domingo, 5 de mayo de 2013


CORRECCION II. O TODOS CONTRA TODOS
A veces me sorprende la seguridad de ciertas personas al afirmar y asegurar su opinión sobre ciertos temas. En algunos casos, abordan discusiones que llevan cientos y cientos de años y a las que muchos hombres han dedicado su vida estudiando seriamente las pruebas, los datos, los idiomas originales, los contextos culturales, sin llegar a ponerse de acuerdo. Pero de pronto estos hermanos, por la lectura de algún artículo en internet o de algún librito explicativo, resulta que ya lo ven con la máxima claridad.

Y no sólo eso, sino que ahora corres el riesgo de que, cuando se alejen de ti, te condenen como ‘el nuevo apóstata’ por no ver el asunto con la misma claridad que ellos.
Por supuesto, y nuevamente lo digo, no me refiero a doctrinas bíblicas fundamentales, ni a conductas claramente condenadas en la Palabra de Dios. ¡No!
El diablo ha dado vueltas alrededor de nuestro campamento y ha encontrado una manera muy eficaz de debilitarnos. Y en muchísimos casos su gran táctica ha sido la distracción, la división y el inflar nuestro bonito orgullo. Y estos tres han trabajado como una sola herramienta en su mano. De esta manera perdemos cualquier cantidad de tiempo y esfuerzo en temas que no sólo no son centrales y provechosos para nuestra fe, sino que nos van dividiendo en más y más interminables facciones. Y todo esto para alegría y alabanza de nuestro orgullo.

¿Adán tenía ombligo?
De pronto en la Iglesia hubo un gran silencio y caras de preocupación. Hasta que un hermano se acomodó su corbata, subió con mucha seguridad al púlpito y aseguró: “Hermanos, les ruego que no pongan en duda la Palabra de Dios. Tenemos la total certeza de que Adán tenía ombligo”. Para esto alguien que había leído cuanto libro encontró sobre la época de la Reforma y deseoso de constituir una nueva revolución espiritual, gritó: “¡Hey, alto! ¡Eso es blasfemia! Ya lo dijo Lutero, ‘a menos que se me convenza por las Escrituras y por la razón misma, no puedo ni quiero retractarme’. Adán-no-tenía- ombligo”.
Vivieron así por dos años sumamente duros hasta que finalmente se produjo lo ineludible: la gran división de los ‘ombliguistas’ y los ‘no ombliguistas’.
Tal vez parezca ridículo o exagerado. Pero creo que el ejemplo nos puede ayudar a tener cuidado.

Cuando algo te está distrayendo de las verdades esenciales del evangelio, de los mandatos claros de la Palabra por los que un día ciertamente darás cuentas: ¡cuidado! Cuando crees que Dios te está hablando algo que no le ha hablado a nadie en los últimos dos mil años: ¡cuidado! Todas las sectas comenzaron con un ‘gran iluminado’ viendo algo nuevo que nadie más había visto. Y mira cómo le fue a Satanás por huir de la humildad.

Cuando lo primero que hablas al encontrarte con algún hermano que acabas de conocer es sobre tus grandes revelaciones sobre tal o cual tema o si enseguida le preguntas si hacen no sé qué cosa que tu Iglesia sí hace y el resto no: ¡cuidado!
¿Tú, al acercarte a un cristiano, buscas enseguida ese tema que hace aplaudir a tu orgullo?
Más santo que tú.
Tenemos divisiones de todo tipo y cada uno dice que la unidad con los otros es imposible debido a que ese tema que los separa es ineludible y fundamental.
Uso este ejemplo pero hay miles.

Unos dicen que la Iglesia debe reunirse en casas y el que lo hace en un local de reunión está fuera de la forma en que se hacía en el Nuevo Testamento (Romanos 16:5; Filemón 1:2), olvidándose que también se reunían en el templo (Hechos 2:46; 5:42). Y al conocerlos sin apenas saber tu nombre te preguntarán: “¿Dónde se reunían los primeros cristianos?” Por el otro lado están los que si te reúnes en una casa dirán que eso no es una Iglesia, olvidándose los otros versículos.

Otros no tolerarán que uses un nombre para la Iglesia y dirán que Pablo prohibió eso en 1 Corintios 3:4. Mientras, se llenan la boca diciendo que ellos son los únicos cristianos verdaderos ya que dicen no tener denominación.

Sin darse cuenta que justamente lo que Pablo condenaba en 1 Corintios era el sectarismo y el envanecimiento de creerse el grupo superior al resto: “aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:2).
De tal manera los Corintios se creían parte del grupo de los súper espirituales que creían que ya no necesitaban al mismo Pablo:
“Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros.
Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!” (1 Corintios 4:6-8).
Interminable.

