía hasta las 3:00pm hubo tinieblas sobre la faz de la tierra. Luego, con un grito de triunfo, Jesucristo exclamó: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Para este propósito fui reservado!” Su propósito era el cumplimiento de nuestra redención. Fue un grito de victoria en medio de lo que parecía ser una derrota total.*
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*Para más información sobre este grito de victoria, leer el capítulo 12 de “Poder para la vida abundante”, de V.P. Wierwille. [Nota de traductor].


La endurecida y escéptica multitud entendió mal a Jesús pensando que llamaba a Elías. Uno de ellos corrió, empapó una esponja con vino, la puso en una caña y la levantó, ofreciéndola a Jesús. Esta fue la cuarta bebida que se le ofreció.

Durante sus últimas horas en la cruz, Jesús con gran claridad mental y consideración encargó a su madre al discípulo a quien él amaba. Entonces él finalmente pidió algo de beber con la breve declaración: “Tengo sed”. Uno de sus amigos o de uno de sus familiares, con el uso de algún hisopo, acercó una bebida a los labios de Jesús.

Entonces él clamó: “¡Consumado es!” Él había terminado la obra que Dios le había enviado a hacer. Con eso él dijo a gran voz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Él inclinó la cabeza y entregó su vida. Después de aproximadamente cuarenta horas de tortura física y mental incesante, el Hijo de Dios estaba muerto. En ese momento, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba hacia abajo, eliminando la separación entre Dios y el hombre; nuestros pecados habían sido expiados. Simultáneamente hubo un gran terremoto. Toda la serie de acontecimientos provocó que un centurión, el oficial militar a cargo, creyera. Las personas que se encontraban en el Gólgota se golpeaban el pecho en señal de miedo y gran asombro.

En poco tiempo, vinieron los soldados de Pilato. Rompieron las piernas de dos de los delincuentes en las dos primeras cruces con el fin de acelerar su muerte, los soldados se acercaron a Jesús en la cruz central. Jesús ya estaba muerto así que no le quebraron las piernas. Sin embargo, uno de los soldados tomó una lanza y le traspasó su costado, haciendo que brotaran sangre y agua.

Finalmente, un hombre muy respetado llamado José de Arimatea, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Creyendo que Jesús resucitaría de entre los muertos, José, con la ayuda de sus sirvientes, bajó el cuerpo de la cruz en el Gólgota y lo enterró en un sepulcro cercano. Las mujeres observaron como José simplemente envolvió el cuerpo de Jesús con una sábana y lo puso en el sepulcro. Él cerró la tumba y se fue. Las mujeres se fueron para hacer la preparación para un entierro más apropiado. Después de que se habían ido, Nicodemo, otro gobernante de Judea, vino con sus siervos a la tumba y enterraron a Jesús  de nuevo. Esta vez, el entierro fue de acuerdo a la costumbre de Judea. El entierro se completó antes de que terminara la puesta del sol del día miércoles, el catorce de Nisán.

Mientras miramos hacia atrás a la crucifixión, vemos la agonía y el sufrimiento en extremo. Jesús había sido golpeado, azotado, escarnecido, interrogado y acusado durante un período de más de treinta horas desde el momento de su detención hasta que fue llevado al Gólgota. La presión mental antes y durante este tiempo, a cada minuto, fue tan agonizante como los golpes físicos. Su rostro estaba tan asombrosamente desfigurado que Isaías profetiza: “como que escondimos de él el rostro”.

Finalmente, él estuvo colgado en la cruz por aproximadamente seis horas antes de su muerte. Estar colgado en una cruz era una tortura terrible. La respiración era dolorosa, casi imposible. Debió padecer terribles espasmos musculares y calambres. Los clavos que atravesaron sus manos y pies debieron provocar una extrema sensibilidad en sus nervios y tendones. Agravada por el dolor, la sangre y las heridas previas a la crucifixión, la experiencia de de nuestro salvador las últimas seis horas de su vida, desde las 9:00am hasta las 3:00pm, fue en el grado más alto de agonía.

Jesús sufrió cada herida física imaginable sin tener ningún hueso roto. Los golpes con los puños cerrados debieron causar grandes hematomas o contusiones. Las espinas incrustadas en su cabeza por los golpes, pudieron causar heridas penetrantes derramando una buena cantidad de sangre. Los clavos introducidos en las manos y los pies debieron causar heridas de perforación. La flagelación y los azotes a los que fue sometido debieron causarle enormes laceraciones. Pero Jesucristo experimentó muchas otras heridas dolorosas, mentales y físicas, además de estas.

Él fue un hombre familiarizado con la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la aflicción. Fue un hombre que se convirtió en el más bajo para que pudiera apoyar, defender y sostener a cualquiera que quiera creer. Él es un hombre que puede salvar al último entre aquellos que quieran creer. Él es nuestro hermano, quien sufrió y murió por ti y por mí. Él nos amó tanto que sus heridas sobrepasaron y vencieron nuestras rebeliones, nuestros pecados externos. Sus magulladuras vencieron sobre nuestras iniquidades y pecados internos. Su angustia mental conquistó nuestra falta de paz y nuestras pobres y débiles mentes. Sus heridas vencieron nuestras enfermedades físicas. Él es un salvador completo. Él es el Señor Jesucristo.

Isaías 52:14,15-53:12
Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres,

así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído.

¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?

Subirá cual renuevo [Jesucristo] delante de él [Dios], y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.

Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores [sufrimientos], experimentado en quebranto [enfermedades]; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.

Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.

Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.

Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.

Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.

Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.

Al morir esta muerte indigna, Jesucristo fue contado con los transgresores. Sin embargo, porque aquel que no conoció pecado, se hizo pecado, Dios nos ha hecho la justicia de Dios en él. En Jesucristo tenemos el don más preciado de todos: la vida eterna.



Traducido por Claudia Juárez Garbalena


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