Así podríamos seguir con una lista interminable. Cada uno con sus opiniones, conjeturas, ideas preconcebidas, doctrinas supuestamente no negociables formadas con medio versículo.
Cosas que nos pueden hacer sentir muy santos, espirituales y orgullosos de haber alcanzado la nube de un gran conocimiento, de ser parte del grupo selecto del Señor.
Pero la pregunta que debemos hacernos es: la batalla que libramos ¿es la guerra por las verdades fundamentales de la Palabra de Dios, o es una triste consecuencia de nuestro orgullo e inmadurez?
Eso que afirmas con tanta seguridad al punto de arriesgarte a causar daño al cuerpo de Cristo ¿está basado claramente en la Palabra de Dios, o es tu opinión? ¿Tu orgullo cuando mencionas tal o cual tema se eleva por las nubes?
¿Un consejo?
Alejate de las distracciones del diablo, deja las discusiones que solo inflan tu ego y destruyen: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad” (2 Timoteo 2:16). Y concéntrate más bien en lo que sea genuinamente útil para tu fe y para la de otros: “cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas” (Hechos 20:20).
Insiste en lo que estás seguro que es provechoso:
“Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes” (2 Timoteo 2:14). “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas” (2 Timoteo 2:23).

Oro con todo mi corazón que podamos entender de verdad el consejo de Pablo a Timoteo: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman“ (1 Timoteo 1:5-7).

Ya vimos una primera razón por la que estamos en esta guerra de todos contra todos: a veces confundimos el “contender ardientemente por la fe” con un “contender sobre opiniones“.       Y ya comenzamos a ver una segunda razón: a veces no entendemos que hay diferencias enormes y claras entre ‘ovejas’ y ‘vestidos de ovejas’.
Este segundo punto es terrible porque nos lleva a tratar de igual forma a unos y a otros, lo cual es completamente anti bíblico y contrario a Dios.

Disparando versículos
A veces nos hemos sentido los ‘grandes profetas de Dios’ tirándole a todo el mundo versículos por la cabeza con una dureza que hace parecer a Juan el Bautista un dulce bebé durmiendo. Así, palabras como hereje, apóstata, blasfemia, secta, lobos rapaces, afectado espiritual y otras muchas, aparecen ante la menor discrepancia entre hermanos y terminan por ponerse de moda. “Si no piensas como yo eres un hereje-lobo-anatema-apóstata-engañador, digno de que aparezca tu foto hasta en las páginas de recetas culinarias“.

Esto, aunque nos puede hacer sentir muy santos y dueños de la verdad, es tan errado como las enseñanzas de los mismos falsos maestros que denunciamos.
Contra lo que uno puede a veces pensar, el hereje no es solamente aquel que enseña en la Iglesia una doctrina contraria a alguna verdad fundamental de las Escrituras. 
Pablo le escribió a Tito sobre hombres en la iglesia “a los cuales es preciso tapar la boca” (Tito 1:11). Éstos causaban ‘divisiones’. Tito 3:10,11 dice: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y se ha condenado por su propio juicio“.
En griego, donde dice “hombre que cause divisiones“, se usan las palabras ‘jairetikós ándsropos’, lo cual la Biblia Interlineal traduce como ‘hombre hereje’. Estos no sólo dividían a la Iglesia con falsas enseñanzas sino con discusiones, peleas, debates sin sentido, opiniones personales, etc. Por esto Pablo escribe:
“Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho. Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3:9,10).
La versión Peshitta traduce: “evita los debates insensatos… las contiendas y las discusiones“.
¡Cuidado!
Hablar la verdad con firmeza ante falsos hermanos es una cosa. Dividir Iglesias, causar daño al cuerpo de Cristo, o generar conflictos entre hermanos constantemente con debates insensatos, contiendas y discusiones, es algo muy distinto.

Provocar divisiones es tan grave que la Biblia, como hemos visto, nos ordena echar a quienes las producen. Proverbios 6:16-19 dice rotundamente que “Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma” y entre ellas incluye: “el que siembra discordia entre hermanos“.

Por esto debemos estudiar seriamente las Escrituras, para no pensar que estamos peleando las batallas del Señor y, en cambio, resulte que con lo único que batallamos es con nuestro orgullo produciendo debates insensatos, o inducidos por alguien sutilmente en uso de su poder,  o que pensemos que somos los grandes cazadores de herejes y el Señor nos vea igual de herejes por vivir discutiendo, centrándonos siempre en los errores de los demás y atacando a todo aquel que no ve al 100% lo mismo que nosotros.    
    El remedio es:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”                                            (2 Timoteo 3:16-17).
La inspiración  de las Sagradas Escrituras las convierten en autoridad absoluta y final, la norma suprema de la fe y practica , el manual de Instrucción de Dios, su Voluntad.
Santiago  3:13  ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.  Stg 3:14  Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; 
Jca.

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